martes, julio 15 2025

Torre Pacheco y la deshumanización como estrategia política (y económica)

Alguien ha convencido a los más pobres de que la culpa de todos sus problemas la tienen otros más pobres que ellos, nunca un neoliberalismo que ha soltado las amarras políticas que contenían a un capitalismo que, por definición, solo busca beneficios empresariales, no sociales

En Torre Pacheco han liberado al kraken

En un artículo publicado hace más de 10 años, el escritor Hanif Kureishi afirmaba que “el migrante es degradado al estatus de un objeto sobre el que se puede decir cualquier cosa y al que se puede hacer cualquier cosa”. Sabía de lo que hablaba: él mismo nació en Inglaterra, pero es de origen paquistaní. Para entender en su justa medida lo que ha ocurrido y ocurre en Torre Pacheco hay que ser conscientes de que estamos hablando, lisa y llanamente, de deshumanización, ese proceso por el que primero se cosifica el inmigrante para luego poder agredirlo impunemente. “El inmigrante se ha convertido en una pasión contemporánea”, apuntaba Kureishi ya en 2014, porque “no solo ha migrado de un país a otro: ha migrado de la realidad al imaginario colectivo, donde se le ha transformado en una ficción terrible”.

Pero esa pasión contemporánea y esa ficción terrible no han crecido espontáneamente. Los delitos de odio no nacen en el vacío. Lo que sucede en las calles es reflejo directo de lo que se permite –y se promueve– desde las instituciones. El caso de la localidad murciana donde un hombre fue capaz de atacar con ácido una nave donde dormían temporeros migrantes no es un suceso aislado: es el resultado de años de discursos deshumanizadores, de señalamiento constante del “otro” y de una narrativa política construida sobre el miedo a esa alteridad pintada como saprófita y monstruosa.

Lo más alarmante no es solo el acto violento, sino el contexto en el que ocurre: justo cuando el CIS registra un giro preocupante en la percepción ciudadana sobre la inmigración. En junio de 2024, apenas un 16,9% de los encuestados consideraba la inmigración como uno de los tres principales problemas del país. En septiembre, ese número ya subió al 30,4%, convirtiéndose en la primera preocupación nacional, por encima del paro o la economía. Un salto de más de trece puntos en apenas tres meses no se explica únicamente por la llegada de personas migrantes, sino por cómo se habla de ellas.

La memoria es corta, pero ya vimos algo similar en el verano de 2023 con la gestión de los menores no acompañados. Entonces también se disparó la alarma social –una alarma social artificial– empujada por titulares sensacionalistas y discursos políticos que los retrataban como amenaza. El patrón se repite: cuando un grupo vulnerable entra en el centro del debate como “problema”, hay alguien que se beneficia políticamente.

Ese alguien es Vox. Su estrategia es clara y está muy estudiada. Cada vez que hay elecciones cerca, endurecen su discurso, especialmente en torno a la inmigración. Si hay un hecho concreto –como la crisis migratoria en Canarias o una agresión en la península–, lo aprovechan para amplificar su ideario racista. Lo vimos en las elecciones europeas. Lo vimos en las autonómicas. Y lo estamos viendo ahora gracias a una maquinaria mediática que, muchas veces, les hace el trabajo sucio sin pudor ni contraste.

La inmigración no es un problema: la forma de gestionarla y comunicarla sí lo es. La mayoría de personas migrantes que llegan a España lo hacen huyendo de contextos de violencia, pobreza o cambio climático. Muchas de ellas trabajan en condiciones precarias –como los jornaleros de Torre Pacheco– y contribuyen a sostener, no solo nuestra economía, sino también nuestro Estado del bienestar, pensiones y Seguridad Social incluidas. Sin embargo, lo que cala es otra cosa: la narrativa del “efecto llamada”, la imagen del “invasor”, el estigma del “delincuente”. Y eso, repetido desde tribunas políticas e institucionales, cala. Y mata.

Como señala el CIS, nunca desde la “crisis de los cayucos” de 2007 había habido tal nivel de preocupación por la inmigración. Pero entonces existía un consenso más o menos amplio sobre la necesidad de abordar el fenómeno desde una perspectiva humanitaria. Hoy, con Vox en el Congreso, en gobiernos autonómicos y en múltiples ayuntamientos, ese consenso está roto. Se ha institucionalizado un discurso ultra que legitima el odio y, lo que es peor, se normaliza en medios de comunicación y debates parlamentarios.

¿Y cuál es la consecuencia de todo esto? No solo un aumento de los delitos de odio –que llevan años creciendo, como muestran los informes del Ministerio del Interior–, sino un desplazamiento del eje político hacia posiciones autoritarias. Vox no necesita ganar elecciones para imponer su agenda: le basta con condicionar el debate público. Cuando logran que la inmigración ocupe el centro de las preocupaciones ciudadanas, están más cerca de sus objetivos. Y si coincide con un ciclo electoral, los réditos serán caudalosos e inmediatos.

Lo que sucede en Torre Pacheco no puede entenderse sin mirar lo que se ha dicho y lo que se ha dejado decir. Cada vez que se señala a una persona migrante como responsable de un delito antes siquiera de confirmar los hechos –o cada vez que se utilizan palabras como “avalancha” o “invasión”—, se está alimentando un caldo de cultivo que acaba en agresiones, en fuego, en ácido. Hay una responsabilidad institucional clara en toda esta tragedia. Pero también existe una responsabilidad mediática y social. El combate contra los delitos de odio no se gana solo en los juzgados: se gana en los titulares, en los discursos y en las urnas. Si no frenamos la normalización de la extrema derecha y su épica de la exclusión, acabaremos lamentando que lo que hoy son palabras, mañana se convierta en violencia real.

La pregunta es: ¿por qué permitimos que el odio marque la agenda? ¿Por qué aceptamos que se utilice a los migrantes como chivos expiatorios mientras se obvian los verdaderos problemas estructurales del país, como la precariedad, la corrupción o la falta de vivienda? ¿Y por qué tantas instituciones, partidos y medios repiten el relato del miedo en lugar de desmentirlo con datos y contexto? Sencillamente, porque alguien ha convencido a los más pobres de que la culpa de todos sus problemas la tienen otros más pobres que ellos, nunca un neoliberalismo que ha soltado las amarras políticas que contenían a un capitalismo que, por definición, solo busca beneficios empresariales, no sociales. Y es que el discurso contra el inmigrante es, también, una conveniente maniobra de distracción pública. Esa es la cuestión.