Ni una sola mujer apareció en el traslado de Francisco a San Pedro: la escena demuestra más que mil palabras la marginación, el silencio, la invisibilidad y el ocultamiento de las mujeres en la iglesia católica
¿Quiénes elegirán al nuevo Papa? Estos son los 133 cardenales que votarán en el cónclave
El pasado 23 de abril fui invitado como comentarista del programa La Hora de la 1 de TVE a seguir en directo el traslado del féretro del papa Francisco desde la residencia de Santa Marta, donde vivía, hasta la Basílica de San Pedro, donde ha sido despedido por unas 250.000 personas. Las escenas que vi eran la mejor representación del patriarcado en estado puro que caracteriza y define la estructura jerárquico-piramidal y clerical del catolicismo romano.
Todos los participantes en la ceremonia eran varones: los cardenales vestidos de rojo, los sacerdotes, los portadores del féretro a hombros, la Guardia Suiza y los monaguillos que llevaban los cirios. Ni una sola mujer apareció en todo el recorrido. Su invisibilidad era total. Solo vi a dos mujeres periodistas informando sobre la ceremonia: Marta Carazo, directora del Informativo de las 9 de la noche de TVE, enviada especial estos días a Roma para informar in situ y en directo, y Begoña Alegría, corresponsal de TVE en Roma. La escena demuestra más que mil palabras la marginación, el silencio, la invisibilidad y el ocultamiento de las mujeres en la iglesia católica. Me cuesta entender cómo no había mujeres en tan solemne ceremonia de la despedida de Francisco cuando fueron ellas, y no los discípulos varones, quienes acompañaron a Jesús en los trágicos momentos de su crucifixión.
Esto sucede después de 12 años de pontificado del papa Francisco, que se caracterizó por revolucionar la doctrina social de la iglesia con un pensamiento político, económico y social revolucionario, que denunció el neoliberalismo como injusto en su raíz, pero apenas hizo cambios en el reconocimiento de la igualdad y la justicia de género y en la fata de protagonismo de las mujeres, que siguen siendo personas subalternas en el organigrama eclesiástico. Se cumple así la ley de todas las revoluciones: lo prioritario es el cambio de estructuras políticas, sociales y económicas, el cambio en la situación de las mujeres puede esperar, por muy discriminatoria que sea. Estamos ante el borrado de las mujeres de la faz masculina de la iglesia católica.
El cónclave, otra muestra más
La institución del cónclave para elegir al papa, vigente desde la Edad Media, es otra prueba más del patriarcado en el catolicismo. En esta práctica anacrónica sin luz ni taquígrafos,133 cardenales que carecen de representación popular cristiana se encerrarán para elegir al nuevo papa en un acto que transgrede todos los principios de la democracia. El Papa nombra a los cardenales sin participación alguna del pueblo de Dios. Los obispos son nombrados por el Papa sin consultar a las diócesis para las que son destinados. Los obispos nombran a los párrocos sin consulta previa a los “fieles”.
Muchas personas -y yo entre ellas- se preguntan cómo es posible que el Papa que va a dirigir (“pastorear”, se dice en el lenguaje eclesial) a 1.400 millones de católicos y católicas sea elegido por un reducido grupo de notables, todos varones, todos clérigos, todos célibes, que a su vez han sido elegidos por el Papa (también varón, en este caso el 80% por Francisco y el resto por Juan Pablo II y Benedicto XVI). Esta forma de elección no puede ser más aristocrática, patriarcal, antidemocrática y clerical. ¿Dónde quedan los deseos y la opinión del resto de las personas católicas? La Iglesia que defiende la democracia en la sociedad no la practica en su seno. Estamos ante una grave incoherencia.
Resultado: la Iglesia católica funciona como una perfecta patriarquía en la que las mujeres son excluidas de los espacios de poder, donde se toman las decisiones más importantes, del ámbito de lo sagrado, de los lugares donde se elabora la doctrina teológica y moral, incluso en aquellos temas que les afectan directamente, de muchas de las funciones ministeriales, de la administración de los sacramentos y, por supuesto, de la representación de Dios y de Jesús de Nazaret, reservada solo a los varones, en este caso a los clérigos.
A esto cabe añadir que las mujeres no son consideradas ciudadanas eclesiales, ni reconocidas como sujetos morales con autonomía para tomar sus propias decisiones y actuar en conciencia y conforme a la ética liberadora del Evangelio. Son comparsa, cristianas subalternas. ¿En qué queda, entonces, la igualdad de todos los cristianos y cristianas por el bautismo? ¿En qué queda la declaración de la igualdad de Pablo de Tarso: “Ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús?” Una declaración que el filósofo de la esperanza Ernst Bloch llamaba “la Primera Internacional de la Igualdad”.
De la eclesialidad se ha apropiado la jerarquía eclesiástica en contra de la imagen de la Iglesia como comunidad de mujeres y hombres iguales conforme a los orígenes del cristianismo originario y al Concilio Vaticano II, que define a la Iglesia como comunidad de creyentes y pueblo de Dios. A la vista del análisis que acabo de hacer parece claro que no se trata de un pueblo de soberano, sino sometido a la jerarquía eclesiástica.
Durante sus doce años de pontificado ¿mutó Francisco la lógica excluyente de las mujeres en la Iglesia católica por la inclusiva? Creo que no. Intentaré argumentar la respuesta en un siguiente artículo.