Un estudio con pacientes pediátricos muestra los efectos beneficiosos en pérdida de peso y mejora de salud cardiovascular de usar liraglutida; los investigadores plantean echar mano de los nuevos fármacos cuando cambiar el estilo de vida no es suficiente
Hacia el fin del “pesocentrismo” en la consulta médica: profesionales proponen ir más allá del índice de masa corporal
Casi un 2% de los adolescentes entre 12 y 14 años en España tiene obesidad severa, un problema que trae de cabeza a los pediatras porque, llegados a este punto, es frecuente que aparezcan enfermedades asociadas y las intervenciones para cambiar el estilo de vida y la alimentación no siempre tienen éxito. El uso de fármacos, como WeGovy, siempre ha sido un asunto delicado y es aún residual, según la Asociación Española de Pediatría: faltan estudios para la edad pediátrica –solo está autorizado para mayores de 12 años–, tienen efectos secundarios y no están financiados por la sanidad pública.
Un grupo de médicos del Hospital Universitario Nuestra Señora de la Candelaria (Tenerife), encabezados por la especialista en nutrición infantil Mónica Ruiz Pons, plantea que se valore el tratamiento farmacológico “en casos seleccionados” en los que se haya constatado, tras un mes, que la intervención habitual ha fracasado. Hacen esta recomendación tras comparar los resultados en pérdida de peso entre adolescentes a los que, además de pautas de vida saludable, se les prescribió liraglutida (un análogo del receptor GLP-1, parecido a la semaglutida) y otros, con el mismo cuadro clínico, que siguieron solo un programa para cambiar sus hábitos de alimentación y ejercicio físico.
“El grupo tratado farmacológicamente experimentó una pérdida significativa de peso: casi la mitad (48,4%) logró reducir más de un 5% su IMC, y el 29% superó incluso el 10%. En el grupo control, apenas un 3% alcanzó el 5% de reducción, y solo un 1% logró el 10%”, apunta el estudio publicado en la revista Anales de Pediatría. Además de bajar el peso, que es un indicador pero no lo es todo, estos pacientes tratados mejoraron sus niveles de insulina, el índice HOMA-IR (indicador de resistencia a la insulina), los triglicéridos y la presión arterial sistólica. También se redujeron los adolescentes en situación de prediabetes.
Usar estos fármacos fue precisamente uno de los puntos calientes del último Congreso de la Asociación Española de Pediatría. Los especialistas coincidieron en que las altas prevalencias de obesidad en niños, niñas y adolescentes obligan a aparcar la “espera vigilante” y “pasar a la acción” a partir de los seis años. Un 8% de los chicos y chicas de 12 años –más ellos que ellas– presentan obesidad y más del 20% tienen sobrepeso.
Entre las actuaciones recomendadas, aparte de la intervención nutricional, la actividad física y terapia psicológica conductual, incluyeron también los fármacos en los casos más severos. Incluso se planteó también como una opción la cirugía bariátrica para estas situaciones complejas. Aunque ninguna de estas medidas se contempla para menores de 12 años.
“Históricamente, las únicas herramientas para tratar la obesidad en adolescentes han sido la dieta y el ejercicio, pero sabemos que en los casos más graves las medidas suelen fracasar porque ya hay obesidad severa, un componente ansioso y muy baja autoestima. Es un círculo vicioso”, explica Ruiz Pons, que trabaja como pediatra en la Unidad de Nutrición Infantil y Enfermedades Metabólicas del Hospital Universitario Nuestra Señora de Candelaria.
La Agencia Europea de Medicamentos (EMA) aprobó en 2021 la liraglutida –comercializada bajo la marca de Saxenda– para los pacientes mayores de 12 años, pero en España la financiación pública incluye a los pacientes mayores de 18 años con diabetes tipo 2. Los menores con obesidad pueden tratarse con este fármaco siempre bajo prescripción médica, pero sus familias deben asumir el precio porque la indicación para perder peso no está dentro de la cobertura del Sistema Nacional de Salud. 180 euros por inyecciones para un mes. En 2024 se sumó la semaglutida –con el nombre comercial WeGovy (Ozempic, muy parecido, no está indicado para adolescentes)– con un precio similar.
El precio y los efectos secundarios
El uso todavía limitado en adolescentes responde a varios motivos. Por un lado, por los efectos secundarios, sobre todo gastrointestinales (dolor abdominal, náuseas, vómitos y diarrea). “No son muy importantes, pero en algunos casos hace que se tenga que abandonar el tratamiento”, señala Julio Álvarez Pitti, coordinador del Grupo de Obesidad en niños y adolescentes de la Sociedad Española de Obesidad (SEEDO) y jefe del servicio de Pediatría del Consorcio Hospital General Universitario de Valencia.
Pero también por el precio porque “muchas familias no se pueden plantear ni comentar el tratamiento y en otras, aunque hayan iniciado, no pueden mantener el ritmo durante largos periodos, como es necesario en muchas ocasiones”, continúa Álvarez Pitti. El hecho de que no esté financiado puede provocar, según los especialistas, que se profundice en la brecha de clase de la enfermedad, más prevalente entre poblaciones de rentas bajas en todas las edades. “Potencia el efecto que ya estamos viendo a la relación de pobreza y obesidad”, apunta el pediatra.
“Hay otra cosa con la medicación: parece que acudir a intervenciones farmacológicas es un fracaso del pediatra o culpa del niño o de su familia. Culpabilizar a los pacientes es tremendo. Se imbrican muchas cosas. Parece que tienen un alto peso porque no controlas lo que comes y no haces ejercicio”, sostiene Ruiz Pons. En todo caso, ambos pediatras subrayan que dar medicación siempre debe ir acompañado de “una intervención intensiva, en cambio, de hábitos”.
Un acompañamiento psicológico precario
Sin trabajar este costado, no se deberían ofrecer los fármacos. Y el acompañamiento a los adolescentes no siempre es el adecuado. Sobre todo en lo psicológico. “En nuestra unidad no tenemos psicólogo así que enviamos a los pacientes a las unidades de salud mental de Atención Primaria que lo ven en seis meses o un año. La infraestructura es precaria”, lamenta Ruiz Pons.
El bullying escolar es uno de los problemas “más gordos” que ven en la consulta. Algunos niños y niñas tienen que cambiarse de colegio por el maltrato psicológico. “La imagen social de la persona obesa se basa en que es irresponsable con lo que come, lo que acrecienta mucho la culpabilidad, el rechazo y la baja autoestima y los críos pasan mucho tiempo en el colegio”, dice la pediatra.
“Teniendo en cuenta la prevalencia, el impacto que tiene a nivel físico y emocional, el sufrimiento que produce, la pérdida de calidad de vida y, a largo plazo, la disminución de la esperanza de vida, desde el punto de vista de SEEDO debería ser un medicamento financiado” para adolescentes“, asegura Álvarez Pitti, que se apoya en las nuevas guías canadienses de tratamiento de la obesidad, que sí recomiendan valorar iniciar tratamiento añadido al cambio de hábitos.