Tras 15 años de Gobierno, Viktor Orbán ha acabado convirtiendo el país en la meca de la ultraderecha populista a nivel global y, aquí y allá, sus líderes se inspiran, le imitan o le elogian sin remilgos: «Es un Trump antes de Trump»
Hungría aprueba una ley que prohíbe la marcha del Orgullo LGTBI
En un goteo constante, que no se detiene, atraviesan la puerta para dejar atrás el intenso calor que estos días hace en Budapest. Entran para asistir al discurso de apertura de la Conferencia Internacional de Derechos Humanos, un evento que arranca este miércoles en la ciudad húngara y que es el pistoletazo de salida del Orgullo, que este año desafiará la prohibición de Viktor Orbán y saldrá a la calle el próximo 28 de junio.
“Este sábado marcharemos”, ha dicho contundente y entre aplausos la presidenta de Pride Budapest, Viki Radványi. Varias banderas arcoíris ocupan las paredes de ambos lados de la sala y una más corona la fachada del edificio que acoge el encuentro, un espacio que parece haberse convertido en una pequeña fortaleza frente a la amenaza exterior.
Es la Universidad Centroeuropea (CEU) de Budapest. O lo que queda de ella. Un lugar simbólico por lo que representa estos días, pero sobre todo por lo que el primer ministro húngaro ha hecho de él: la universidad encarna como pocas cosas el proceso de erosión democrática que protagoniza desde hace años el Gobierno, que abrió un frente de batalla contra ella en 2017.
La institución, fundada por el filántropo de origen húngaro George Soros en los años 90, fue víctima de los ataques y difamaciones del Gobierno de Orbán por difundir lo que llamaba “ideología de género”. La presión alcanzó tales cotas que la CEU se vio obligada a abandonar el país, concentrarse en su sede de Viena y reducir al mínimo la actividad en Budapest, donde funciona solo como centro de investigación.
Lo ocurrido recobra ahora más actualidad que nunca. Porque a más de 8.000 kilómetros de la ciudad húngara, en Estados Unidos, el presidente Donald Trump parece estar siguiendo el modelo Orbán en su cruzada contra Harvard. No es una excepción: tras 15 años de Gobierno el primer ministro húngaro ha acabado convirtiendo el país en la meca de la ultraderecha populista a nivel global y, aquí y allá, sus líderes se inspiran, le imitan o le elogian sin remilgos. “Es un Trump antes de Trump”, llegó a definirle el exasesor del magnate norteamericano, Steve Banon.
Un momento de la apertura de la Conferencia Internacional de Derechos Humanos, que se celebra en la Universidad Centroeuropea de Budapest.
Las alabanzas a Hungría como modelo a seguir no son ajenas a España, donde basta darse un paseo por la hemeroteca para tomarse con innumerables ejemplos de la admiración que dice sentir el presidente de Vox, Santiago Abascal, por el político del Fidesz. “Querido Viktor, eres un ejemplo para todos”, le dijo ante una audiencia entregada en la cumbre que los Patriotas europeos celebraron en febrero en Madrid. Sin embargo, podría haber sido en cualquier otro lugar o momento. Porque ningún líder de la corriente ultra disimula actualmente su admiración por el primer ministro húngaro, que representa la punta de lanza de una ofensiva en expansión.
La inmigración, el colectivo LGTBI o la igualdad de género son algunas de sus dianas y también los temas que actúan como pegamento entre las diferentes facciones de la ultraderecha, que tienen posiciones divergentes sobre algunos temas como la economía, pero caminan en la misma dirección. Forman parte de una misma constelación de actores que busca restringir las políticas de diversidad y limitar derechos. Y en Hungría lo están consiguiendo: la prohibición de la marcha del Orgullo de Budapest, prevista para el 28 de junio, es el último capítulo de un recorte de derechos LGTBI que no parece detenerse.
Este último giro de tuerca fue aprobado en marzo por el Parlamento húngaro, donde el Fidesz tiene una mayoría de dos tercios. La reforma impide las reuniones o manifestaciones que “contravengan” la llamada Ley de Propaganda anti-LGTBIQ, que prohíbe hablar de diversidad en los centros educativos y la restringe en los medios de comunicación y la cultura. La norma, aprobada en 2021, limita literalmente los contenidos que “propaguen o retraten una divergencia de la autoidentidad correspondiente al sexo al nacer, el cambio de sexo o la homosexualidad”. Sin embargo, los colectivos, que llevan 29 años organizando el Budapest Pride, no se han amedrentado, mantienen la marcha y cuentan con el apoyo del alcalde de la ciudad, Gergely Karácsony, del partido verde Diálogo por Hungría.
El Ayuntamiento de Budapest, donde el alcalde coloca la bandera arcoíris cada Orgullo desde hace siete años.
La deriva autoritaria
Detrás de los recortes LGTBIQ hay todo un proceso que afecta a varios de los pilares clave del Estado de derecho húngaro. Es algo que ha analizado Mirjam Cecilia Sagi, investigadora del Instituto para la Democracia de la CEU, que estos días participará también en la conferencia. “Ha sido una transición de erosión de la democracia continua y progresiva. Durante algún tiempo hemos descrito el sistema político húngaro como un régimen híbrido, lo que significa que celebra elecciones formalmente, pero socava constantemente las instituciones democráticas. Sin embargo, en los últimos años, los académicos lo califican cada vez más de autoritario”, explica.
Casi ninguna institución se ha librado, describe la experta: “Los medios independientes han perdido gradualmente sus licencias y las cadenas de televisión y periódicos privados fueron absorbidos gradualmente por una fundación aliada del Gobierno, consolidando así el control sobre casi 500 medios de comunicación. La Constitución fue reescrita repetidamente y se ha debilitado la independencia judicial mediante la aprobación de varias medidas. Mientras tanto, el control estatal se ha expandido en las escuelas y juntas leales a Fidesz han tomado las riendas de las universidades”.
En medio de este proceso, los derechos LGTBIQ han tomado un papel crucial para Orbán. El centro de investigación húngaro Political Capital ha identificado dos fases en lo que denomina la “movilización” antifeminista y antiLGTBIQ en el país: hasta 2017, el tema no era vertebrador de la política húngara como sí lo era la inmigración y las personas refugiadas, que el primer ministro “convirtió en sus principales enemigos”, pero a partir de entonces Fidesz sí comenzó a “instrumentalizar estratégicamente” la cuestión LGTBIQ para lograr “una movilización política coordinada” que “se ajustó a la narrativa populista de derecha radical basada en chivos expiatorios y enemigos inventados”.
Varias personas pasean al lado del río Danubio, que atraviesa Budapest.
“El Gobierno húngaro utiliza al colectivo LGTBI para obtener poder político dentro de un proyecto más amplio de extrema derecha y con el objetivo de desviar la atención de los verdaderos problemas sociales que [Orbán] no logra revertir”, asegura la socióloga Judit Takács, investigadora del Centro de Ciencias Sociales de Hungría, que cree que aunque el punto de inflexión en el recorte de derechos LGTBI en Hungría se ha producido recientemente, las raíces de las reformas se remontan hasta 2015, cuando Orbán “presentó los temores populares sobre la caída de la natalidad el aumento de la inmigración como una crisis de la familia húngara”. De la familia, claro, tradicional.
En este sentido, la justificación que utiliza Orbán para vender sus políticas pivota en torno a dos argumentos fundamentales, según Cecilia Sagi. “Ha construido una narrativa sobre los valores cristianos tradicionales y la soberanía nacional. Así, afirma que el liberalismo occidental está en decadencia moral y es débil ante las crisis migratorias, de género y globales”. Por contra, promueve “un sistema de valores conservador basado en la religión”, que según asegura “es más sostenible”. “En este marco, la centralización del poder y el control de las instituciones se presentan como una legítima defensa de la identidad y la libertad húngaras”, añade la experta.
La “protección” de la infancia
La música suena parecida en otros rincones del mundo. Y es que las ideas y las estrategias que se aplican o intentan en un territorio suelen ser puestas en común por este tipo de actores ultra en eventos y encuentros internacionales como el Senado acogió en Madrid a finales del año pasado, al que asistieron desde representantes de Vox y el Partido Popular a lobbies trumpistas y miembros del Gobierno húngaro. Los políticos son la cara visible de este entramado, pero detrás existe todo un sistema paralelo de organizaciones, think tanks y centros de estudios que trabajan de “manera orquestada” en pos de la agenda ultra, describe Political Capital.
Entre estos espacios, destaca ahora la Conferencia Política de Acción Conservadora, una cumbre importada de EEUU que desde hace tres años acoge Budapest. A la última, celebrada en mayo, acudió el propio Orbán, también Abascal, el primer ministro eslovaco Robert Fico, la copresidenta de Alternativa por Alemania (AfD), Alice Weidel o el secretario de culto de Javier Milei. En el encuentro, Orbán se dirigió directamente al líder de Vox, al que auguró un auge en las urnas en lo que describió como un “giro civilizatorio” propiciado por el regreso de Trump al poder.
Hungría se ha convertido en un modelo para el resto de la ultraderecha populista a nivel global.
Basta escuchar varios de los discursos que suelen desfilar en las cumbres políticas que reúne a estos actores para observar que las palabras se repiten y que el “ellos o nosotros” vertebra la narrativa mientras se adapta a los contextos de cada país: Santiago Abascal, de hecho, ha utilizado la frase en varias ocasiones haciendo referencia al “sentido común” que supuestamente representa su formación frente al “consenso progre”. La supuesta dicotomía toma otras formas en función del lugar, líder o momento: a un lado, la libertad, la soberanía nacional, la familia tradicional o las “raíces cristianas”; al otro, la inmigración, la “cultura woke”, el género, la Agenda 2020 o las ONG.
Los ecos resuenan de la mano de Abascal y de los grupos ultracatólicos que en España pelean por esta agenda incluso a la hora de justificar sus posicionamientos contra los talleres de educación sexual en las aulas o las leyes LGTBIQ. En Hungría, la Ley de Propaganda antiLGTBIQ fue impulsada por Orbán bajo el pretexto de la “protección de la infancia”, un argumento que ha sido usado reiteradamente por la extrema derecha española para defender el llamado ‘pin parental’ y oponerse a iniciativas concretas de educación en diversidad, muchas de las cuales las asociaciones ultra han llevado a los tribunales. Al estilo húngaro, Vox llegó incluso a proponer en las Corts Valencianas que los libros de temática LGTBI estuvieran “alejados” en las bibliotecas de la sección infantil.
Los lazos no se reducen a una cuestión de valores y propuestas compartidas: hay evidencias de que la formación ultra española se financió con un préstamo del banco húngaro MBH Bank, que tiene como mayor accionista a una firma controlada por el Estado húngaro. Una entidad que, según publicó Reuters, también ha financiado a la francesa Marine Le Pen. Para hacer la revolución ultra hacen falta ideas, sí, pero también dinero.