viernes, julio 18 2025

‘A cuatro patas’ no es la mejor novela del año, pero Miranda July tiene a todos hablando de ella

La nueva obra de la escritora ha polarizado a la comunidad lectora, que no encuentra consenso u opinión definitiva sobre la misma

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La nueva novela de Miranda July A cuatro patas, que Random House acaba de publicar en castellano y Angle Editorial en catalán con el título De cuatre grapes, ha dividido a la comunidad lectora. De momento, el debate se ha dado sobre todo en el mundo anglosajón (en inglés se publicó el año pasado), pero el número de críticas, tanto buenas como malas, que se pueden leer en las redes españolas crece a buen ritmo. Por ahora, ha conseguido un 3,47 sobre 5 en la red social Goodreads, propiedad de Amazon, que sirve como buen medidor de popularidad.

Las alabanzas hiperbólicas de medios respetados como The New York Times, que la ha catalogado como “la primera gran novela sobre la perimenopausia”, o The New Yorker, que la escogió como la mejor del año, han avivado la discusión. ¿Es realmente para tanto? ¿Es “un puñetazo en el estómago” como dijeron en LitHub? ¿Es un libro ‘necesario’ (si es que alguno lo es)? Quienes han firmado las reseñas tienen sus razones, conocimientos y experiencia para definir la novela de una u otra manera, pero eso no significa que tenga la verdad absoluta y, cómo no, se puede discrepar. De hecho, es deseable.

Hay dos perspectivas desde las que analizar la novela: la forma y el contenido. ¿Es A cuatro patas un libro excelente en cuanto a técnica? No tanto, pero es correcta. Traducida al castellano por Luis Murillo Fort y al catalán por Bel Olid Báez, contiene algunas frases dignas de subrayar, pero también otras que se podrían haber eliminado (las casi 400 páginas deberían haber sido 200). El arco de ciertos personajes no es demasiado coherente, la presencia de otros no tiene demasiado sentido y hay ciertos fallos de rácord, pero no es para tirarla a la basura por estar mal escrita. La autora no solo ha logrado una voz única, divertida y perspicaz, sino que ha construido un universo propio a lo largo de su carrera. Puede que sus películas, sus performances o sus textos no gusten a todo el mundo, pero solo ella puede hacerlos así.

Sin embargo, lo verdaderamente interesante del libro es el contenido. De entrada,el planteamiento de A cuatro patas no es enrevesado: la protagonista acaba de cumplir 45 años, está casada, tiene une hije (género no binario) de siete años y es una artista medianamente conocida. Para darse un capricho por su cumpleaños, decide atravesar el país en coche, desde Los Ángeles a Nueva York: durante seis días conducirá ocho horas por jornada hasta llegar a Manhattan, donde ha reservado una habitación en el hotel Carlyle. Estará fuera de casa dos semanas y media.

Pero cuando se para a echar gasolina en Monrovia, una pequeña ciudad a pocos kilómetros de su casa, el plan se va al garete. El deseo por un joven al que conoce por casualidad hace que reserve una habitación en un motelucho, la redecore a su gusto y se replantee su existencia. Hasta aquí un recorrido por la trama del libro con piruetas para evitar los spoilers.

Fantasías y levantamiento de pesas

Por supuesto, July no ha escrito una novela tan anodina como parece en su resumen, sino que ha escrito una historia con múltiples capas. Una de las más controvertidas pero esencial es la de la sexualidad. El relato de la protagonista no escatima en detalles: cómo y las veces que se masturba, cuáles son sus fantasías, cómo es el cuerpo de sus amantes, qué posturas practican, cuánta es la intensidad de sus orgasmos. Hay fluidos corporales, órganos que se dilatan, escenas perturbadoras con orina y tampones sin aplicador de plástico (lo más extraño es que la protagonista no usa copa menstrual o compresas de tela) y juguetes sexuales de colores. No es porno ni erotismo, es sexo sin metáforas.

Algunas de las críticas más ácidas que le han hecho a July son al respecto de estos pasajes. Por excesivos y porque parece que son las pulsiones sexuales las que dirigen los pasos de la protagonista. Ella vive con su marido Harris en una bonita casa residencial junto a su hije Sam, y desde fuera parecen la representación de la familia normativa feliz. Pero el matrimonio duerme separado (hay sitio de sobra en su residencia) y mantienen relaciones sexuales una vez a la semana a costa del esfuerzo de ella, que no tiene ninguna gana. La protagonista solo alcanza el clímax gracias a las fantasías con las que aliña esos encuentros y la masturbación, una situación que cambia al salir de su rutina y crear esa ‘habitación propia’ donde se permite explorar nuevos deseos y posibilidades vitales. Es decir: está en el ecuador de su vida (en teoría, porque no sabe cuándo puede terminar) y hace balance.

Pero es al volver a casa cuando la protagonista encuentra —o más bien le dan— una explicación más o menos racional a lo que le sucede: las hormonas. No podía obviar esa realidad al indagar en la vida íntima de una mujer cisgénero de mediana edad en el mundo occidental. A partir de ahí se obsesiona con gráficos que muestran un cataclismo descendente de la libido a partir de los 45 años, se apunta al gimnasio y entrevista a sus amigas al respecto de su experiencia en ese tránsito biológico en ese cuarto del motel decorado a su antojo. Es decir, sigue las instrucciones que cada día reciben las mujeres (en las redes sociales, en las revistas, en la consulta del ginecólogo, en los anuncios publicitarios, en el gimnasio, allá a donde vayan) que están en su misma situación: ejercicios de fuerza para mantener la masa muscular y cuidar los huesos, terapia de reemplazo hormonal (TRH) para el insomnio y los sofocos, ayuda psicológica. Si hasta hace unos años la menopausia era tabú, de un tiempo a esta parte la explicación para todo es la perimenopausia.

Miranda, Miranda, Miranda

La protagonista de A cuatro patas no tiene nombre pero podría llamarse Miranda, de apellido July. Las similitudes entre la autora y el personaje son obvias: July también es madre de una persona no binaria llamada Hopper, a quien ha criado con su marido en la misma casa aunque ya no eran pareja. Tiene una novia, baila delante de la cámara y sube los vídeos a Internet y tiene 51 años, como la protagonista cuando termina la novela. Ella dice que es ficción cuando le preguntan —todo el rato—, al igual que Lena Dunham insiste en que solo el 5% de lo que sucede en su última serie Too Much (Netflix) es autobiográfico.


Miranda July, en una imagen de archivo

El término autoficción aún tiene —pese a las excesivas vueltas que se le ha dado al asunto— algo de peyorativo, en especial cuando se trata de obras firmadas por mujeres. Pero July, que es muy lista, ha aprovechado para sacarle más partido aún a su novela e impulsar otros aspectos de su trabajo. En su cuenta de Substack (donde tiene más de 50.000 suscritos) habla con sus lectoras, comparte experiencias y desmenuza detalles de su vida cotidiana. El 7 de julio, por poner un ejemplo, animó a sus seguidores a escribir sus metas semanales en la sección de comentarios y explicó que los suyos eran: “terminar este ensayo sobre archivos y terminar de prepararlos para M., avanzar con los planos de la casa, mantenerme activa, conectar plenamente con el niño, seguir tomando notas de mis asuntos internos y hacer algo ‘gratis’ fuera de casa”. Miranda siendo Miranda, especial y a ratos insoportable. Además, la adaptación de la novela a la televisión ya está aprobada.

Han pasado casi 20 años desde que publicó en España su primer libro de relatos Nadie es más de aquí que tú (Seix Barral, 2009), diez de su primera novela El primer hombre malo (Random House, 2015) y casi 15 desde el experimento de no ficción que realizó junto a la fotógrafa Brigitte Sire Te elige (Seix Barral 2012), que la editorial Comisura acaba de reeditar. Su primer largometraje Tú, yo y todos los demás ganó el Premio Especial del Jurado en el Festival de Sundance 2005 y la Cámara de Oro en el Festival de Cannes, algunas de sus obras forman parte de la exposición permanente del MOMA de San Francisco y formó parte de la serie Portlandia, una joya de la ironía audiovisual que alguna plataforma de streaming debería rescatar.

Se trata de un recorrido rápido y superficial por su trayectoria porque uno más detallado requiere un artículo aparte. Para quienes no hayan transitado por el universo de July solo hay una recomendación acertada: escojan cualquiera de sus trabajos –su última novela, mismamente– y disfruten de ese placer inofensivo pero jugoso de pillarle un poco de tirria.