sábado, julio 12 2025

El negocio del odio de los ‘quiles’ y ‘ndongos’ no cabe en el Congreso

Es grave que personajes a sueldo de partidos de ultraderecha se dediquen a propagar odio y enfrentamiento en plataformas y redes sociales, pero lo es aún más que lo hagan en la sede de la soberanía del pueblo español y símbolo de la democracia, el Congreso, que no puede regirse por los mismos códigos

“Es un mito ser periodista por haber pasado por la facultad. Pájaras como tú, con las rodilleras y mamándosela a los políticos, sois un cáncer para este país”. Este es el texto de un tuit que escribió Bertrand Ndongo en marzo de 2024 para referirse a la periodista parlamentaria de Infolibre Marta Monforte. Ndongo, que fue asesor de Rocío Monasterio en la Asamblea de Madrid y es afiliado y agitador ultra de Vox, lleva años acreditado en el Congreso (ahora por la web Periodista Digital), años en los que se ha dedicado a insultar y acosar a periodistas y políticos de izquierda, interrumpir ruedas de prensa y hacer imposible la convivencia y el civismo dentro de una institución basada en el debate público, la sede de lo que Habermas definía como la “democracia deliberativa”, el parlamento garante de la libertad y la igualdad y baluarte contra la autocracia.

Ndongo escribió aquel tuit para apoyar a Vito Quiles, asesor de la formación de Alvise Pérez y acreditado en el Congreso por EdaTV, plataforma del propagador de bulos Javier Negre. Quiles había interrumpido reiteradamente a la periodista Marta Monforte en una rueda de prensa, impidiéndole realizar su trabajo. Es solo un ejemplo del lucrativo negocio al que se dedican Quiles y Ndongo y sus patrocinadores. Espóiler: no es el periodismo. Lo suyo responde a una estrategia política consistente en hacer viral y rentable el odio, la polarización y la deshumanización del adversario, no solo político, también mediático. Vale todo: acosar a políticos y periodistas (de izquierdas) en la puerta de su casa, fotografiar a sus familias, insultar y alentar el insulto para que los adversarios “no se atrevan a salir a la calle”. Todo ello disfrazado de libertad de expresión y de prensa cuando jamás han respetado el derecho del ciudadano a recibir información veraz y plural ni los códigos deontológicos de una profesión que desconocen.

La reforma del reglamento del Congreso que permite dejar sin acreditación de prensa a los agitadores ultra enciende aún más el falso debate sobre la libertad de expresión trasladado a España desde el corazón del trumpismo. En su nombre se legitima la difusión de la mentira y se elimina toda barrera ética y moral. El caso Quiles se resume desde esa orilla ultra en que el poder no quiere que se hagan preguntas incómodas, despreciando a periodistas que trabajan para medios de líneas editoriales muy diversas que con su trabajo y sus preguntas han fiscalizado y puesto contra las cuerdas a políticos de todos los partidos sin necesidad de faltarles al respeto o empujarles agresivamente por la calle. El periodismo tiene obligaciones y normas deontológicas muy claras cuya finalidad última es que el ciudadano tenga acceso a una información veraz de fuentes independientes, diversas y plurales, algo incompatible con el negocio de Vito Quiles y los suyos.

Es grave que Quiles y Ndongo, a sueldo de partidos de ultraderecha, se dediquen a propagar odio y enfrentamiento en plataformas y redes sociales, pero lo es aún más que lo hagan en la sede de la soberanía del pueblo español y símbolo de la democracia, el Congreso, que no puede regirse por los mismos códigos que un reality show, un tuit o un debate en la barra del bar. El insulto, el linchamiento, las injurias y el acoso verbal y hasta físico no forman parte del derecho a defender las ideas ni del deber de periodismo como fiscalizador del poder. El ejercicio de la información parlamentaria se debe sustentar en el respeto mutuo entre políticos e informadores y comportamientos como los de Quiles y Ndongo suponen una violación de las normas profesionales y parlamentarias. Defender la democracia y la libertad de expresión también es evitar que el Congreso se convierta en una plataforma más dedicada al lucrativo negocio de expandir el odio entre los ciudadanos.