sábado, julio 5 2025

‘Jurassic World: El renacer’ intenta dejar de lado la nostalgia para afrontar el vacío de una saga a la deriva

La séptima entrega de ‘Parque Jurásico’ (y cuarta desde el reinicio ‘Jurassic World’) es fácilmente la más floja hasta la fecha. No se salva ni Scarlett Johansson

Radiografía de un guionista español: hombre, residente en Madrid y con un sueldo de menos de 30.000 euros

Tiene pleno sentido que la obsesión más virulenta que jamás haya contraído Hollywood por la nostalgia empezara con Jurassic World hace justo una década, en el verano de 2015. Para que la enfermedad se consolidara tuvimos que sumarle a su monumental recaudación las cifras de El despertar de la Fuerza esas mismas Navidades —hasta que Ne Zha 2 le superara recientemente, la quinta película más taquillera de toda la historia—, y, sin embargo, el nexo con los dinosaurios depara un simbolismo irresistible. Pues el dinosaurio es, por definición, nostálgico. “El animal perfecto para la industria de la nostalgia porque nadie recuerda cómo era”, escribió Svetlana Boym.

En El futuro de la nostalgia, su influyente ensayo de 2001, apuntaba a su “condición de animal extinguido” como garantía del éxito comercial —“nadie se ofenderá por la falsedad de la recreación”— y, de forma aún más interesante, defendía que su resurrección era un fenómeno netamente estadounidense. Boym llamó al dinosaurio “el unicornio americano” y explicó las implicaciones frente a ello de un fenómeno como Parque Jurásico. “La nostalgia de la saga no es psicológica sino mítica. Es la escenificación ejemplar del mito americano, el mito de un nuevo mundo que ha olvidado su historia y recrea una prehistoria completamente nueva”.

Si hablamos de Hollywood —histórica plataforma para la hegemonía estadounidense y sus diversas narrativas— es obvio entonces que no hablamos de “nostalgia psicológica” sino de “nostalgia mítica”. La nostalgia con la que se trafica proviene de impresiones estéticas antes que de experiencias directas individuales. Hablamos de iconos, no de recuerdos, y estos iconos recargados de afecto colectivo son los que han marcado esa Era de la Nostalgia hollywoodiense que cumple 10 años con el estreno de una nueva Jurassic World, titulada El renacer. La Era de la Nostalgia no ha consistido en replicar las dinámicas de producción del Hollywood de los 80 o los 90, sino que en lugar de ello ha reciclado y regurgitado sus imágenes a través de remakes, reboots o secuelas tardías.

Las imágenes de siempre —las que bien podríamos considerar icónicas o incluso míticas—, repitiéndose y aplanándose en un interminable frenesí productivo, tan histérico como para dar pie a veloces remasters que no dejan tiempo de madurar a la nostalgia —la monstruosa nueva versión de Cómo entrenar a tu dragón— o a la paradoja que ha marcado a Jurassic World. Asumiendo que no hay nada mejor que el dinosaurio para bombear la nostalgia, ¿cómo podemos entender que en las últimas películas se haya insistido en que los dinosaurios “han pasado de moda” mientras las briznas de fanservice se destinan a fotocopiar escenas clave y traer de vuelta a personajes humanos?

El gran aliciente de Jurassic World: Dominion, por ejemplo, no radicaba en seguir a los dinosaurios —ahora, tras escapar de los parques, conviviendo con las sociedades humanas—, sino en la reunión de Jeff Goldblum, Sam Neill y Laura Dern como Ian Malcolm, Alan Grant y Ellie Sattler. Porque esta es la única nostalgia que le ha interesado a Hollywood —la más fácil y superficial— en estos 10 años agotadores, y es la que mejor evidencia su profunda crisis de imaginarios, incapaz de creer en otro pasado mítico fuera del que fabricó la generación inmediatamente previa.

Una crisis tan dolorosa como para que la nueva Jurassic World intente apartarse de este tipo de satisfacciones —por primera vez no regresa ningún intérprete de la película original de Steven Spielberg—, y como resultado… sea todavía peor que las anteriores entregas.

Lo que quedó de la nostalgia mítica

Tradicionalmente la nostalgia mítica de Hollywood ha funcionado a modo de refundación de amplios imaginarios: la jugada inicial de Spielberg no se distancia mucho del western que ha revisado estratégicamente la historia del nacimiento de una nación o del cuento de hadas netamente USA que construyó George Lucas con La guerra de las galaxias. EEUU, país joven y en pleno control de su relato identitario, diseñó para sí mismo (y para sus súbditos y cómplices) una mitología donde el dinosaurio, llegado el momento y a tenor de las ideas de Boym, pasó a ser una pieza clave.

De esta nostalgia mítica, tan megalómana y ambiciosa, hoy no queda casi nada. Se ha venido abajo de forma casi simultánea a la crisis del neoliberalismo que diera comienzo con la Gran Recesión, en 2008. En su lugar tenemos esta “pseudonostalgia mítica” que a partir de Jurassic World y el Star Wars de Disney ha venido siendo cada vez más deprimente: guiños de ojo desesperados, personajes muertos que vuelven recreados por CGI, franquicias alargadas por varios medios… Han surgido discursos críticos desde las propias imágenes, claro —en la propia Jurassic World de 2015 había algo de eso, y también tenemos la discutidísima Los últimos Jedi—, pero en general se ha ido implantando una cobardía generalizada, a la vez que una autoconsciencia patética.


Mahersala Ali emulando a Jeff Goldblum en la primera ‘Parque Jurásico’

Ni siquiera una película tan efectiva en sus propios términos como Alien: Romuluspor acudir a un ejemplo tardío de la Era de la Nostalgia— se libraba de la necesidad de incluir fanservice y reutilizar frases icónicas. Porque la crisis de imaginarios de Hollywood es, ante todo, la pérdida de una fe propia en la capacidad de seguir diseñándolos. La soberana estupidez de que “los dinosaurios no le interesan al público” con la que insisten los personajes de Jurassic World —también en El renacer— obedece justamente a esto: Hollywood se encuentra en una fase depresiva, lo que no quiere decir que de vez en cuando sea incapaz de deducir que ciertos modelos no dan más de sí.

Así es como podemos entender una Jurassic World donde los productores, puesto que la taquilla les obliga a seguir exprimiendo la franquicia —ninguna Jurassic World ha recaudado menos de 1.000 millones de dólares—, han decidido alterar los términos en que trabajan. El renacer busca ser una historia independiente, un reinicio sin la complicidad de otros veteranos más allá de David Koepp: guionista de las dos primeras películas dirigidas por Spielberg —adaptaciones a su vez de las novelas de Michael Crichton— que aquí vuelve a lidiar con dinosaurios contando, se supone, con toda la libertad del mundo una vez se ha clausurado la trilogía de Trevorrow. Una pena que toda esa libertad se haya traducido en una pasmosa pereza, con la historia más plana de toda la saga.

Los dinosaurios no se merecen esto

El renacer va básicamente de que los dinosaurios no han logrado vivir entre nosotros y se han ido recluyendo en islas tropicales, cuyo clima se ajuste mejor a sus condiciones de vida originarias. Esto implica que, al igual que en cada película de la franquicia hasta ahora, los protagonistas deben viajar a una isla para alternar con los lagartos prehistóricos: en este caso Scarlett Johansson lidera una ristra de personajes terroríficamente mal escritos cuyo objetivo es recoger muestras de sangre de unas especies concretas y sintetizar un avanzado medicamento a partir de ellas.

En la isla de turno —como también ocurría en las anteriores Jurassic World— hay dinosaurios mutantes por culpa de experimentos científicos que pretendían paliar el desinterés del público en los dinosaurios de siempre. No solo se repite el dichoso malentendido, sino que además da pie a unas criaturas horrorosas. El empeño en solucionarlo todo con CGI, abandonando la fusión con animatrónics de los primeros compases de la saga, aquí se agrava con unos diseños lamentables —el depredador principal, un tal “Distortus Rex”, está a la altura del uso de las langostas en Dominion en lo que a peores ideas de la historia de Parque Jurásico se refiere—, y sella la ligazón de Jurassic World con los dominios de una Serie Z mucho más cutre por cuanto se quiere tomar en serio.


Ya han pasado 10 años del estreno de ‘Jurassic World’

Un espectáculo barato y deslavazado que, desde luego, carece de pasión alguna. La idea de fichar a Gareth Edwards —el estimulante director que hace poco pudo darle una lección a Hollywood con la tan imperfecta como encantadora The Creator— pronto resulta ser un disparo de fogueo. Si bien El renacer se aleja de intrigas corporativas o tramas enrevesadas para limitarse a unas cuantas correrías a lo largo de la isla Saint-Hubert, no hay ni una sola secuencia apreciable de suspense o acción. El pulso de Edwards se difumina a lo largo de más de dos horas de tedio infinito, de forma paralela a que descubramos que sí había trazas de nostalgia en el potingue después de todo.

Porque hete aquí que Koepp sí ha echado mano de los recuerdos para firmar algo que ya se está llamando sin ningún tipo de vergüenza “carta de amor a Spielberg”: una sucesión de encuentros con dinosaurios que riman lejanamente tanto con una película que cumple 50 años en 2025 —Tiburón, rememorada en la persecución acuática del Mosasaurus— como con varios momentos memorables de la Parque Jurásico original. El ataque de los velocirraptores o del tiranosaurio —junto al primer encuentro con los dinosaurios herbívoros, no demasiado mal resuelto en El renacer— vuelven con un disfraz andrajoso para recordar a cada minuto el coma expresivo de Hollywood.

En resumen, que El renacer no necesita apelar directamente a la nostalgia facilona de los actores si puede tomar prestada la música de John Williams y el planteamiento de ciertas secuencias para pasar a ejecutarlas de forma pésima. Tampoco se preocupa por proponer ideas de peso, abandonándose a una aventura lineal que afirma recorrer la isla de Saint-Hubert cuando en realidad está arrastrándose sobre el vacío y los restos podridos de la pseudonostalgia mítica. Sin atinar a disimular que, en todo este tiempo, la nostalgia no ha sido tanto un filón económico como un trampantojo: centrándonos en ella era más difícil reparar en la ausencia lacerante de cualquier sentido de la maravilla. El renacer no es sino lo que queda una vez el trampantojo se ha derrumbado.