Los vecinos de la comarca de la Segarra afectados por el incendio que arrasó más de 6.000 hectáreas reviven las peores horas de un fuego que alcanzó velocidades nunca vistas en España
El fuego mortal de Lleida nos enseña que «los incendios no han mostrado aún todo su potencial»
El incendio declarado en Torrefeta i Florejacs, que arrasó con más de 6.000 hectáreas en la provincia de Lleida, se considera el más rápido registrado hasta ahora en la península ibérica, según los Bombers de la Generalitat. Con los 30 km/h que alcanzó el 1 de julio por la tarde se sitúa entre los más veloces que se hayan observado en Europa. “Esto parecía el infierno”, relatan Rossend Pons y Neus Mangues, una pareja de agricultores que vio cómo las llamas devoraban sus 100 hectáreas de cereal a punto de cosechar.
Originado por la chispa de una cosechadora, según la principal hipótesis de la investigación, el fuego se llevó por delante miles de hectáreas agrícolas y pequeños bosques de encinas, además de la vida de dos vecinos de la localidad de Agramunt de 45 y 32 años. Lo más plausible es que ambos trataban de huir en coche de la granja donde trabajaban, situada en el término de Coscó, hasta que fueron alcanzados por el fuego, momento en que optaron por seguir a pie hasta esconderse, sin éxito, bajo unas rocas.
Conocida como el granero de Catalunya, la Segarra, la principal comarca afectada (además de la Noguera y Urgell), está dedicada históricamente al cultivo de cereal. Los campos aún por cosechar y los bosquecillos con maleza seca acumulada facilitaron un combustible de primera para un incendio catalogado por los Bomberos como de sexta generación: más rápidos, más virulentos, más imprevisibles y prácticamente incontrolables La aproximación de una tormenta eléctrica con viento y la ola de calor acabaron por crear un pirocúmulo, un tipo de nube de unos 14.000 metros de altura.
“Yo estaba cosechando cuando me avisaron de una columna de humo en la zona de Farell. En pocos minutos el viento cambió el rumbo del incendio y entonces iba directo a nuestra casa (Can Miqueló, en el término municipal de Cabanabona), donde estaba mi madre, de 94 años, sola”, relata Pep Pampalona, agricultor de 65 años también afectado por el incendio. “Son momentos en que todo va muy rápido y pierdes la noción del tiempo y del espacio”, afirma. El agricultor explica que su madre pasó “mucho miedo” y, aunque el fuego no prendió en su casa, sí arrasó con el patio y los alrededores.
“El 2009 ya vivimos un drama similar, pero el del martes no tenía nada que ver”, insiste Pep sobre la voracidad y el comportamiento errático de las llamas. “Entonces [en referencia al fuego de hace dieciséis años] el frente del incendio era una línea más o menos reconocible que avanzaba quemándolo todo, pero ayer era imposible saber por dónde venía y para dónde iba”, comenta. “Cuando tenías la impresión de estar situado frente a las llamas, empezaban a arder árboles a nuestra espalda y te rodeaba”, rememora.
Pep Pampalona, agricultor de 65 años, junto a sus nietos en el patio alcanzado por el incendio
Este miércoles al atardecer el fuego ya quedaba lejos y el agricultor se reunía con su familia en patio de la masía para evaluar los daños inmediatos. “El incendio atrae a políticos y periodistas durante un par de días, después todos se van y empieza otro calvario que no sabemos cuánto va a durar y que vamos a sufrir solos y en silencio: la burocracia”, se lamentaba. En su caso explica que perdió 40 hectáreas de cereal que estaban por cosechar. “Hay que gestionar los papeles del seguro agrario y las posibles ayudas. Ahora me obligan a poner una denuncia a los Mossos d’Esquadra y en la comisaria ya me han dicho que ‘vuelva usted mañana”, se queja. Mientras lo cuenta, la madre, silenciosa y cabizbaja, recoge un tomate verde de un huerto que ha quedado completamente deshidratado, muerto hasta el año que viene.
En Vilamajor, sus vecinos Rossend y Neus también llegaron a temer por la vida de la madre de él, a la que no localizaban, así como por perder la casa y las granjas bajo el fuego. “Cuando ves que te puedes quedar sin nada al final te conformas con que ‘solo’ hayas perdido toda la cosecha de cereal y no tengas que lamentar vidas o quedarte sin nada”, confiesa Neus. Ese solo hace referencia a 100 hectáreas de cereal y 30 de bosque.
Neus vivió las primeras horas de incertidumbre e impotencia desde la vecina localidad de Guissona, donde se encontraba con los hijos haciendo recados. Como ella, muchos vecinos que estaban lejos de casa no pudieron volver porque los confinaron. La orden de encerrarse llegó a afectar a casi 20.000 personas. Las que estaban como Neus, fuera de su domicilio, no sabían qué les ocurría realmente a sus familiares y conocidos.
Rossend, su pareja, andaba con la cosechadora, y ante la inminente llegada del fuego y la constatación de que estaba completamente solo, decidió llenar la cuba de purines (excrementos y orines de las granjas de cerdos) y “esparcirlos por los alrededores de la casa y los almacenes”. “Esto parecía el infierno, pero pude crear un perímetro de seguridad y conseguí que las llamas no se acercaran demasiado”, relata. “Mi madre, al cabo de unas horas, nos dijo que estaba sana y salva en otro pueblo”, añade.
Él y Neus miran a su alrededor. Los colores ocre de la tierra seca y verde oliva ceniza de algunos árboles que aparentan haber sobrevivido contrastan con el negro mate que visten los restos de paja, matojos y encinas calcinadas. En el fondo, dicen, sabían que pasaría. “Después de tres años sin prácticamente cosechar nada por la sequía, esta campaña parecía buena y al mismo tiempo teníamos la certeza que acabaría todo por arder”, se lamentan. “Tanto calor no es normal, y con las prohibiciones sobre la gestión de los márgenes y los bosques que nos impone la Administración desde la ciudad [partes de la zona quemada están integradas en áreas protegidas donde la actividad agrícola está muy regulada] este territorio es un polvorín”, se lamenta Rossend.