miércoles, julio 16 2025

Geografía discursiva de Madrid

Sabemos bien que un líder político no defiende la violencia explícitamente. Pura estrategia: ellos azuzan a otros, mientras se cuidan de ingresar en prisión

Quería alejarme, pero vivimos en un país que hace imposible salir de Madrid. Se puede abandonar el suelo, eso sí. Todo está lleno de salidas: Madrid la construyeron para hacer fácil la huida. Pero eso importaba en otro tiempo, cuando la geografía física era lo relevante; hoy todo lo define la geografía discursiva. Por eso es imposible salir de Madrid.

También es verdad que no acerté: emprendí camino hacia el sur, y llegué a apenas 130 kilómetros de Torre Pacheco, no muy lejos de El Ejido. Los brotes racistas tienen su querencia. Quería recomendaros la última novela de Nicolás Muñoz Avia: El día que mamá rompió un plato. Habla de ese momento en la vida de una mujer en que decide hacer lo que le da la gana. Lo hace con humor y ternura: es lectura perfecta para el verano, por eso me la traje.

Mirando al Mediterráneo parecía inequívoco que habíamos dejado atrás Madrid. Quería también recomendaros Un tranvía llamado deseo, de Tennessee Williams, aún en el Teatro Español (de Madrid, sí). El texto ya sabíamos que es soberbio y Natalie Poza, simplemente, se transforma. Declama su última línea Blanche Dubois (“siempre he dependido de la bondad de los extraños”), y se marcha dejando un rastro de amargura. Cae el telón. Estallan los aplausos. Poza agradece los aplausos y aún lleva la soledad de Blanche en la cara. Esas tardes mágicas ocurren en el Madrid físico.

Quería escribir de ese Madrid, sus frases y sus boquerones. Siempre he dependido de la bondad de los extraños. Qué paradoja: hay que alejarse de Madrid para escribir de su mar y su sintaxis. Pero ni aun así. El Madrid discursivo irradia su ruido racista y violento: da significado político a lo que ocurre no muy lejos de aquí.

Decíamos que Santiago Abascal era de ultraderecha y difundía discursos de odio. Ahora ya no fabrica odio. Está legitimando la violencia. Por suerte, somos una sociedad entrenada para identificar los discursos justificatorios de la violencia, porque los escuchamos durante décadas en España. Es curioso ver cómo riman unas violencias con otras, por distintas que sean.

Le preguntaron a Abascal si condenaba la violencia en Torre Pacheco. Respondió esto: “Condenamos la violencia importada por el bipartidismo y todas las consecuencias violentas que se producen por responsabilidad exclusiva del PP y el PSOE (…). Nuestra condena a las políticas del bipartidismo y a la manipulación de los medios de comunicación es total y sin ambages”. Sabemos bien que un líder político no defiende la violencia explícitamente. Pura estrategia: ellos azuzan a otros, mientras se cuidan de ingresar en prisión. Para identificar a los defensores intelectuales y políticos de la violencia hemos de desempolvar el manual:

Si a un líder político le preguntan por una violencia concreta y responde con una violencia abstracta, la está justificando.

Si están teniendo lugar ataques en un pueblo específico de España y esgrime una supuesta violencia estructural en todo el país, la está justificando.

Si le preguntan por agresiones físicas y en su respuesta critica políticas públicas, la está justificando.

Si los autores de los ataques son de ultraderecha racista y él se los atribuye a dos partidos políticos, la está justificando.

Si frente a la violencia concreta, real y específica, acusa de violentos a los medios de comunicación, está tratando de blindarse frente a las críticas de legitimar la violencia.

Si la justifica de forma reiterada, la está incentivando.

Durante años, la sociedad española exigía a la izquierda abertzale vasca que condenara la violencia: es la forma elemental de mostrar compromiso con la democracia. La democracia hunde sus cimientos en la convicción de que, por más diferente que piense otro, no voy a eliminarlo. Si crees en la violencia, no crees en la democracia: es sencillo.

El Madrid discursivo es la espiral del eterno retorno. Las discusiones regresan, pero no son las mismas. Habrá que hacerlas productivas. Habremos de exigir a todos los partidos que condenen la violencia: no es ni siquiera un cordón sanitario, sino un elemental compromiso con las reglas del juego. Para proteger a personas concretas: migrantes y españolas, incluidos aquellos cuyas madres llegaron de otro país hace tiempo. Y confiaron en la bondad de los extraños, como se hizo siempre en Madrid.