La mera constatación de una investigación que te afecte ya es elevada por las mesas de redacción a la categoría de culpabilidad
OPINIÓN | Incompatibles con la corrupción
Tras un largo barzoneo por librerías atrevidas de Madrid te ves premiado por la serendipia. Un hallazgo casual, no pretendido: un librito de George Orwell en su lengua, para mejor apreciar las sutilezas de su escritura. Ya solo en su portada se puede leer lo siguiente:“ El lenguaje político está diseñado para hacer que las mentiras suenen verdaderas, a un asesino respetable y para dar la apariencia de solidez a lo que solo es puro viento”.
Con esto ya sobrevienen reflexiones, evocaciones y familiaridades, tan actuales como que no parece que Orwell escribiera allá por los finales treinta. El periodismo en su época no estaba tan desarrollado ni tenía tantas posibilidades. Casi todo era papel, poca radio y nada de televisión. Y así y todo, Orwell, ya estaba en alerta.
Normal, una parte muy importante de la comunicación política circula a través de la prensa y los periodistas. Con un duro competidor hollan las redes sociales que, sin embargo, se nutren mayormente del periodismo canónico. En las palabras de Orwell lo que latía era la prevención y la honda preocupación por la tramoya de lo que se comunica a través de los medios de comunicación, singularmente.
Hay una turbulencia publicada de mentiras tras mentiras a las que se pretende dar apariencia de verdad
Ni que decir que al llegar a este párrafo ya tenemos en la cabeza algún que otro asesino blanqueado por el periodismo y ejemplos de que a la pura ventosidad o humo se le da categoría sólida y de que, sobre todo, hay una turbulencia publicada de mentiras tras mentiras a las que se pretende dar apariencia de verdad. No, no solo me estoy refiriendo a las mentiras, bulos y manipulaciones, también a las distorsiones de la realidad machaconamente repetidas hasta que un público cada día más lanar y adocenado las acepte sin rechistar.
Uno de los ejemplos de lo último es la insistente y persistente aceptación del papel de la UCO, sin crítica que no se considere sospechosa, como herramienta indubitada de la verdad que persigue a la corrupción. El periodismo, casi de manera generalizada, ha dado a esta unidad de la policía judicial, al mando de los jueces, se supone, el papel prácticamente exclusivo de la necesaria lucha contra la corrupción.
De tal manera que la mera constatación de una investigación que te afecte ya es elevada por las mesas de redacción a la categoría de culpabilidad. En ignorancia o maldad del principio constitucional o simplemente democrático de que todos somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario. Claro que esto conlleva la disolución del imperativo de dirección de todo proceso con ignorancia del papel relevante de jueces y fiscales en cualquiera de sus fases.
No me resisto a citar a Bertrand Russell: “En las escuelas de primaria habría que enseñar a los niños a leer los periódicos con incredulidad”
No me detendré en más en estos días acalorados, y no solo por el tiempo, pero no me resisto a reflejar unas letras de una sentencia reciente del Tribunal Supremo: “El Tribunal a quo ha descartado la valoración probatoria del Informe aportado por el Ministerio Fiscal como pericial de inteligencia por los agentes de la Guardia Civil”. Y sigue: “… estos informes de inteligencia policial [sic, no es cachondeo] y en concreto el analizado, no prueban directamente hechos, ni siquiera los que sirven de base a los razonamientos policiales y, por tanto, no eximen de la prueba de éstos en el acto del juicio, que deberán ser probados por la acusación e introducidos en el juicio de forma adecuada…”
Supongo que algunos jueces buenos estarán escandalizados de su desposesión jurisdiccional, de su papel constitucional como titulares de uno de los poderes del Estado, pero esta es la situación en este Estado, llamemos de la mediocracia que arrasa con todo, incluida la separación de poderes y el mismísimo sentido común.
Que cada uno haga lo que quiera, aunque me atrevo a recomendar que el que pueda pensar que piense. Y siguiendo con los pensadores británicos, no me resisto a citar a Bertrand Russell: “En las escuelas de primaria habría que enseñar a los niños a leer los periódicos con incredulidad”.