domingo, abril 20 2025

Una noche con las personas que duermen en el Aeropuerto de El Prat: «Es una mierda pero es mejor que la calle»

El sinhogarismo en esta infraestructura se ha cuadruplicado durante los últimos años, por lo que la Generalitat ha impulsado un protocolo para hacer frente a la situación y sustituir un convenio que lleva sin renovarse desde 2022

La Generalitat, Aena y los ayuntamientos de Barcelona y El Prat cooperarán para abordar el sinhogarismo en el aeropuerto

Cae la noche en Barcelona y decenas de personas se aglomeran en la parada de buses de la plaza Espanya. Muchos son trabajadores que vuelven a casa. También hay no pocos turistas que se alojan en el área metropolitana. En medio del gentío, hay dos personas que no entran en ninguna de esas categorías.

Él tiene casi 50 años y ella pasa de los 60. Llevan una maleta y una bolsa de plástico con algo de comida. Se suben a la línea 46, la que lleva al Aeropuerto y que, a diferencia de los Aerobuses que cuestan casi 8 euros, es de precio público y prácticamente desconocido por los turistas. A las 21:30 de la noche, va prácticamente vacío. Sólo hay trabajadores y algún viajero que sabe el truco. Y ellos. Pero ellos no van a tomar ningún avión.

Son dos de las 150 personas sin hogar que, según cálculos del Ayuntamiento de El Prat, pernoctan cada noche en el Aeropuerto. Una cifra que se ha cuadruplicado en los últimos cinco años y que crece de manera más o menos proporcional a la de personas sin hogar en Barcelona.

La mayoría de las que acaban en el Aeropuerto pasan el día en la ciudad y por las noches toman el transporte público, como ellos dos. Nada más subirse al bus, ambos se quedan dormidos y es el conductor quien les despierta al llegar a la T1, no sin antes recorrer el vehículo para asegurarse de que no queda nadie más. “Es lo de cada noche”, asegura en un susurro.

Al salir, toman uno de los carritos para cargar maletas y se dirigen hacia la planta de Llegadas, que es la más tranquila, según cuentan. Se funden entre decenas de turistas que van y vuelven y que no se percatan de su presencia. Cansados y cargados, se camuflan perfectamente entre quienes esperan un vuelo a esas horas de la noche.

Al poco, encuentran un lugar para establecerse. Cada noche puede cambiar, no hay sitios asignados. El hombre se va a una sala anexa en la que a esas horas no hay nadie y mira al vacío. Ella le espera sentada con su maleta bajo los pies, haciendo un crucigrama. Es su madre.

No le apetece mucho hablar, le duele la cabeza tras una mala noche. ¿Qué pasó? “Los guardias de seguridad se llevaron todas nuestras cosas. No sé por qué. Estoy muy cansada de esto”, dice en portugués. Cuenta que lleva cerca de un año durmiendo en el Aeropuerto.

“Es terrible y no es la primera vez que pasa”, asegura Mohamed, un joven marroquí que se ha instalado a unos metros de ella. “Desaparecen cosas. Es verdad que hay gente aquí que roba a veces, pero es por necesidad. El verdadero problema son los [de seguridad] de Aena, que a menudo nos gritan y nos amenazan y nos tiran las cosas. Y no en las basuras de afuera, sino en las de dentro [en las zonas de personal] para que no las podamos recuperar”, sostiene.

Desde Aena aseguran que no tienen constancia de estos incidentes. Sobre las amenazas, apuntan que, de conocerlas, la empresa “no ampararía ni permitiría que se produjeran conductas así”. También afirman desconocer si sus empleados han sustraído las pertenencias de las personas sin hogar, pero apuntan que “por higiene y seguridad” cualquier bulto debe ser retirado.

Esto lo saben bien quienes pernoctan allí. Cada vez que alguien debe ir al baño o quiere salir a fumar o a tomar el aire tiene dos opciones: llevarse sus pertenencias consigo o bien avisar a algún compañero para que le eche un ojo, tal como hace Mohamed con los bártulos de un hombre asentado unos metros más allá.

Este marroquí de 32 años hace un mes y medio que duerme en el Aeropuerto. Lleva 20 años en España. Primero se afincó en Málaga, donde trabajó de cocinero para mantener a sus cuatro hermanas, que siguen en su país de origen. Pero se quedó en paro y vino a buscarse la vida en Barcelona, con la intención de quedarse con un amigo. Pero este jamás le acogió y acabó recalando en el Aeropuerto hasta encontrar algo mejor.

“Primero dormí en la playa, pero me robaron todo. Y pensé que aquí estaría más tranquilo. Es una mierda, pero es mejor que la calle”, asegura. Él tiene pocas pertenencias, todas caben en una bolsa de mano, que descansa, como él, sobre una manta tendida en el suelo. Aprovecha para cargar su teléfono mientras tiende unos pantalones negros sobre una barandilla cercana después de lavarlos en el baño. “Son para el trabajo. Empiezo mañana, como segurata en una perfumería”, dice, esperando que ese trabajo le dure y pueda sacarle del sinhogarismo.


Más de 150 personas pernoctan regularmente en el Aeropuerto de Barcelona

Sin atención de Servicios Sociales desde 2022

Hace años que personas como Mohamed pernoctan en el Aeropuerto, ya que es un lugar resguardado, con una temperatura estable y lleno de cámaras de seguridad que previenen de sufrir ataques. También está lleno de personas con maletas, así que pueden llevar todas sus pertenencias consigo, cosa que no es posible en la mayoría de albergues. Pero de un tiempo a esta parte, la situación se ha agravado y cronificado en muchos casos, aunque seguía pasando desapercibida.

Pero eso cambió el pasado febrero, cuando se iniciaron una serie de dispositivos durante los que el personal de seguridad de Aena echa a estas personas del Aeropuerto para limpiar las instalaciones. La primera de estas actuaciones -que contó con presencia de los Mossos d’Esquadra y técnicos municipales de El Prat y Barcelona- fue a finales de febrero, a las puertas del Mobile World Congress.

El presidente de Aena, Maurici Lucena, aseguró que el dispositivo nada tuvo que ver con el evento, sino que se basaba en unas operaciones de saneamiento. “AENA se siente concernida por las personas que pernoctan en nuestras infraestructuras, los aeropuertos están pensados como lugar de paso, no para ofrecer de forma estructural soluciones de pernoctación”, expresó.

Más de un mes después, los desalojos se siguen produciendo cada tres o cuatro días, según han explicado las personas sin hogar y las entidades. “Nos despiertan sobre las dos o las tres de la madrugada y nos echan porque tienen que desinfectar, como si fuéramos cucarachas”. Después de eso, algunos se van a dormir al parque cercano, pero la mayoría se quedan en las inmediaciones para volver a entrar a las pocas horas, tal como explica Mohamed y confirman fuentes conocedoras de lo sucedido durante estas acciones nocturnas.

Estos dispositivos levantaron las críticas de entidades como Arrels, que afearon a Aena y a las administraciones competentes que actuaran “desde una óptica securitista en lugar desde la atención social”, en palabras de Eva Hobeich, responsable del equipo jurídico. La letrada también asegura que “la falta de coordinación no es excusa”.

El Aeropuerto es un lugar complejo, ya que las competencias están divididas entre el Estado, la Generalitat, los ayuntamientos de las dos ciudades que acogen la infraestructura y Aena, la empresa pública que la gestiona. Por eso, hace años se firmó un pacto que establecía el marco de acción de los Servicios Sociales tanto del Govern como de los consistorios de El Prat y Barcelona. Fruto de este acuerdo, se realizaban visitas y atención periódicas al centenar largo de personas que duermen en el Aeropuerto.

“Estamos hablando de personas muy vulnerables que no reciben ningún recurso social. Muchos casos se han enquistado de una manera preocupante”

Eva Hoibich
Responsable jurídica de Arrels

Pero hace casi tres años que el convenio está pendiente de renovación y, desde entonces “no hay ningún servicio social en activo en el Aeropuerto”, tal como reconocen desde el Ayuntamiento de Barcelona. La presencia de técnicos y educadores en esta infraestructura se limita a actuaciones puntuales derivadas de dispositivos concretos como los desalojos de madrugada.

“Estamos hablando de personas muy vulnerables que no reciben ningún recurso social. Muchos casos se han enquistado de una manera preocupante”, asegura Hobeich. Tras la polémica, la Generalitat se activó y propuso un nuevo pacto para volver a coordinar las acciones necesarias y abordar la situación. El convenio, que todavía no está firmado -ni tiene fecha a la vista para cerrarse- debería contar con un aporte de 516 millones anuales por parte de la Generalitat.

Invisibles entre los turistas

La gente que pernocta en el Aeropuerto llega a eso de las 22h, cuando la mayoría de vuelos ya han despegado y aterrizado y queda poca gente en las instalaciones. A partir de esa hora, se instalan en el suelo, en bancos o se parapetan entre cajeros. Y pasan totalmente desapercibidos a ojos de los turistas que pasean y esperan. Sólo se percatan de las más de 60 personas que este lunes pernoctaron allí cuando este medio les fotografía o habla con ellos.

Ahí vienen las caras de sorpresa -y, en ocasiones, de desprecio. “Aquí no nos molesta casi nadie, no como en la calle”, sostiene Mohamed. Según la organización HATEnto, el 47% de personas sin hogar sufrieron algún tipo de agresión física mientras dormían en la calle en 2023. El riesgo de que eso suceda disminuye sustancialmente en el Aeropuerto gracias a las cámaras de seguridad y a que los presenten ni los ven.

Dos hombres de mediana edad comen un bocadillo en las mesas de un restaurante al lado de un grupo de turistas asiáticos que piensan que son viajeros como ellos. Un padre y un hijo sentados en el suelo mirando el móvil a pocos metros de un hombre que hace lo mismo, pero estirado sobre una manta. Otro saca dinero de un cajero, sin notar a la mujer que duerme tras él. “Son casi invisibles”, sostienen las entidades.

Lo son, pero solo para el resto del mundo. Entre ellos se ven. Y algunos tienen la suerte de conocerse y preocuparse los unos de los otros. Así lo cuenta Mohamed, que se apresura a ir al encuentro de la mujer portuguesa cuando nota que su hijo está visiblemente afectado. Se une a otros compañeros que se han acercado para saber si necesita algo, alguno con un jersey en la mano, dispuesto a dejárselo para que no pase frío esta noche.

“Es una mierda. Creo que a veces debemos sufrir demasiado para conseguir lo que queremos. O sólo para salir adelante”, asegura el joven marroquí. Él fue cocinero y quiere volver a serlo. Es su sueño. Ese y poder ir algún día al Camp Nou a ver al Barça. “Estoy en una mala racha. En una muy mala. Pero sé que va a ser la última”, sostiene, con mirada decidida aunque ya casi vencida por el sueño.