La idea de una expulsión de inmigrantes no es ni mucho menos original: bebe de la teoría del «gran reemplazo» de la extrema derecha de Le Pen y de la práctica que está llevando a cabo Trump en EEUU, donde ya se están dando cuenta de que la expulsión salvaje de migrantes no está mejorando la vida de los blancos americanos
El repliegue cultural es una de las primeras consecuencias que asoma cuando hay un malestar, incertidumbre, crisis social o un decrecimiento del bolsillo. España tiene unos datos macro espectaculares, pero en el día a día es difícil creer lo mucho que cuesta desde la casa hasta las zapatillas, la escueta bolsa del súper, el comedor escolar, el dentista o un coche para ir al trabajo. Además, la brutal aceleración de los cambios tecnológicos y de consumo ha dejado desorientadas a miles de personas, muchas de ellas de la generación boomer. El feminismo ha descolocado a millones de hombres de todas las edades que sienten que van contra ellos y que han salido damnificados en su viril gallardía. El mundo va tan rápido, y la manera de entenderlo –estar informado, tener claridad para distinguir lo que es humo de lo que es solución– está tan averiada, que se antoja como salida fácil resetear, cerrar los ojos fuerte, saltar hacia atrás, a cualquier tiempo pasado que se nos presente como mejor. Toda esta ensalada confusa se adereza con la idea de que hay una falta de libertad o que ha habido un constreñimiento de ideas políticas mientras se pueden expresar sin que nadie vaya a perseguir ni a detener a nadie.
En ese horizonte, aparece con sus recetas mágicas una diputada de Vox y da un campanazo: España para los españoles y volver a “unas plazas” llenas de abueletes que charlan despreocupados porque tienen su vivienda ya comprada (que a veces son dos) y unos nietos que juegan al fútbol sin riesgos en la calle y unas mujeres que no serán jamás violadas por un migrante, pese a que la mayoría de agresiones sexuales las cometen hombres de nacionalidad española (406 frente a 94, según el INE). Es el horizonte implícito que dibujó Rocío de Meer cuando propuso este lunes la expulsión masiva de los extranjeros que delincan y no se “adapten” y una vuelta a un pasado supuestamente perfecto que volverá a serlo si se marchan quienes han venido en tropel “desde los años 90” por culpa del “bipartidismo”. “Las calles ya no son de los españoles”, lamentó literalmente, pese a que hay 42 millones de españoles frente a una minoría de 7 millones de extranjeros censados, pese a que hay españoles negros de Chamberí y asiáticos de Dos Hermanas. “Antes eran un 1 ó 2%”, señaló, situando improvisadamente en esa cifra el mix que sería tolerable para su partido.
La idea no es ni mucho menos original: bebe de la teoría del “gran reemplazo” de la extrema derecha de Le Pen y de la práctica que está llevando a cabo Trump en EEUU, donde ya se están dando cuenta de que la expulsión salvaje de migrantes no está mejorando la vida de los blancos americanos ni se está reimponiendo la cultura racial de sus bisabuelos por arte de magia. O que la promesa de devolver las fábricas a Detroit no va a ser posible ni va a dar empleo a operarios de 60 años que perdieron el tren tecnológico hace 20. Pronto también caerán en que la pérdida de identidad cultural por la homogeneización de las modas, los cambios de lenguaje o el paisaje urbano no venía impuesta por influyentes ciudadanos árabes, latinos o africanos, sino a través de las redes sociales que controlan todopoderosos hombres blancos amigos del propio Trump. Habrá que pensar si no es más preocupante e impactante para las nuevas generaciones la obsesión cosmética adolescente –incluidos retoques con bótox– patrocinada en redes que el hecho de que tu colega de clase lleve un velo. Hay a quien le preocupa más lo segundo que lo primero.
La diputada de Vox aprovechó el contexto de una violación en Alcalá de Henares –donde hay un centro de migrantes al que hace tiempo le tienen ganas tanto Vox como la alcaldesa de Alcalá y la propia Isabel Díaz Ayuso–para exponer que los inmigrantes que delincan, pero incluso los que simplemente “no se adapten”, sean repatriados. También apuntó a la cuestión numérica como amenaza.
Santiago Abascal tuvo que salir el martes a aclararlo, aguando la fiesta del finde de Feijóo y generando aún más miedo entre los votantes moderados del PP por si llegan al gobierno pactando con los ultra. También intentando frenar una posible fuga de voto entre sus simpatizantes migrantes o la de sus empleadores, necesitados de mano de obra necesitada. Entonces, ¿a quiénes expulsarán si gobierna Vox? “Son todos los que hayan venido a delinquir” –algo que ya está previsto y se hace–. “Todos los que pretendan imponer una religión extraña” –el velo no es contagioso–. “Todos los que maltraten o menosprecien a los mujeres” –incluidos en la primera frase y entre los que son mayoría los ciudadanos de nacionalidad española–. “Todos los que hayan venido a vivir del esfuerzo de los demás” –¿quiénes son?–. “Y todos los menas, porque los menores tienen que estar con sus padres” –si los tienen o si tienen una casa a la que volver sin riesgo para sus vidas–. La apelación final del líder de Vox revela su miedo a asustar demasiado a la parroquia, ahora que ya conocemos casos de migrantes arrepentidos de votar a Trump: “Y los primeros en celebrarlo junto a los españoles serán los inmigrantes legales, los que cumplen las normas y respetan al país que les acoge”. Desgraciadamente, la ‘problematización’ del colectivo con este tipo de discursos les afecta a todos como colectivo y les seguirá afectando. Vincular la migración a los problemas culturales y de seguridad tiene efectos, aunque se use la coartada de que solo se habla de un grupo de ellos.
Toda la teoría de De Meer de aquella España idónea bebe de una falacia, porque España no era un lugar idílico hasta que lo estropearon los migrantes. De hecho, es un país infinitamente mejor en muchos aspectos que hace décadas, cuando hubo una brutal crisis económica que dejó la quiebra en millones de hogares con desahucios salvajes, o cuando había miedo a ser gay, cuando era raro una mujer viajando sola o muy raro dirigiendo una empresa, cuando nos daba igual el cambio climático, las carreteras eran casi todas secundarias, el médico no tenía tu historial digital y se perdían millones de horas en hacer tareas a mano, cuando la formación de los jóvenes era ninguna o no existía el concepto de tener derecho o de transparencia, por lo que hasta el rey de España hizo lo que quiso durante años y lo pudo poner en Luxemburgo a nombre de quien quiso. Cuando cierta banca timó a miles de españoles o había que aceptar el acoso escolar o el humo del tabaco en las escuelas porque sí. España necesita arreglos y muchos ciudadanos necesitan amparo y certezas, pero no será la desaparición de los extranjeros la que nos convierta en un país mejor. Si quieren apuntar tendrá que ser hacia otro sitio.