viernes, enero 10 2025

En EEUU va a empezar la ‘democracia fantástica’

La regulación europea obliga a las redes sociales a un compromiso con la información veraz. Yo espero que en Bruselas ya estén trabajando para obligarle a mantener los controles de verificación

Así empieza la segunda era Trump: los primeros abismos los crean quienes quieren congraciarse con él. Ya lo están haciendo, mira cómo colocan su sillón en el sentido de la historia. Mira a Mark Zuckerberg: ha encontrado una oportunidad de negocio en el juego sucio. Y va con ello. Nadie le obliga: la servidumbre voluntaria es ya lo más temible de los años boreales que vamos a vivir.

Estos son los hechos: después de la primera victoria de Donald Trump en 2016 se acusó a Facebook de haber contribuido a ella. Zuckerberg pidió disculpas públicas y tomó medidas para contener las falsedades y la desinformación. Implantó eso que llamamos “moderación de contenido”. El escándalo de Cambridge Analytica en 2018 demostró el poder político de las redes. Zuckerberg siguió disculpándose y tratando de mejorar el sistema de verificación de su red. Hasta hoy. 

Ahora ha decidido zafarse de los sistemas de verificación argumentando que no funcionan y que son una forma de censura. En primer lugar, es falso. Funcionan y han disuadido a millones de usuarios de leer y difundir contenidos falsos. A veces fallan, sí; pero eliminarlos es como derogar el código penal porque sigue habiendo asesinos: un disparate. En segundo lugar, limitar las falsedades no es censurar. Cada vez que Zuckerberg o Elon Musk afirman que la libertad de expresión consiste en permitir por igual la libre difusión de verdades y mentiras muere un ángel en el cielo de Platón. Demuestra lo fácil que es convencer a mucha gente de una falacia si se tienen los medios.

Zuckerberg los tiene. Meta, su empresa matriz, dispone de Facebook, Instagram, Threads y Whatsapp, pero en los últimos años sus proyectos empresariales han fracasado. Se inventó ese mundo virtual del metaverso, en el que nadie quiere estar. Ha tratado de innovar implantando inteligencia artificial en sus redes sin éxito. En abril se enfrentará en los tribunales a acusaciones de monopolio en el mercado de las redes sociales, en un caso que comenzó hace cuatro años, cuando adquirió Whatsapp e Instagram. Últimamente, su única forma de crecer ha consistido en comprar, incluso con malas prácticas. No le está yendo bien. 

Cuando por las noches se ve a solas con su talento, Mark Zuckerberg siente miedo: hace tiempo que no tiene una idea innovadora. Del miedo nace su servidumbre voluntaria. Ha visto claro que debe virar su estrategia de negocio: a partir de ahora se centrará en sostener los intereses del presidente de Estados Unidos. Y bajo el manto protector del poder político confía en seguir ganando dinero. Hay que reconocer que la operación le ha salido barata. Si Elon Musk invirtió más de 275 millones de dólares en la campaña de Trump, Zuckerberg sólo ha puesto uno. 

Los demás lo pagaremos caro. La decisión de Musk de poner Twitter (ahora X) al servicio de la mentira y la desinformación, nos va a parecer un juego de niños. Si con 586 millones de usuarios activos en el mundo, Twitter ha logrado un estropicio considerable, pensemos en lo que puede conseguir Zuckerberg: Facebook tiene 3.000 millones de usuarios activos; Instagram, 2.000 millones; WhatsApp, otros 2.000, (mucha basura informativa se difunde en chats privados); Threads se acerca a los 300 millones. 

La regulación europea obliga a las redes sociales a un compromiso con la información veraz. Yo espero que en Bruselas ya estén trabajando para obligarle a mantener los controles de verificación. La verdad no es europea o americana, no es de izquierdas o de derechas, pero sí es uno de los pilares que sustenta el sistema democrático. En un delicado equilibrio, las piezas se sostienen unas a otras: los hechos sustentan las instituciones y las instituciones refuerzan la confianza. La democracia resiste cuando mucha gente trabaja bien para que los hechos sean la materia prima con que se toman las decisiones: periodistas, jueces, científicos… Por más que se haya acuñado ese espantajo de la ‘democracia iliberal’, sabemos que no existe una democracia sin libertades (tampoco sin razones, irracional). En estos años boreales que vamos a vivir, vamos a ver un nuevo régimen: la ‘democracia fantástica’, esa que prescinde de la realidad y que Trump, con sus servidores voluntarios, inaugurará dentro de diez días.