sábado, julio 5 2025

El Cuidatoriado

Despertó con la cabeza embotada de tanto dormir. “¿Cómo no me han despertado a la hora de siempre?”, se preguntó todavía en duermevela. Palpó el otro lado de la cama y comprobó que estaba vacía. Buscó a tientas el reloj entre los trastos de la mesilla y sólo encontró su móvil exangüe. Por suerte, el mando de la persiana eléctrica descansaba en su sitio, pulsó el botón y sintió la entrada de un fogonazo de luz a medida que sonaba el tableteo de las lamas de aluminio. Consiguió abrir los ojos y vio que el sol estaba muy alto. “Debe de ser casi mediodía”, pensó y recordó que, en apenas una hora, tenía la cita crucial que había estado buscando durante tanto tiempo. Como con un resorte, abandonó la cama, corrió veloz al baño y abrió la ducha. “¡Vaya! no queda papel higiénico” Se metió bajo el agua helada con apenas una raspa de jabón. “¡Cielos! La bombona se ha agotado”. Tiritando, frotó y secó su cuerpo con una toalla húmeda y parduzca que pedía lavadora a gritos.

Regresó al cuarto y abrió el armario para elegir un conjunto fresco de primavera. Nada que hacer. De las perchas sólo colgaban trajes de invierno. En los cajones, no encontró más que ropa de playa y jerséis de lana. “¿Pero dónde están las camisas?”. Acudió al lavadero por si había alguna en la plancha y comprobó que la cesta de ropa sucia rebosaba de prendas para lavar. Tuvo que enfundarse un jersey de algodón con las mangas remangadas para disimular y aliviar el calor. Al buscar los zapatos de debajo de la cama, un paisaje de lanas y pelusas le recordó que la casa merecía una limpieza. A causa del retraso, renunció a los habituales huevos revueltos y tostadas. Se propuso tomar un desayuno rápido de yogur y nueces. Pero la nevera estaba vacía. Apenas vio un tomate mustio que agonizaba en el fondo del cajón de los vegetales y un sobre enmohecido de queso rallado pegoteado en un estante de la puerta. Sólo disponía de diez minutos si quería llegar a tiempo a la reunión de su vida con la que aspiraba a lograr el lanzamiento definitivo de su negocio. Tendría que conformarse con un café de máquina. Naturalmente, nadie había comprado cápsulas por lo que el dispositivo sólo dispensó un chorro de agua caliente.

Ante tamaña catástrofe doméstica, sintió la ira manejando sus manos que tropezaban con el portátil y las llaves de la moto cuando intentaba hacerse con ellas. Apuró el paso y enganchó con premura el picaporte de la puerta para salir a la calle. Cuando tenía medio cuerpo en el descansillo y estaba a punto de cerrar de un portazo, escuchó una voz cascada y temblorosa que, desde algún lugar de la vivienda, pronunciaba su nombre. “Por favor ¿puedes alcanzarme las muletas, vaciar el orinal y traerme la medicación del pastillero? Recuerda que estamos sin ayuda desde hace varias semanas”.

He creado este relato de ficción para imaginar cómo sería la vida diaria de una persona de éxito en el mundo actual, pero privada del apoyo de quienes cubren sus necesidades más básicas, las que apenas se aprecian ni valoran cuando lo cierto es que resultan imprescindibles. Se trata de poner el foco en el trabajo doméstico y el cuidado de personas dependientes o enfermas, una realidad permanentemente presente en nuestros hogares pero inapreciable social y económicamente. Hemos empezado a fijarnos en esta realidad palmaria pero inconsciente cuando la investigadora de la UAM, socióloga, economista y feminista pionera, María Ángeles Durán, nos habló –en el año 2000– del coste invisible del trabajo de las mujeres en la familia a principios. Fue quien acuñó el concepto de “El Cuidatoriado” para definir -todavía con perfiles imprecisos –una nueva clase social de la que toda la población se beneficia y nadie valora ni prestigia aunque merecería ocupar el centro del sistema productivo–. Lo compara con un iceberg, un fenómeno visible únicamente en una ínfima parte mientras la magnitud más considerable está oculta, aunque de ella depende la vida. Según sus cálculos, el trabajo de las personas que desempeñan esa actividad aportan dos terceras partes del esfuerzo productivo del país.

Tras la II Guerra Mundial –en España, después del Plan de Estabilización de 1959– ocurrió que los espacios públicos –fábricas, oficinas, despachos, tribunales, fuerzas armadas, instituciones democráticas, etc.– se beneficiaron del talento, la inteligencia y la fuerza de la mano de obra femenina. Sin embargo, los hogares no vieron llegar con similar ímpetu al relevo masculino que habría de lavar, planchar, cocinar, limpiar mocos, llevar a las criaturas al pediatra, cambiar pañales a los mayores con incontinencia, administrar medicamentos… ni nada por el estilo. Así pues, las mujeres aceptaron –de facto– realizar doble jornada: actuaron en su puesto de trabajo como si no tuvieran familia y cumplieron en el hogar disimulando las exigencias laborales propias de sus puestos. Es llegado el tiempo en que los hombres asuman esta realidad y se incorporen a las tareas de atención a la familia, como ya hacen muchos jóvenes que han iniciado un nuevo y prometedor camino gracias al permiso parental en que se establece, desde los primeros días, una ligazón que será indisoluble con sus hijos e hijas.

A pesar de esos prometedores rayos de esperanza, por desgracia, las cosas no han cambiado mucho todavía y todos los estudios señalan que las mujeres dedican tres veces más tiempo a los trabajos domésticos que los varones. En la terminología socioeconómica moderna, llamamos Los Cuidados al trabajo que se realiza, generalmente, en el hogar pero que incluye mucho más con el objetivo de garantizar el bienestar del grupo o la familia. Es una idea amplísima y resulta, a la vez, etérea y casi imposible de detallar. Implica los trabajos de limpieza y alimentación, cocina y lavandería, avituallamiento y mantenimiento de las instalaciones, además de la crianza de menores, así como atención a las personas mayores o dependientes. En general, contempla también el acompañamiento, las prestaciones sanitarias, psicológica y de enfermería doméstica cuando son necesarias para cualquier miembro de la familia, especialmente, en la adolescencia y la vejez. Todo este cúmulo de tareas, que han venido haciendo las personas denominadas “Amas de Casa”, nunca han sido tenidas en cuenta para el cálculo de las cifras macroeconómicas, tampoco en la microeconomía doméstica. En España, el INE ha calculado que, de pagarse este esfuerzo a quienes lo realizan, el Producto Interior Bruto español crecería hasta un 28,4%.

A pesar de ser la base de nuestra existencia en las sociedades modernas, como no está monetizada, esta labor de soporte del hogar y la familia, resulta inexistente a efectos económicos. Socialmente, estas tareas no cuentan con el reconocimiento que deberían. No hay más que ver que el escaso prestigio social les lleva a decir a las “Amas de Casa” que ellas “no trabajan”, como si su dedicación no fuera de las más difíciles y esforzadas. En cualquier caso, Durán asegura que –toda ayuda es bienvenida– ningún estado tendría solvencia económica suficiente para sustituir al Cuidatoriado, de modo que siempre será necesaria la dedicación entre las personas del grupo familiar, de manera compartida.

Por otra parte, los cuidados y el servicio doméstico que son remunerados están en la base de la pirámide laboral como trabajo no cualificado y es realizado casi siempre por personas inmigrantes, también en su mayoría mujeres. De todos los que emigrantes que llegan a trabajar a nuestro país (el grueso procede de Iberoamérica), el 46% son mujeres que suelen ser agentes económicos activos y casi siempre independientes o con una familia en sus países de origen que viven de sus remesas. El Instituto de las Mujeres señala que existe una alta concentración de ellas en el servicio doméstico y el cuidado a la dependencia. Pero también se constata una sobrecualificación en muchos casos, así como un alto nivel de economía sumergida por la situación irregular de las trabajadoras. Sin duda, es urgente arbitrar medidas para la regularización de esta mano de obra para acabar con los abusos en el sector. Además de ayudarnos a incrementar la tasa de nacimientos, las inmigrantes resuelven un serio problema al ocupar estos puestos de trabajo que cada vez son más necesarios a medida que aumenta la esperanza de vida y crece la población dependiente.