El presidente sabía que su misión en el Congreso consistía en dar una razón a sus votantes y socios para continuar la legislatura por unas políticas que merecen la pena. La bronca entre las derechas por ver quién estafa a quién supuso un regalo inesperado
No lo tenía fácil Pedro Sánchez. Las señales no eran buenas, empezando por la equívoca metáfora del capitán que no abandona el barco en medio de la tormenta, cuando han sido las decisiones del propio capitán las que han dirigido el barco directo al temporal. Las contradicciones y tropiezos que han marcado la gestión socialista de la crisis invitaban a esperar un presidente no suficientemente consciente de que no afronta un crisis, confronta dos: la crisis de corrupción y la crisis de credibilidad de su liderazgo.
Pero a la tribuna del Congreso de los Diputados subió ese superviviente llamado Pedro Sánchez que sabe intuir por dónde van los tiros en cada momento y moverse más rápido para esquivarlos. Consciente de que su principal punto de apoyo pasa por el mayoritario deseo de sus votantes de que la legislatura no acabe así, hizo lo que tenía que hacer y en el tono que tenía que hacerlo. A Mr. Handsome le sustituyó en la tribuna un nuevo Míster Humildad.
Empezó por el principio y se reivindicó como un político limpio; el mensaje es que ni hay ni habrá un P. Sanchez. Sin eludir sus responsabilidades, a continuación pidió una segunda oportunidad a la confianza de sus socios, con el giro inteligente de buscar el aval de organismos internacionales, y finalmente presentó un plan que cubre todos las casillas de un checklist homologado contra la corrupción. De manual.
Pedro Sánchez sabía que su misión en el Congreso consistía en dar una razón a sus votantes y socios para concederle una segunda oportunidad y continuar la legislatura por unas políticas que merecen la pena. Lo ha hecho lo mejor que ha sabido y seguramente podía. Ahora te lo puedes creer o no. Ustedes tienen la palabra.
Los primeros indicadores de las réplicas de los socios estaban siendo algo más que favorables. Si Pedro Sánchez y Yolanda Díaz no se habían repartido los papeles previamente, ciertamente lo pareció. Ni la coalición está en cuestión, ni el gobierno parece acabado. Ni en lo político, ni en lo personal.
Para mayor fortuna de ambos, Alberto Núñez Feijóo subió a la tribuna en modo tertuliano, sin haber escuchado una palabra de su discurso. Si el objetivo del líder popular pasa como proclama por atraer a un millón de votantes socialistas, queda claro que aún no ha empezado. La bronca entre las derechas por ver quién estafa a quién supuso otro regalo inesperado por parte de una oposición que se ve tan ganadora que no pareció consciente de lo mucho que se jugaba en esta sesión.