El fotógrafo José Quintanilla presenta un recorrido por el patrimonio abandonado que invita a reflexionar sobre la fugacidad del tiempo y el deterioro del paisaje provocado por el hombre
El milagro de Rioseco, las ruinas de un monasterio desahuciado que hoy reciben 50.000 visitas al año
Cuando José Quintanilla (Yecla, Murcia; 1963) regresaba al pueblo los veranos, comenzó a sentir una inexplicable fascinación por las numerosas casas abandonadas que encontraba en la mitad del campo murciano. “Me producía una sensación de desarraigo brutal ver todas esas construcciones que se estaban desmoronando, que carecían de cualquier valor arqueológico, pero que guardaban un valor sentimental enorme”. A esa llamada respondió con la cámara fotográfica, tratando de capturar imágenes que trasladaran esos interrogantes al espectador. Aquella experiencia se concretó en una serie de fotografías titulada Mi casa, mi árbol. No fue una revelación puntual. A continuación, se sumergió en el proyecto Transcurso, centrado en “el paso del tiempo, la fugacidad, la caducidad humana”, que intentaba transmitir a través de instantáneas de espacios abandonados.
Es decir, muchas preguntas y algunas (escasas) respuestas. Interrogantes que Quintanilla ha ido escribiendo con la luz de cada lugar que ha encontrado para que sean interpretados (¿respondidos?) por quien se tope con su trabajo, quien se sienta atraído por sus imágenes. “Había algunos espacios mágicos que a mí me creaban una sensación de fascinación: con el esfuerzo que había costado construir todo eso, donde se nota que habían trabajado muchas personas, y de repente… el abandono”.
O dicho de otra manera, ¿de qué había servido todo aquello desde la óptica del presente? ¿Dónde habían ido a parar todos esos objetos en su momento rodeados de vida?, que se preguntaría el escritor Manuel Vilas, en su novela capital Ordesa. Poco a poco, sin un plan predeterminado, Quintanilla ha ido enlazando un proyecto con otro hasta construir un universo irresistible, del que es prácticamente imposible huir sin antes haberse cuestionado su significado, o preguntado por el sentido que aquello fotografiado puede tener para uno mismo.
Ese trabajo —la búsqueda espontánea de “espacios donde ha habido una presencia humana”— ha desembocado en un proyecto global, que dará a conocer con el sugerente título Mapa del abandono. Esa carta repleta de lugares donde la memoria se consume día a día ha encontrado su hábitat ideal —quizá, para cerrar el círculo— en el monasterio burgalés de Rioseco: otra ruina más, pero no una ruina cualquiera.
Fotografías del catálogo “Mapa del abandono”, creado para la exposición del monasterio de Santa María de Rioseco (Burgos)
El edificio cisterciense del siglo XIII —popularizado en la última década y media por el trabajo de recuperación de sus estancias, basado en el esfuerzo de voluntarios de la zona— estrena el 19 de julio (se podrá visitar hasta el 26 de septiembre) una exposición compuesta por una selección de fotografías de José Quintanilla con esta temática, que podrá recorrerse a través de los diversos ámbitos del edificio. Una muestra que, junto a algunas de las imágenes capturadas por el fotógrafo en diferentes etapas y proyectos, ofrecerá la visión del autor del propio monasterio, y hará pensar al visitante sobre aspectos diversos, como la fugacidad del tiempo, el deterioro de la obra humana, o incluso la huella indeleble del hombre en el paisaje.
“Será una exposición especial porque el arte contemporáneo difícilmente llega al mundo rural”, reflexiona Esther López Sobrado, vicepresidenta de la Fundación monasterio Santa María de Rioseco, que promueve y organiza la exhibición. La historiadora del arte, al conocer el trabajo de Quintanilla, sintió una sacudida inmediata: sus imágenes tendrían que visitar las ruinas parcialmente recuperadas del edificio medieval. “Él tiene una forma de mirar increíble y, a veces, es capaz de fijarse casi en lo inexistente”, reconoce López Sobrado, y pone como ejemplo algunas sutilezas que estarán presentes en el espacio, detalles como la imagen de una sombra.
La intervención artística tendrá la capacidad, afirma la historiadora, de remitir a las ruinas del monasterio cisterciense, incluso con trabajos de otros espacios similares. “Cada uno de sus trabajos cuenta una historia particular; incluso diría que tienen un punto, no sé cómo decir, quizá un poco onírico”, propone Esther, quien conecta esa sensación con trabajos de autores surrealistas del siglo XX, como las pinturas de la artista española Remedios Varo. Por su parte, José Quintanilla encontrará un espacio ideal donde mostrar su trabajo, que —al mismo tiempo— pondrá a prueba el civismo y la capacidad de respeto del visitante: el monasterio, en su condición de ruina, permanece abierto al público las 24 horas del día.
La profunda huella del romanticismo
Aunque la fotografía de espacios abandonados recorre —de forma muy abundante— las redes sociales, el trabajo de Quintanilla va un poco (bastante) más allá. Y quizá tenga su raíz en los excelentes retratos que artistas históricos como Francisco Javier Parcerisa efectuaron en el país, a mediados del siglo XIX, a través de la litografía (dibujo en piedra que posteriormente se imprime en papel); el retrato romántico de aquella España cuyo patrimonio languidecía en multitud de lugares.
José Quintanilla ha profundizado en ese fascinante mundo, con numerosas vueltas de tuerca: “Cuando se descubren y se popularizan las ruinas de Pompeya y Herculano, hay visitantes que regresan a su país de origen, sobre todo a Inglaterra, con la intención de construir en sus mansiones esa imaginería que habían visto y que culturalmente no les pertenecía”. Es decir, que ni siquiera querían apoderarse del original, inmaculado, sino de esa visión teatralizada, de una falsa ruina, en la que el patrimonio se rinde a una naturaleza que comienza a apoderarse de la obra del hombre.
Imagen del proyecto ‘Transcurso’, que analiza la fugacidad del tiempo y la caducidad humana
Atraído por esta circunstancia, el autor de Mapa del abandono comenzó a viajar a países como la citada Inglaterra, además de Francia, Alemania o Italia, donde ha podido confrontar ruinas verdaderas con sus réplicas, a través del proyecto Memorabilia. “Hoy tú vas a Inglaterra y ves que está plagado de templos griegos y romanos, que son falsas ruinas que se hicieron hace 200 años”. Por las que también ha pasado el tiempo: “En realidad son una metarruina, una ruina dentro de otra”, precisa Quintanilla. Aunque esto no acaba aquí. El fotógrafo ha conocido cómo aquella práctica (que también era un negocio) del siglo XIX sigue vigente hoy en día: “Hay empresas que crean una ruina a medida; si tienes un jardín, diseñan un proyecto con un estilo románico, gótico… al que incluso pueden añadir un estudio de jardinería para que, con el tiempo, las plantas vayan envolviendo las piedras y se cree esa estética romántica”, explica.
Una prueba más del poder de atracción de un romanticismo del que, de alguna manera, se siente heredero: “Siempre me ha atraído muchísimo”. José Quintanilla refleja cómo en aquel momento histórico irrumpió, precisamente, un nuevo artilugio que supuso “un mazazo” para la pintura: la cámara fotográfica. Sin embargo, para inspirar sus proyectos prefiere contemplar la pintura (especialmente, del XVII y del XVIII) a echarle un vistazo a los trabajos fotográficos de sus colegas. Y también, la literatura, en la confianza de que, antes o después, lo leído y asimilado aflore en el resultado final. Cita, en este sentido, obras como Lo bello y los siniestro, del filósofo español Eugenio Trías. “Define perfectamente cómo plasmar una belleza que te pueda atraer e invitar a la contemplación estética, pero, al mismo tiempo, te genere una especie de inquietud, porque lo que estás viendo realmente es una cosa que te supera”, reflexiona el fotógrafo.
Una realidad “desasosegante”
Porque ahí está, en efecto, la clave de su mirada del paisaje. “Lo que cuento es muy desasosegante; muchas de mis fotografías reflejan historias de abandono, de expolio, de dejación… en ocasiones donde han pasado cosas verdaderamente fuertes”, reconoce. Aunque no con la intención de provocar rechazo, ni de enviar al espectador un mensaje perfectamente empaquetado. De hecho, y aunque cada serie tiene un título, Quintanilla evita ponerles nombre a sus fotografías. “Pretendo crear una estética atractiva, invitar de manera amable a las personas a disfrutar de la contemplación, pero también a reflexionar”. Es decir, nunca imponer aquello que hay que pensar. “A veces, es difícil reflexionar, porque puedes quedarte en la parte preciosista de la imagen y no acceder al trasfondo”, añade.
Para quien quiera, por el contrario, ir más allá, también están los textos elaborados como soporte. Como el catálogo que, bajo el título Mapa del abandono, se ha creado con motivo de la exposición de Rioseco, con apuntes del propio autor y de la historiadora Esther López Sobrado. Un volumen que servirá, asimismo, para recabar fondos y seguir invirtiendo en la recuperación del monasterio de Rioseco.
Fotografías del catálogo “Mapa del abandono”, que se presenta en la exposición acogida por el monasterio burgalés de Rioseco
Al mismo tiempo y fruto de su dedicación profesional desde hace casi dos décadas a la impresión de obras de arte a través de un taller especializado—con clientes como el museo del Prado o el Reina Sofía— Quintanilla tratará de reflejar la potencia de las imágenes en gran formato, con soportes en tela ubicados en los diferentes ámbitos del monasterio de Rioseco. “Va a ser un reto absoluto, pero muy interesante: lo bonito de mi trabajo es poder sacar las imágenes virtuales que estamos acostumbrados a ver en el ordenador o en el móvil, y hacerlas físicas”, confía.
La exposición que se celebra este verano en el corazón del valle burgalés de Manzanedo —una comarca prácticamente despoblada atravesada por el río Ebro— intentará, en definitiva, “transmitir lo que es la ruina, los espacios abandonados, y la importancia del patrimonio”. Con un mensaje que José Quintanilla comparte al milímetro con los promotores de la restauración del monasterio: “El esfuerzo colectivo puede recuperar un espacio tan maravilloso como Santa María de Rioseco, y no solo recuperarlo, sino también darle un contenido cultural, con diferentes actividades, para que no vuelva a caer en el olvido, sobre todo, en una zona degradada y sometida al abandono”, reflexiona el autor de Mapa del abandono. Dicho de otra forma, para que fotógrafos como Quintanilla no tengan que volver a retratar ruinas como estas, por extraordinariamente bellos que puedan llegar a ser los paisajes capturados.