Según Anders, esa mañana de agosto de hace 80 años nació “la obsolescencia del hombre”. Su reflexión es más pertinente que nunca en la era de la Inteligencia Artificial (IA). La bomba atómica nos convirtió en la primera generación capaz de terminar con todas las generaciones
Hace hoy 80 años, “exactamente a las ocho y quince minutos de la mañana del 6 de agosto de 1945, hora japonesa, en el momento en que la bomba atómica destelló sobre Hiroshima, la señorita Toshiko Sasaki, empleada del departamento de personal de la Compañía de Estaño de Asia Oriental, acababa de sentarse en su lugar en la oficina de la planta y estaba girando la cabeza para hablar con la muchacha del escritorio de al lado.” Así lo narró John Hersey en un reportaje publicado en The New Yorker un año después. Hoy, ‘Hiroshima’ se puede leer en forma de libro (y lo recomiendo).
Durante mucho tiempo me preguntaba por qué esa narración micro de Hersey, que se detiene en cómo la empleada Sasaki gira la cabeza, capta de forma rotunda lo que sucedió. Murieron 140.000 personas, ¿qué importancia tiene un gesto, un cuello, unos ojos? Lo comprendí al leer a Gunther Anders. No hay otra forma de hacer digerible al entendimiento humano 140.000 muertos, y la gigantesca destrucción de la bomba salvo llevándola a la piel de un cuerpo humano.
Según Anders, esa mañana de agosto de hace 80 años nació “la obsolescencia del hombre”. Su reflexión es más pertinente que nunca en la era de la Inteligencia Artificial (IA). Hay un presente en el que los humanos dedicados a dibujar, escribir libros o hacer terapia de salud mental, por citar sólo algunas profesiones, están (estamos) quedando obsoletos. En un futuro cercano, muchos trabajos desaparecerán, se modificarán radicalmente las relaciones humanas, la identidad y la vida. Pero eso no es lo más grave.
La bomba atómica nos convirtió, advierte Anders, en la primera generación capaz de terminar con todas las generaciones. El desarrollo de la IA -orientado a seguir aumentando la concentración de dinero y poder-, casualmente entronca con el corazón de la preocupación de Anders. Nuestra tendencia a estetizar y mercantilizar incluso las catástrofes más profundas neutralizan su impacto moral. O dicho de otro modo, el alborozo general con los dibujos del Estudio Ghibli generados por IA neutraliza el impacto real de esa tecnología.
La humanidad se había vuelto capaz de llevar a cabo acciones cuyos efectos no era capaz de imaginar, dice Anders. Pero ¿y si hubiera un error en su razonamiento? ¿Y si no hubiera delimitado bien la responsabilidad? En ‘La obsolescencia del hombre’, habla de “un mundo sin nosotros”, de fuerzas tecnológicas que operan más allá de “nuestra comprensión” y “nuestro control”. Coincido en su observación, pero en el caso de la IA, no hay una “humanidad” responsable de su desarrollo, sino un puñado de empresas (también fue un país el que desarrolló la bomba atómica y la lanzó).
No existe ese mundo en el que un global “nosotros” está jugando en el abismo. Lo que hay es un puñado de hombres blancos, ricos, poderosos y, desde hace unos meses, más cercanos que nunca al poder gubernamental en su país, que sí tienen el control. Es fundamental que delimitemos bien su responsabilidad. Lo contrario falsea la realidad: como si todos hubiéramos lanzado la bomba sobre Hiroshima, o estuviéramos diseñando una tecnología medioambientalmente insostenible, cuyas consecuencias desconocemos. Asumir una responsabilidad que no es nuestra equivale a liberar de ella a quienes realmente la tienen.
Este es el núcleo del debate sobre la caducidad de lo humano 80 años después de Hiroshima. La brecha entre nuestra agencia moral y nuestro poder tecnológico es cada vez mayor, pero 8.000 millones de humanos no podemos velar por las consecuencias morales de la IA. Sencillamente es imposible. Es a los dueños de las empresas que la están desarrollando -con el lucro como objetivo primordial- a quienes cabe exigirles toda la responsabilidad. Y son los gobiernos de los países democráticos quienes deben ponerle coto.
Como señaló Anders, la brecha entre tecnología y moral no es coyuntural. Y en 2025 es nuestra condición permanente. La solución es cultivar lo que Anders llamó la “imaginación moral” y exigírsela a quienes la están desarrollando. Sus creaciones no pueden superar nuestra comprensión: de lo contrario otra bomba atómica caerá sobre otra Hiroshima. La alternativa es la eliminación gradual de la propia agencia humana, o por decirlo en palabras de Anders, un mundo en el que los humanos nos volvamos obsoletos frente a las invenciones de un puñado de empresas.