sábado, marzo 15 2025

Un balcón a la memoria en la Puerta del Sol

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El balcón más famoso de Madrid está en la Puerta del Sol. Debajo del reloj más conocido de España, el que da las campanadas de las uvas, cada Nochevieja. Justo encima del kilómetro cero, donde arrancan las antiguas carreteras “nacionales”, hoy autovías de la red radial. Es el balcón de un edificio con tanta historia como falta de memoria: la Real Casa de Correos, la actual sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid.

El martes 14 de abril de 1931, en ese mismo balcón de la Puerta del Sol, se proclamó la Segunda República Española. Allí estaba entonces el Ministerio de la Gobernación. Fue también en ese edificio donde el último Consejo de Ministros de Alfonso XIII vivió el recuento de las elecciones municipales del domingo 12 de abril de 1931, que ganaron los partidos republicanos. Fue en esa noche electoral, en una reunión informal de ese mismo gobierno monárquico, cuando el ministro de Estado Álvaro de Figueroa, el conde de Romanones, preguntó al general Sanjurjo por “el estado de ánimo de la Benemérita”. La respuesta que le dio el entonces director de la Guardia Civil no fue la esperada: “Hasta ayer sábado, por la tarde, respondía de ella absolutamente; después de estas elecciones….”. 

Al día siguiente, el lunes 13 de abril, el gobierno monárquico vencido en las urnas se dio cuenta de que ya no había marcha atrás. Era una derrota que no esperaban. Aquella era la primera ocasión en la historia de España en la que el caciquismo fallaba y un gobierno perdía las elecciones. Pronto fueron conscientes de que no quedaba otra opción que el exilio de Alfonso XIII, que el propio conde de Romanones recomendó al Borbón. Aunque también hubo en ese consejo de ministros otras voces que le aconsejaron no huir, a pesar del mayoritario rechazo popular. El ministro de Fomento, Juan de la Cierva, fue quien más abiertamente lo planteó: “Hay que constituir un gobierno de fuerza, implantar la censura y resistir”, dicen los historiadores que defendió.

El hijo mayor de Juan de la Cierva, de nombre también Juan, fue el inventor del famoso autogiro, y también uno de los golpistas, que tuvo su papel en el alquiler del avión Dragon Rapide con el que Franco se puso al frente de la sublevación. El segundo hijo de Juan de la Cierva, Ricardo de la Cierva y Codorníu, fue una de las víctimas de la Guerra Civil que ese golpe de Estado provocó: fusilado sin juicio previo por milicianos republicanos en las matanzas de Paracuellos del Jarama, en noviembre de 1936, durante los primeros meses del sitio de Madrid. El nieto de Juan de la Cierva, Ricardo de la Cierva y Hoces, fue censor con la dictadura, breve ministro de Cultura –apenas ocho meses con la UCD de Adolfo Suárez– y también el historiador revisionista que con más ahínco y menos rigor justificó los crímenes del franquismo. Y el bisnieto de Juan de la Cierva, Chema de la Cierva, se hizo famoso hace dos años, por popularizar en televisión el “que te vote Txapote” durante una entrevista donde también insultó a Pedro Sánchez y amenazó de muerte a un equipo de TVE.

Pero volvamos al balcón de la República –yo siempre lo llamaré así–. Pese a sus muchos intentos, el ministro Juan de la Cierva no logró convencer a Alfonso XIII de que usara la fuerza para resistir. El pragmático conde de Romanones –no te pierdas la biografía de este intrigante político que escribió la periodista Mar Abad– era consciente de que la monarquía no contaba con los apoyos suficientes, ni siquiera en el Ejército o la Guardia Civil. Fue el conde quien negoció con los republicanos el exilio del Borbón, que huyó por carretera a Cartagena y después salió de España en un barco para no volver jamás. Ese mismo martes, 14 de abril, Niceto Alcalá-Zamora tomó posesión como presidente provisional de la Segunda República. Y lo hizo frente a una multitud congregada en la Puerta del Sol, desde el balcón del entonces Ministerio de la Gobernación.


Una muchedumbre se agolpa en la Puerta del Sol de Madrid durante el acto de proclamación de la II República, el 14 de abril de 1931

Dentro del edificio, al otro lado de ese balcón de la Segunda República, hoy hay un gran recibidor. Es el salón de gala donde se recibe a las autoridades, donde también está el libro de honor de la Comunidad de Madrid. A la izquierda de ese gran salón, según se mira desde la Puerta del Sol, está la sala donde se reúne el Consejo de Gobierno de la Comunidad de Madrid. Y a la derecha, siempre en la planta noble del edificio, se encuentra la zona destinada a la presidencia de la Comunidad de Madrid: el despacho de Isabel Díaz Ayuso y el espacio que ocupan sus asesores y asistentes. Entre otros, el despacho de su jefe de gabinete, Miguel Ángel Rodríguez.

MAR es de los que aún fuma en el despacho, a pesar de la ley que lo prohíbe. Suele hacer siempre la misma broma, también a políticos de izquierda que se han reunido con él y que contemplan, pasmados, el humo del lugar: “¡Esto es lo menos ilegal de todo lo que hacemos aquí!”, ironiza el propio MAR. 

Pero la historia de este simbólico edificio no pasa solo por su balcón, ni por su planta noble. Su etapa más siniestra tiene como protagonistas los sótanos del edificio, los calabozos, que fueron el principal centro de detención y tortura policial de la dictadura. Allí tuvo su sede la Dirección General de Seguridad, la DGS; el kilómetro cero de la represión franquista.

En octubre de 1940, el jefe de la Gestapo, Heinrich Himmler, viajó a Madrid. La mano derecha de Adolf Hitler fue invitado por el primer director general de seguridad de la dictadura del franquismo, José Finat y Escrivá de Romaní. El motivo de su visita fue, precisamente, la colaboración policial entre ambos fascismos. La Gestapo fue clave en la persecución del exilio español, en la Francia ocupada. Agentes como Pedro Urraca –del que ya te hablé en una carta anterior– persiguieron y cazaron a decenas de líderes republicanos que fueron trasladados a España y después ejecutados, como el president de la Generalitat Lluís Companys. 

En el archivo de ABC, hay una foto del mismísimo Heinrich Himmler en el balcón de la Puerta del Sol. Fue tomada el 20 de octubre de 1940: menos de una década después de la proclamación de la Segunda República en ese mismo lugar. 

El nazismo no solo ayudó a la DGS con la persecución de los exiliados republicanos. La Gestapo también entrenó la policía franquista en las más brutales técnicas de tortura. Y durante décadas, ese mismo edificio, a cuyo reloj millones de españoles encomiendan su buena suerte cada 31 de diciembre, se convirtió en el palacio del terror del franquismo. 

¿Hay un símbolo mayor de la desmemoria española que el hecho de que la mayoría de los ciudadanos ignore que ese reloj con el que brindamos cada Nochevieja corona el edificio donde estuvo el principal centro de represión y tortura de la dictadura? 

¿Por qué no hay una placa? ¿Por qué no se enseña en las escuelas? ¿Por qué la democracia ha fallado en esta mínima obligación?

Los crímenes contra los derechos humanos en la DGS no terminaron en los años 40 y 50. Siguieron durante toda la dictadura, también en la década de los 70. Allí también tenía su sede la Brigada Político Social, con agentes como Antonio González Pacheco, ‘Billy el Niño’, que murió en la cama impune. Miles de personas fueron torturadas en esos calabozos. Varios de ellos –no hay apenas datos porque el franquismo borró buena parte de esos crímenes– fueron asesinados también. La impunidad siguió incluso durante los primeros años de la democracia: allí también desapareció ‘El Nani’, un delincuente común que fue torturado –probablemente hasta la muerte– en ese mismo edificio de la Puerta del Sol

“Es incómodo para el Gobierno de Madrid recordar que su sede fue un centro de torturas policiales”, explica el historiador Pablo Alcántara, autor del libro ‘La DGS, el palacio del terror franquista’. “Allí se han instalado placas que recuerdan el 2 de mayo de 1808, a las víctimas del 11M o a los muertos por la COVID, pero a pesar de que víctimas y asociaciones llevan tiempo pidiéndolo, no hay ninguna que recuerde lo que allí ocurrió durante el franquismo”, explica Alcántara. 

¿Fumar en el despacho, como hace MAR? Es solo una pequeña ilegalidad. El Gobierno de Ayuso también ha decidido incumplir la reciente ley de Memoria Democrática, y también la orden ministerial que declaró al edificio de la “Extinta Dirección General de Seguridad franquista” como lugar de memoria democrática.

Isabel Díaz Ayuso se niega a obedecer esta ley, al más puro estilo del procés catalán. Y en su campaña en contra de instalar una simple placa en homenaje de las víctimas de esas torturas –la declaración como lugar de memoria democrática no obliga a mucho más–, ha decidido comprar lo peor de la propaganda franquista: equiparar la brutal y sangrienta represión de la dictadura con la Segunda República.

“Desde la Casa de Correos se ordenaron las checas y el asesinato de miles de personas”, asegura Ayuso. La Comunidad de Madrid ha llegado a producir un vídeo desarrollando esta misma idea, con la colaboración de varios expresidentes madrileños. Aún no sé cuánto se han gastado en este infame documental. Sospecho que más de lo que costaría la placa que no quieren instalar.

La acusación de Ayuso, además, es falsa: no hubo ninguna checa en la Puerta del Sol. La presidenta de la Comunidad de Madrid va más lejos que la propia propaganda de la dictadura: ni siquiera en los documentos de la Causa General del franquismo se asegura algo así. Y también es falso que la República alentara desde ese edificio –entonces el Ministerio de Gobernación– la sangrienta violencia de las checas de Madrid: milicias izquierdistas, armadas para la defensa de la ciudad, que asesinaron a miles de personas durante los primeros meses del sitio de Madrid, durante el verano y el otoño de 1936. Fue una deriva revolucionaria que las autoridades republicanas no buscaban y que después frenaron. “La República armó a los milicianos para defender Madrid, no para hacer la revolución”, explica el historiador Fernando Jiménez Herrera, autor de ‘El mito de las checas: historia y memoria de los comités revolucionarios (Madrid, 1936)’.

En el fondo, esta nueva guerra cultural de Ayuso, con claros guiños al franquismo sociológico que representa Vox, no es otra cosa que el enésimo intento de desviar la atención. Para que no hablemos de los negocios y el fraude fiscal de su pareja, de su ático, de la corrupción del caso FP o de su negligente gestión de la pandemia, que hizo de Madrid la región de toda Europa con mayor mortalidad. O de las 7.291 personas que murieron abandonadas en las residencias de Madrid. 

Tal vez debería haber dedicado mi carta de este sábado a estos otros asuntos, de los que he escrito en innumerables ocasiones, y volveré a escribir. Pero creo que también es necesario explicar estas cosas, para que no se olviden. 

Ojalá el próximo 31 de diciembre, cuando celebres el año nuevo, tú también recuerdes todo lo que pasó en el balcón y en los sótanos que están debajo de ese bonito reloj de la Puerta del Sol.