viernes, julio 4 2025

La canícula y los toldos de Almeida

Si el negacionismo les funciona tan bien a Trump y sus epígonos es porque la peña –buena parte de ella- no quiere oír hablar de cambios, mucho menos de sacrificios. Quiere seguir con su actual modo de vida y el correspondiente derroche de dióxido de carbono

Almeida, el alcalde arboricida de Madrid, es un visionario. El futuro de la humanidad es su Puerta del Sol: una pista de cemento con unos cuantos toldos, es decir, un microondas donde se cuecen los turistas, mientras los vecinos se quedan en casa con el aire acondicionado a tope, los que lo tengan, y haciendo compras online en Amazon, AliExpress, Temu, Shein y similares. Compras que les traerán desde el Lejano Oriente los supercontaminantes cargueros de contenedores de Maersk y, ya en suelo patrio, los sudorosos ciclistas o riders de Glovo y compañía.

Como casi toda España, Madrid ha sufrido una tremenda canícula en los últimos días de junio y primeros de julio, con temperaturas diurnas de 40 grados, y noches tropicales, solo que sin rumba y mulatos. Pero no pasa nada, sentencian los cuñados. ¿Crisis climática? En absoluto, en verano siempre ha hecho calor. ¿Recalentamiento del planeta provocado por la acción humana, por la expulsión a la atmósfera de más de 40.000 millones de toneladas anuales de dióxido de carbono (CO2)? Quia, chorradas de rojos y ecologistas, milongas de la agenda woke. ¿Que la cosa va a más, con constantes oleadas de calor seguidas de lluvias torrenciales? Pues ponte de una puñetera vez el aire acondicionado y hazte un seguro contra inundaciones.

El cuñadismo funciona, claro que funciona. Bien lo saben Almeida y su lideresa Ayuso, bien lo saben ese PP y ese Vox que se relamen ante la cercanía de su llegada a La Moncloa, ante la proximidad de la culminación de su reconquista de todos los poderes del Estado. Y es que la mayoría de la peña no tiene tiempo ni energías para informarse bien por su cuenta, prefiere que le regalen frasecitas facilonas y ya mascadas. En particular, lamento tener que decirlo, en materia climática.

Si el negacionismo les funciona tan bien a Trump y sus epígonos es porque la peña –buena parte de ella– no quiere oír hablar de cambios, mucho menos de sacrificios. Quiere seguir con su actual modo de vida y el correspondiente derroche de dióxido de carbono: el coche alimentado con los derivados del petróleo, el consumismo online desenfrenado, los viajes de finde a Praga o Marrakech en compañía aérea lowcost, el tardeo o noctambuleo en terrazas de bares caldeadas en invierno con estufas de gas… La gente quiere seguir la fiesta como si no hubiera un mañana.

La humanidad se está suicidando… y lo sabemos. Les confieso que soy escéptico ante la posibilidad de que podamos combatir el cambio climático, ni tan siquiera amortiguarlo, tan solo a través de las urnas. Como las pandemias y las guerras, esta crisis existencial precisa de medidas urgentes, drásticas y probablemente impopulares. ¿Pero quién le pone el cascabel al gato? El que se atreva tiene perdidas las siguientes elecciones, me temo.

El Almeida que se ha gastado más de 10 millones de euros de nuestros impuestos en dejar la Puerta del Sol como un cocedero de hormigón, y un millón y medio adicional en poner unos ridículos toldos, probablemente ganará las próximas municipales madrileñas. El gran éxito de su presente mandato, pregonará en la campaña electoral, de 2027, habrá sido traer un gran premio de Fórmula 1 a la Villa y Corte. La Fórmula 1, dijo el pasado abril, será “la Monumental del siglo XXI”. Olé y olé. Por sus arquetipos los conoceréis.

Más ruido y más contaminación, esto es, precisamente, lo que necesita Madrid. No más árboles, no un aire más puro, no más limpieza en las calles, no una sanidad y educación públicas que no sean tercermundistas, no. Lo que Madrid está pidiendo a gritos es la Fórmula 1, esa modernidad que ya llevaron a Valencia entre 2008 y 2012 aquellos adalides de la probidad que fueron Rita Barberá y Francisco Camps. Al coste, cabe recordar, de 250 millones de pérdidas para las arcas públicas valencianas, según informó el El Mundo, poco sospechoso, que yo sepa, de complicidad con el rojerío.

Pero da igual: seguro que miles de madrileños le agradecerán a Almeida el poder sentirse Carlos Sainz por unos días ante las pantallas de sus televisores. En la sociedad del espectáculo, muchos ya son felices disfrutando imaginariamente de vidas ajenas. Es lo que les da tan buenos réditos a reyes, billonarios y estrellas del cine y el deporte, que se lo digan si no a las revistas y programas televisivos del corazón.

Los madrileños vamos poco a la Puerta del Sol, sépanlo los amigos de fuera del Foro. Allí hacemos, en todo caso, transbordos subterráneos de metro. Se ha convertido en un espacio para que los turistas, abrasados en verano, se hagan selfies y los suban a sus redes sociales. Así están las cosas en el siglo XXI, no las he inventado yo.