domingo, junio 29 2025

Un Orgullo prohibido que inunda las calles convierte a Budapest en un símbolo frente a la ola ultra

La masiva marcha, a la que miles de personas asistieron para defender los derechos LGTBIQ, pero también los valores democráticos, manda un mensaje a la extrema derecha global admiradora de Orbán

Miles de personas defienden en la calle los derechos LGTBIQ en el Orgullo de Budapest a pesar del veto de Orbán

Unos calcetines arcoirís despuntan en medio de la multitud que intenta coger el metro en dirección a la estación Deák Ferenc. En el vagón, una chica que está sentada lleva una chapa arcoíris en su mochila y un poco más allá, un grupo de jóvenes hablan animadamente con las caras pintadas con purpurina. De repente, el metro de Budapest se ha llenado de los símbolos LGTBIQ que estos días parecían ausentes en la ciudad y que acabarán su viaje en metro en la plaza del Ayuntamiento para empezar otro: el del Orgullo más mulitudinario que ha vivido la ciudad en sus 30 años de historia.

A pesar de haber sido prohibido por el Gobierno ultraderechista de Viktor Orbán, o precisamente por eso, la marcha ha logrado reunir a miles de personas. Los organizadores, con los colectivos LGTBIQ y el alcalde Gergely Karacsony a la cabeza, esperaban un Orgullo multitudinario, pero no se imaginaron que desbordaría de esta forma las calles. “Pensamos que sería grande, pero superó nuestras expectativas. Es muy alentador”, resume una activista húngara. Hay una expresión que se repite entre quienes tres horas después de haber iniciado la marcha abandonan la zona de la Universidad de Tecnología, a orillas, del Danubio, convertida en una fiesta: “Nunca vi algo así”.


Una mujer con un cartel que reza en inglés «No puedes prohibir mis sentimientos».

La manifestación LGTBIQ llegaba al 28 de junio prohibida en base a una ley aprobada en marzo por el Parlamento húngaro, donde Fidesz tiene una holgada mayoría. Sin embargo, la ciudad de Budapest ha desafiado la norma estatal y se ha convertido en todo un símbolo del rechazo a las vulneraciones de derechos del Gobierno y ha mandado un mensaje a la extrema derecha a nivel global –incluido Vox en España–, que no disimula su admiración por Orbán a pesar del deterioro democrático que ha tenido lugar en Hungría durante sus 15 años de mandato.

La criminalización de las personas migrantes, el colectivo LGTBIQ o la igualdad de género son algunas de sus dianas, después de haber debilitado la independencia judicial y haberse hecho con el control de buena parte de los medios de comunicación y las universidades. “Lo que pasa aquí revela que no es cierto que los derechos no puedan perderse, pero no es el único país en esta situación. Por ejemplo, la revocación de la sentencia que garantiza el aborto en Estados Unidos demuestra abiertamente que los derechos no pueden darse por sentados”, cree Zsolt Szekeres, del Comité Húngaro de Helsinki, que ha sido uno de los abogados que han trabajado pro bono en la marcha.

Muchas personas queer, pero también otras que no lo son han acudido a una manifestación diversa e intergeneracional. Esa ha sido una de las claves: los derechos LGTBIQ, en proceso de desmantelamiento intensificado hace un lustro por Orbán, han actuado como revulsivo y la prohibición del Orgullo ha sido para muchos la gota que ha colmado el vaso, pero venían a defender mucho más.

Lo resumía Hannah, de 17 años, habitual junto a su madre en manifestaciones por diferentes causas, pero que nunca antes había venido al Orgullo. “Esto es importante por los derechos LGTBIQ pero en realidad también por todos nuestros derechos. También estoy aquí por la libertad de expresión y de reunión”. “No se trata solo del Orgullo, se trata de nuestros derechos civiles y nuestra libertad como pueblo”, coincidía Eszter, que es bisexual. Los organizadores estiman una asistencia a la marcha de entre 180.000 y 200.000 personas, según han declarado a la agencia AFP, una cifra muy superior a los considerados récords anteriores, de unas 35.000.


Varios manifestantes sujetan carteles durante la celebración de la protesta LGTBIQ.

La fuerte presencia internacional ha sido otro factor relevante. Representantes políticos de una treintena de países y 70 diputados del Parlamento Europeo, además de cientos de activistas y colectivos extranjeros han querido respaldar con su presencia a los húngaros frente al veto. Además, el evento ha concentrado una enorme atención mediática y ejemplo de ello fue la rueda de prensa del pasado viernes, en la que estaba el alcalde Karacsony y la comisaria europea Hadja Lahbib: ni siquiera el salón de plenos del Ayuntamiento fue capaz de acoger a todos los periodistas que habían pedido estar.

Viktor Orbán insistió con la ilegalidad de la marcha hasta el último momento, pero la posibilidad de una manifestación pacífica llena de políticos extranjeros paralizada por la Policía o saboteada por la extrema derecha era una imagen que iba a abrir todos los telediarios. Finalmente, las fuerzas policiales no solo no detuvieron la protesta, sino que separaron a los grupos ultraderechistas que querían boicotearla de la marea arcoíris. Está por ver, eso sí, qué ocurre con las “consecuencias legales” de las que ha advertido el primer ministro o con las cámaras de reconocimiento facial con las que se puede identificar y multar a quienes cometan infracciones.


La Policía de Budapest corta el puente de la Libertad por la presencia de la extrema derecha.

De momento, la (poca) prensa independiente que queda en el país retrata en términos políticos lo ocurrido este sábado como “un gol en propia puerta” para Fidesz, que según las encuestas se encuentra en horas bajas de cara a las elecciones del año que viene. “Creían que la intimidación sería beneficiosa porque si no hubiera habido Orgullo o si hubiera poca gente y fracasara había sido una victoria política”, analiza el digital Telex. El resultado, sin embargo, fue muy diferente: un Orgullo prohibido se ha convertido en el más masivo de su historia.

De regreso a casa, unas cuantas personas retroceden sobre sus pasos cerca de la carretera que bordea el Danubio en busca del metro más cercano cuando un coche abre la ventanilla, hace sonar el cláxon y hace una peineta frente a unas chicas que llevan bolsas de tela arcoíris. La criminalización y la homofobia, alentada por el Gobierno húngaro, no ha desaparecido, pero un rato después, lejos del escenario en el que se han pronunciado los discursos finales, en esa parte de la ciudad en la que no parece que exista el Orgullo, una mujer de unos 70 años que pide un bocadillo en un bar lleva una pulsera con los colores LGTBIQ.