La autora de ‘El nudo materno’ (1976) falleció el pasado 19 de junio en Nueva York a los 81 años
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He escrito muchos relatos distintos, pero ser madre sigue siendo una pasión fundamental en mi vida, por lo que siempre ha sido una de las experiencias sobre las que más he querido escribir, por las mismas razones por las que todo escritor desea escribir sobre sus pasiones: para describirlas con mayor precisión, para comprenderlas, para transmitir significados a los demás, para servirse de la propia vida y pensar en la vida misma (Jane Lazarre).
Cualquier mujer que escriba y reflexione hoy sobre la maternidad está en deuda con aquellas que la precedieron, que allanaron el camino para poder hablar sin tapujos de todas las contradicciones que entraña este rol, con frecuencia idealizado o silenciado. Una de ellas es Jane Lazarre (Nueva York, 1943-2025), que hace unos años triunfó en España gracias a la publicación, por primera vez en castellano, de El nudo materno (1976), uno de los primeros libros de memorias en desmitificar el ideal de la “buena madre” que constriñó a tantas mujeres a lo largo de muchas generaciones, y que aún sigue dando coletazos incluso en sociedades en apariencia progresistas.
Nacida el 16 de noviembre de 1943, Lazarre creció en el Greenwich Village de Nueva York, en el seno de una comunidad judía. Perdió a su madre muy pronto, y fue su padre, un inmigrante de Europa del Este para quien siempre tuvo palabras afectuosas, quien se ocupó de ella y su hermana. También quien le despertó la conciencia política: miembro del Partido Comunista de Estados Unidos, luchó contra el fascismo en España como integrante del Batallón Abraham Lincoln, fue incluido en la lista negra del macartismo durante la “caza de brujas” y llegó a ser encarcelado por sus ideas políticas.
Una mirada descarnada sobre la maternidad
Con ese ejemplo, no sorprende que Lazarre se convirtiera en una mujer comprometida con los retos de su tiempo e hiciera de su herramienta, la palabra, el canal para expresar un malestar colectivo. Porque, a través de la memoria personal, vehicula un problema social compartido por todas las mujeres. Con su mirada descarnada sobre la maternidad hizo algo más que derribar prejuicios: forjó un espacio en el que muchas madres pueden todavía ahora reconocerse, un espacio en el que encuentran a una semejante que halló las palabras precisas para decir que no pasa nada por no ser perfectas, por no ser las madres que espera, que inventa, el patriarcado.
Esa es una de las fortalezas de su obra: ofrecer un testimonio que recuerda a las demás que no están solas en sus contradicciones, sus miedos, sus dudas. Es necesario que alguien tenga la valentía de poner determinados temas sobre la mesa; y ella lo hizo, no solo en El nudo materno, sino en toda su producción, donde también cabe destacar títulos como Más allá de la blanquitud (1997), en la que narra su experiencia como madre blanca de niños negros en unos Estados Unidos donde el racismo campa a sus anchas; o El comunista y la hija del comunista (2017), sobre la figura de su padre. Defendió la igualdad, la justicia social, la solidaridad, con la escritura como altavoz.
Madre, escritora, judía, feminista; así se definía. Desde esa forma de estar en el mundo conectó con la nueva ola feminista del siglo XXI: al igual que a su compatriota Vivian Gornick con Apegos feroces (1987), la tardía traducción de su obra al castellano le trajo un (relativo) éxito inesperado, que pone de manifiesto, una vez más, lo inciertos y rocambolescos que pueden llegar a ser los caminos de la edición. Los libros escapan a cualquier control sobre su acogida; tienen su momento, o sus momentos, cuando la publicación se encuentra con una sociedad receptiva, preparada para apreciar lo que puede ofrecerlo, aunque para ello haya que esperar varias generaciones.
Lo mismo ha sucedido con su coetánea Annie Ernaux, que durante las últimas décadas del siglo XX y los primeros años de este se topó con la incomprensión, cuando no el desprecio, de una crítica formada por hombres blancos heterosexuales. Tanto Lazarre como Ernaux aparecen, a propósito, en el volumen Maternidad y creación: lecturas esenciales (2001), una antología de la artista visual Moyra Davey que incluye asimismo textos de autoras como Margaret Atwood, Doris Lessing, Ursula K. Le Guin, Toni Morrison, Sylvia Plath, Grace Paley, Buchi Emecheta, Lydia Davis, Mary Gaitskill y Nancy Huston, entre otras. Se trata de una exhaustiva e importante compilación para la que seleccionó textos de narrativa y no ficción sobre la relación entre maternidad y creación. En España fue publicado por Alba, que la reeditó de nuevo en 2020.
La propia Lazarre, que compaginó su actividad literaria con la docencia de escritura creativa, profundizó en las dificultades que entraña la narración memorialística y examinó la capacidad de la literatura para restablecer la identidad de los colectivos silenciados en el ensayo Una escritora en el tiempo. Este, como el resto de su obra, ha sido publicado en España por Las Afueras, con traducciones de Blanca Gago y Elena Villalonga. En el catálogo de esta pequeña editorial conviven voces actuales tan interesantes como Mercedes Halfon, Mariana Travacio o Ana Campoy con rescates de autores como Pedro Lemebel, Tillie Olsen, Eileen Myles y hasta Wisława Szymborska.
Qué importante es que existan escritores valientes como Lazarre y editoriales no menos valientes como Las Afueras. Gracias a estos sellos independientes hemos podido leer a muchos escritores singulares o marginales por los que los grandes grupos no se atrevían a apostar. Escritores que han dejado huella, como Lazarre, que con El nudo materno se convirtió en la autora más vendida de la editorial y se granjeó admiradoras como Elvira Lindo, Laura Freixas, Eva Piquer, Luna Miguel o Tamara Tenenbaum, entre otras. Ella deshizo un nudo para dar a las otras un espejo en el que mirarse, y les insinuó una senda para seguir deshilvanando la madeja.
Lazarre, que superó un cáncer de mama en los años noventa –sobre el que escribió en Wet Earth and Dreams (1998), por el momento no traducido al castellano–, falleció el pasado 19 de junio en la ciudad donde residió toda la vida, Nueva York. Mujer discreta, su muerte ha pasado desapercibida y ha sido la editorial quien ha comunicado la noticia este último fin de semana. Cualquier pérdida es triste, pero a un escritor nunca se le dice adiós del todo: queda, aunque suene a tópico, en sus libros. Y queda, también, en esa estirpe de narradores que hoy escribe con más libertad gracias a las pioneras como ella.