sábado, agosto 2 2025

‘Devuélvemela’, los directores de ‘Háblame’ se consagran como imprescindibles del terror contemporáneo en su segunda película

Danny y Michael Philippou, dos hermanos oriundos de Australia, dieron mucho que hablar en 2023 con su debut y han demostrado que tienen mucho que aportar al género

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Los mayores defensores del Oscar a Mejor película de Todo a la vez en todas partes centran el argumentario en que sus directores, los Daniels, han sabido leer la actualidad audiovisual con su historia sobre multiversos. Elogian que la Academia recompensara en 2023 un acercamiento tan aparentemente lúcido al frenético tráfico de imágenes que nos rodea hoy día, y que tendemos a asumir como la cotidianidad de las nuevas generaciones. Y acaso lo elogian (¿lo elogiamos?) con algo de voluntarismo, el necesario para defender que los Daniels hayan conectado con la Generación Z pese a superar ambos la mitad de la treintena. Es decir, pese a ser milenials de tomo y lomo.

Es un problema habitual. Quitando el curioso caso de Cooper Raiff —que con apenas 25 años llegó a firmar en 2022 un posible título de culto, Bailando por la vida—, en el ecosistema estadounidense nos seguimos topando con un tapón generacional. Ante la falta de oportunidades de los más jóvenes, sus vivencias solo pueden ser representadas por la generación posterior, intentando hacerles justicia con documentación, inquietud y ese mismo voluntarismo que tanto marcó la recepción de Todo a la vez en todas partes. No es algo que implique para nada un fracaso automático: hay obras que logran calar entre los zoomers pese a ser firmadas por figuras que los contemplan bien desde un esteticismo absoluto —Sam Levinson en Euphoria preocupándose más por el cine de los 70 que por retratar bien a la chavalería—, bien desde una franca condescendencia.

En este último caso podríamos hablar de Muerte muerte muerte, donde Halina Reijn y la escritora Kristen Roupenian (49 y 43 años respectivamente) se lo pasaron en grande exhibiendo la estupidez ególatra de un grupo de jóvenes. Son abordajes, por otro lado, que muy raramente tratan de modularse según la particular relación con el audiovisual que hayan establecido aquellas personas nacidas a principios de los 2000. Y cuando lo hacen, intentan a la desesperada que se note. Gia Coppola, para reírse de los influencers en Popular (2020), utilizó planos pixelados y emojis. No son códigos que a los hermanos Philippou les interesen en absoluto y, sin embargo, resulta obvio desde que debutaron hace un par de años con Háblame dónde tienen depositada la mirada.

Danny y Michael Philippou son dos cineastas australianos y pertenecen a la generación milenial. Son hermanos gemelos nacidos en 1992 que se han especializado en el cine de terror juvenil, sin necesidad de apabullar con una sucesión histérica de imágenes y trucajes digitales. Y aun así, son hoy por hoy una de las pocas garantías de que la expresividad del cine de terror se está moviendo, que está cambiando “de generación”. Devuélvemela, aun careciendo necesariamente del impacto de su debut, es otra prueba extraordinaria de cómo le han tomado la medida a un posible presente.

La magia de RackaRacka

Puede que los Philippou no pertenezcan a la Generación Z, pero seguramente hayan establecido un contacto muy estrecho con ella a través de YouTube. Porque esta, al margen de la solidez de las películas que hacen, es su gran particularidad: en buena parte de Internet son más conocidos como RackaRacka, un dúo de youtubers que hace poco hicieron un cameo en el videojuego Death Stranding 2 convocados por el siempre espabilado Hideo Kojima, y que antes de hacer cine llevaban cerca de diez años publicando vídeos de muy variado pelaje. Algunos, como su serie sobre un Ronald McDonald asesino, mezclaron el terror y la comedia. Otros, como House of Racka, se ciñeron al día a día con sus colegas en una mansión que pudieron comprarse cuando el canal triunfó.


Sally Hawkins en ‘Devuélvemela’

Todo nos suena porque es el estándar youtuber —incluso han auspiciado combates de boxeo amateur, estilo La Velada—, aunque el camino de los Philippou empezó a desviarse muy pronto, según probaron a formar parte del equipo de Jennifer Kent en Babadook. Este filme de 2014 es, naturalmente, uno de los grandes clásicos recientes del género, y hay quien lo considera parte del “terror elevado” —es decir, esa etiqueta de imposible liquidez que señala alternativamente títulos con gran énfasis en lo formal, lo psicológico o lo político— siendo más interesante para lo que nos ocupa que esto motivara el acercamiento de los Philippou a la productora local Causeway. Háblame y Devuélvemela han sido desarrolladas por Causeway, con la providencial distribución del sello que más se preocupa por sentar tendencia o algo parecido: A24.

Sin alejarnos de Babadook, lo cierto es que los Philippou no dejan de practicar el terror psicológico. Y desde luego su puesta en escena es muy elaborada, solo que no a la manera de un Ari Aster o un Robert Eggers. El terror elevado puede remitirnos a unos planos de composición tan matemática —tan abocada a aparecer descontextualizada en redes sociales—, que llegan a transmitir una frialdad higiénica, acompasados por un montaje tirando a lento. Los Philippou, por el contrario, prefieren un estilo más orgánico. Acaso influidos por la edición de sus vídeos, no tienen miedo de excederse con el corte ni de enfatizar a través de él los elementos que más les interesen.


Sally Hawkins en ‘Devuélvemela’

Su estilo es fragmentado y, como mueven mucho la cámara, se instala en un ritmo propio que nos recordaría a la velocidad con la que solemos consumir imágenes: un ritmo scroll que por ejemplo preocupa lo suyo a los Daniels. Solo que no es exactamente eso. Los Philippou no buscan el ruido, sino una cualidad sinuosa. Han recurrido a Geoff Lamb tanto en Háblame como en Devuélvemela para un montaje pensadísimo, que encadena y enriquece significados descartando la rapidez farragosa de Instagram o TikTok. En Háblame se notaba en especial el contraste con las dinámicas de Internet, por cuanto los Philippou mostraban de vez en cuando a los protagonistas posteando contenido en las redes sociales. Redes sociales que, a su vez, devenían centrales en la trama.

El tratamiento psicológico del cine de los Philippou es asimismo muy particular, pues hasta ahora se ha ceñido a las desventuras de adolescentes acechados por la muerte que, acostumbrados como están a manufacturar una imagen de sí mismos para sus redes, son plenamente comunicativos sin que

esta comunicación sea honesta del todo. Porque pueden estar equivocados, o tan traumatizados como para que sus diálogos transmitan una dolorosa alienación que los Philippou reflejan con plena empatía. Este es, quizá, el auténtico factor diferencial de su cine.

Terror Z

Los Philippou han acostumbrado en estas dos películas, por último, a someter a personas menores de edad a sufrimientos desmedidos y crueles. No les tiembla el pulso a la hora de matar niños, vaya, sin que esto indique tanto una querencia por la crueldad como una interiorización de los códigos de alguien igualmente asiduo a torturar infantes, Stephen King. El novelista siempre se ha preocupado por definir los carácteres de los protagonistas de forma ajena a la intriga de terror, estableciendo que antes que personas condenadas a pasar miedo, son personas sin más. La intuitiva escritura de los Philippou respeta eso, y se apoya asimismo en la condición ética del relato.

Rechazando los discursos sobre el nihilismo de las nuevas generaciones —discursos que manejaba la citada Muerte muerte muerte u otra reciente película muy antipática, como es Bottoms (2023)—, Háblame y Devuélvemela pasan por ser fábulas de un gran caudal humanista, adentrándose ambas en la pérdida y el duelo. Háblame, en particular, jugueteaba con cierta moralina al tratar una especie de ouija desmadrada como una metáfora de la adicción, algo que Devuélvemela deja de lado. La segunda película de los Philippou no quiere cargar las tintas con alguna posible problemática social, lo que tiene sus cosas buenas —es menos determinista, da más espacio a que los personajes se guíen por sus decisiones—, a la vez que se condena a ser algo menos memorable.


Danny y Michael Philippou durante el rodaje de ‘Devuélvemela’

Un problema notorio de Devuélvemela —aparte de lo feo de su título— es que los Philippou no la han desarrollado con la ambición que exhibía Háblame. Aquí los hermanos habían introducido con acierto una imaginería propia —esa mano disecada a través de la cual podías hablar con los muertos— y la habían querido conjugar con la batería audiovisual que asociaban a la juventud. Devuélvemela no juega tanto con la forma más allá de algún coqueteo con las grabaciones en vídeo —un regreso tímido al found footage (metraje encontrado) de finales de los 90, capaz eso sí de helar la sangre puntualmente—, pues prefiere plegarse a un relato cuyo problema no es tanto que no sea muy original (tampoco lo era Háblame), como que parece sometido a un férreo autocontrol.

Devuélvemela nos presenta a un hermano y una hermana ciega que tras la muerte de su padre han de alojarse con una inquietante familia de acogida: la que forman una extraña mujer (Sally Hawkins dando todo un recital del mal rollo) y otro niño que ha adoptado antes y sufre algún tipo de trastorno. El afinado retrato de todos estos personajes y sus relaciones favorecerá una narración de fluidez admirable, esclareciendo progresivamente el misterio para volver a indagar en nuestra resistencia a dejar ir a quienes queremos, y en cómo esta actitud puede crear monstruos.


Danny y Michael Philippou en el set de rodaje de ‘Devuélvemela’

Quitando alguna solución facilona en el clímax, el potencial espeluznante de Devuélvemela vuelve a situar a los Philippou a años luz de cualquier otra película contemporánea de terror comercial. Frente a la claudicación del género a las fórmulas y las franquicias que se obstinan en ser reconocibles, Devuélvemela se empeña en que cada plano y cada corte genere un profundo desasosiego, sin que este deseo impresionista coarte una vocación narrativa o incluso poética.

Solo por cómo los Philippou tratan el agua en esta película —acumulando diversos sentidos a través de rimas visuales y fugas que lindan lo abstracto— bastaría para proclamar aquello que terminan de confirmar sus guiones de arquitectura modélica, su meditada puesta en escena y su preocupación por los personajes: son justo lo que necesita el género de terror para ser relevante a día de hoy. Para sentirse rejuvenecer.