viernes, julio 18 2025

Esas casas de lujo y veranos en barco que nunca tendremos: por qué las ‘vidas de ricos’ aún enganchan

La ficción sobre millonarios sigue seduciendo pese al hartazgo de que en la vida real es una excepción incómoda que apenas logra desviar nuestra atención de un lujo que, aunque nos aleja, también nos anestesia: «Cada casa gigante nos aleja durante un rato del piso de alquiler que se come el sueldo»

Bienvenidos a la privatización del fresquito: el negocio de alquilar piscinas y jardines frente al calor del cemento

]Una vez superado el impacto inicial que supuso la desaparición definitiva (nada lo es más que la muerte) de Mr. Big de la vida de Carrie Bradshaw, los fieles de la serie Sexo en Nueva York se dispusieron a disfrutar de la secuela And Just Like That. Sin embargo, algo fallaba y no solo eran los guiones forzados que recuperaron personajes o sustituyeron otros por sucedáneos para disimular agujeros como el que dejó Kim Cattrall. Era algo menos evidente aunque estaba ante los ojos de todos los espectadores: la ostentación. Si bien sus heroínas nunca habían pasado penurias precisamente, en la ficción original la protagonista vivía en un apartamento y no en una casa de lujo de dos plantas con jardín privado. La pregunta clásica de cómo una periodista se podía pagar un piso en Manhattan ahora tiene una respuesta sencilla: con lo que ganó con su trabajo y la fortuna que heredó de su marido.

Laura F., seguidora del programa desde el principio, explicó en una conversación con elDiario.es que la nueva serie no le gustaba porque “son todas demasiado ricas y es muy aburrido”. Precisamente, esa es la afirmación que Sophie Gilbert hizo a principios de junio en The Atlantic: el dinero está arruinando la televisión. “La idea es crear una serie de cuadros visuales —comenta al respecto de And Just Like That— que muestren todo lo que se puede comprar con dinero, como si la serie fuera un número especial animado de Vogue o Architectural Digest”.

Según su exposición, las cuentas de banco abultadas no solo han hecho que la secuela no tenga gracia, sino que la han hecho más conservadora pese a los esfuerzos de los creadores por aumentar la diversidad racial y la presencia de personas queer en los guiones. Si antes se ensalzaban los éxitos laborales de las protagonistas ahora parece que han sucumbido a “ideales financieros sacados de Edith Wharton: las mujeres que ganaron su propio dinero (Miranda y Seema) por alguna razón no tienen suficiente (spoiler: todavía parecen tener mucho), mientras que las que se casaron con dinero (Carrie, Charlotte, Lisa) se desenvuelven con naturalidad en una serie de almuerzos, eventos benéficos y viajes de glamping, con algo de trabajo creativo añadido para variar”.


La cocina de Carrie Bradshaw en la tercera temporada de ‘And Just Like That’.

Cada casa gigante y muy luminosa, cada hotel de lujo que aparece en la ficción, nos aleja durante un rato del piso de alquiler que se come el sueldo porque cuesta un riñón

Francesc Miró
periodista cultural y autor de ‘El arte de fabricar sueños’

Por supuesto, no es la única ni la primera ficción audiovisual centrada en la vida de los ricos. Falcon Crest, Los ricos también lloran, Downton Abbey, Sensación de vivir o Gossip Girl, por nombrar solo algunos, fueron grandes éxitos televisivos que se han convertido en clásicos. Pero en los últimos años, la lista ha crecido considerablemente con títulos como Succession, Big Little Lies, Saltburn o The White Lotus. Incluso la divertidísima Loot, protagonizada por Maya Rudolph, se cuestiona si el dinero da la felicidad. Una vez más.

Muchas de esas producciones presentan a sus personajes como seres despreciables que merecen arder en el infierno y no todas tienen una calidad que justifique sus elevadas cifras de audiencia. ¿Por qué triunfan (de momento)? Para Francesc Miró, periodista cultural y autor del libro El arte de fabricar sueños (Barlin Libros), la cuestión va más allá del evidente placer de odiar a los poderosos, que también. “Todas estas series tienen una puesta en escena en la que el lujo y el ostento de una serie de bienes materiales forma parte natural del entorno. Está en cada encuadre, en cada espacio que comparten sus protagonistas”, explica.

Esos escenarios provocan una sensación de bienestar porque parece real aunque la vida del espectador jamás se vaya a acercar a ese estatus. “Cada casa gigante y muy luminosa, cada hotel de lujo que aparece en la ficción, nos aleja durante un rato del piso de alquiler que se come el sueldo porque cuesta un riñón, y que te ahoga en más de un sentido porque tiene humedades y el casero no quiere arreglarlas”, afirma.

Nos encanta verlos porque en realidad nos explican los motores que mueven a nuestra sociedad y que hacen que sigamos madrugando sin suicidarnos

Raquel Peláez
periodista y autora de ‘Quiero y no puedo. Historia de los pijos de España’

Raquel Peláez, que ha escrito el libro Quiero y no puedo. Historia de los pijos de España (Blackie Books, 2024), opina en la línea de Miró. Para ella, los personajes de And Just Like That y los de Succession son “una especie de arquetipos máximos del capitalismo, con las pulsiones y vicios típicos de dichos arquetipos hipertrofiadas. En Succession el empresario todopoderoso que trata a todo el mundo, incluso a sus propios hijos, como marionetas. En And Just Like That, las mujeres de clase alta con vidas bastante ociosas y aficiones que representan estatus (de comprar moda cara a ir de vacaciones a paraísos lejanos). Según ella: ”Nos encanta verlos porque en realidad nos explican los motores que mueven a nuestra sociedad y que hacen que sigamos madrugando sin suicidarnos“.


Tom Wambsgans y los hermanos Roy en ‘Succession’.

Las influencers también presumen (en un barco)

La ostentación no solo ha inundado las pantallas televisivas, sino que también lo ha hecho en las pantallas de los móviles. Parte de la fauna influencer también goza de jactarse en sus perfiles de las redes sociales de que nadan en la abundancia. De hecho, el verano es la estación en la que más se esfuerzan por mostrar lo bien que viven porque entra en juego un poderoso accesorio: el barco. Ya en el año 2009, el grupo musical satírico The Lonely Island creó para el Saturday Night Live la canción I’m On a Boat, en la que se cachondean del tema: “Tengo una pashmina afgana con temática náutica / Soy el rey del mundo en un barco como Leo / Si estás en la orilla, entonces seguro que no eres yo”.

En 2018, el actor Brays Efe publicó un vídeo que se hizo viral en el que también ironizaba sobre el hecho de la aparición, como setas en otoño, de barcos en las publicaciones de las redes sociales. Y tocaba una tecla esencial: “¿Tenéis todas un barco? (…) Entonces es que vuestros amigos tienen barco ¿no? ¿Dónde están esas personas?”. Uno de esos amigos (o socio de negocios) de las ‘influs’ fue C. Tangana cuando, en 2021, lanzó el videoclip de su canción Yate: en él se veía al artista rodeado de mujeres en bañador y bikini, entre las que figuraban famosas como miles de seguidores en redes como Ester Expósito, Jessica Goicoechea, Miranda Makaroff o Marta Luque. Las críticas, que le cayeron por todos lados —a María Pombo no le gustó nada el clip—, le vinieron muy bien para viralizar su canción, que dice: “Estás en un yate / Y el champán está helado”.

¿La opulencia desbocada en redes no será un poco como los accidentes de coche, que uno sabe que no le va a hacer bien mirar pero que no puede evitarlo?

Lorena Macías
publicista y creadora de la cuenta @hazmeunafotoasí

Más recientemente, en abril, otra pandilla de amigas influencers protagonizaron otra polémica en redes relacionada con un transporte marítimo, en este caso un crucero de lujo. El viaje formaba parte de la despedida de soltera de Susana Bicho, exconcursante de realities como La isla de las tentaciones, en la que participaban famosas online como Marta Riumbau, Sara Guzmán, Dulceida y Alba Paul o José Obando. Por lo visto, el viaje —que pasaba por Miami, República Dominicana, Puerto Rico y Bahamas— estaba patrocinado por la cadena de cruceros y los usuarios se enzarzaron en discusiones acerca de la honestidad de las publicaciones y la petulancia de la acción en sí misma.

La publicista Lorena Macías es la responsable de la cuenta de Instagram @hazmeunafotoasí, donde se encarga de señalar (con humor) las prácticas dudosas de las creadoras de contenido en Internet. Y también de analizar las reacciones o consecuencias de estas malas prácticas para sus protagonistas. En una de sus publicaciones indaga, precisamente, en los efectos que las críticas tuvieron en el número de seguidores de las influencers que se montaron en el mencionado crucero. Y resulta que el revuelo se tradujo en un aumento de seguidores, comentarios, likes y visualizaciones, por lo que ella lanza la pregunta: “¿La opulencia desbocada en redes no será un poco como los accidentes de coche, que uno sabe que no le va a hacer bien mirar pero que no puede evitarlo?”. Según los resultados, parece que sí.

Identificarse en la pantalla

La periodista Rebecca Shaw escribió una columna en The Guardian en la que explica que pese a que creció con series y películas como Clueless, la que realmente le marcó fue Roseanne. “Las historias sobre personas con poco poder no son tan brillantes, ni tan agradables a la vista, ni tan ambiciosas en el sentido tradicional. Pero son aspiracionales porque te muestran cómo superar los días en que la vida no te trata con amabilidad”, sostiene. Sophie Gilbert señala, por su parte, que las ficciones sobre ricos quitan espacio a otras producciones que reflejan los problemas de los trabajadores como puede ser The Pitt, que ha tenido un éxito inesperado. Para ella, el público siempre se sentirá atraído por el drama y por eso aún triunfan series como The Bear o Slow Horses, que considera necesarias a día de hoy porque: “el futuro depende de la dirección y la calidad de nuestra atención”.

Hay muchas personas de clase obrera que no ven series, que no tienen plataformas o pagan porque sus hijos vean Netflix pero ellos no tienen la costumbre de hacerlo

Francesc Miró

Sin embargo, ¿serviría el aumento de ese tipo de ficciones y el descenso de la presencia de los millonarios en la pantalla para movilizar a la sociedad? La cita —quizá apócrifa, aunque le pega— de John Waters: “Hay que poner de moda ser pobre otra vez. Cuando era joven queríamos matar a los ricos”, circula por Internet cada vez que se publican noticias sobre el estado financiero de los multimillonarios. Pero el pasado mes de enero, Oxfam anunció que los cinco hombres más ricos del mundo se han hecho aún más ricos en lo que va de década mientras que casi cinco mil millones de personas se han empobrecido y el sistema no se ha tambaleado (o no demasiado).

Si en lugar de And Just Like That, lo más visto fuese la filmografía de Ken Loach, ¿la reacción del público ante esta información habría sido virulenta? Para Francesc Miró, la utilidad de la ficción es un tema en discusión. “No creo que si todas las series hablasen de los problemas de la clase obrera para con el sistema sanitario depredador de Estados Unidos, el espectador de pronto se levantaría del sillón pensando ‘¿Por qué no existe una sanidad gratuita y universal en mi país? ¡Voy a reclamarla y a votar a un sistema político que la instaure!”, declara, “las ficciones no funcionan así. Lo que sí puede quedar tras ver series como Urgencias o The Pitt es una cierta reflexión sobre el sistema y una sensación de agotamiento de por qué está todo tan mal”.

Raquel Peláez considera que la clave está en que los ricos glamurosos “representan los valores de nuestro tiempo. Las películas de Ken Loach son todo lo contrario. De manera que al ciudadano medio de la sociedad capitalista o postcapitalista le resulta mucho más fácil digerir a un cabrón como el patriarca de Succession que a un currante con la cara manchada de aceite”. Además, Miró incide en que la premisa de que las ficciones que tratan temas ‘sociales’ podría servir para cambiar algo es “casi conflictiva”. “Hay muchas personas de clase obrera que no ven series, que no tienen plataformas o pagan porque sus hijos vean Netflix pero ellos no tienen la costumbre de hacerlo”, indica, “en cambio, les produce paz o les ayuda escuchar Radio María [emisora de contenidos católicos]. Y no por ello tienen más o menos conciencia social”.