Los vecinos de la localidad reivindican, aletargados y con algo de incertidumbre, lo que ésta ha sido siempre: un lugar hospitalario, multicultural, donde no se concebía la violencia, hasta que este fin de semana llegaron los grupos de exaltados
Opinión – ‘Una fruta extraña que cuelga de los árboles’, por Elisa Reche
En Torre Pacheco la gente despertó este lunes un poco aletargada, después de un fin de semana con cientos de ultras buscando en cada rincón del pueblo a migrantes de origen magrebí. La localidad se recupera muy lentamente de la pesadilla, como adormecida. Una pesadilla que, muchos lo ya lo vislumbran, aún no ha acabado. Este es, grita la voz unánime vecinal, un pueblo pacífico. Da la sensación de que en las calles, en las cafeterías y en los comercios la vida pasa ahora como a cámara lenta. Aunque hay, desde luego, quien va a una velocidad normal. Tal vez un tanto acelerada. Se distinguen bien del resto, porque ninguno es pachequero. Hay ultras en el pueblo que pasean por las mismas calles que todos, y miran a sus costados con una cara de odio que no se les ha borrado desde que en el atardecer del viernes protagonizaran la primera de las persecuciones contra marroquíes.
Un nazi de unos cuarenta y pocos años de edad, muy musculado y grande, con la cabeza rapada, la camiseta blanca y ajustada, la piel muy tensa en las sienes, la riñonera con la cruz de borgoña, el águila bicéfala y una calavera, avanza por la céntrica avenida de Fontes. Observa como un espía las mesas de los cafés. Divisa al fondo un grupo de chicos de origen marroquí que toman unos refrescos en una terraza. Sabe que ahora no es el momento de actuar, pero sí de asustar. Se para ante ellos, erige un rápido saludo fascista y continúa su camino.
No ha pasado muy desapercibido. La gente lo mira entre extrañada y algo inquieta. Pedro, un migrante ecuatoriano que llegó a Torre Pacheco hace 23 años para trabajar en el campo, niega con la cabeza, como disgustado. No puede disimular la resignación. “Es la primera vez que veo a esta gente aquí en mi vida. Esto ya se ha convertido en una obsesión. Y a plena luz del día. Estos radicales no son de aquí. No conocemos a ninguno. Pero han visto la oportunidad, con la paliza al anciano, para venir y echarle la culpa de no se sabe bien qué a los marroquíes. Yo soy inmigrante también, como ellos, y como mucha otra gente en Pacheco. Nos conocemos casi todos. Estamos integrados. Queremos convivir en paz. Este pueblo no tiene la culpa de nada”, dice.
“La intolerancia nos mancha a todos”
Él no estuvo en el municipio el sábado, cuando grupos exaltados y algo borrachos de ultras pasearon por su corazón hasta recalar en el barrio de San Antonio, donde se produjo una batalla campal contra jóvenes marroquís que también se habían organizado y armado. Pedro estaba en Francia por un viaje de trabajo. Los vídeos circularon a la velocidad de la luz por redes sociales y le llegaron a su teléfono. Uno, dice, está en otro país, mira la pantalla del móvil y de pronto las calles que se sabe de memoria desde hace más de dos décadas se le vuelven irreconocibles. “Lo que vi en los vídeos, lo que pasó este fin de semana, no es nuestro pueblo. No tiene nada que ver con nosotros. Pero somos nosotros los perjudicados por gente que ha venido a jodernos. Somos todos los inmigrantes los afectados, aunque no lo parezca. El colectivo entero. Estas personas se dedican a señalar a otras solo por existir. La intolerancia nos mancha a todos”.
A partir del relato de Pedro, que se despide hablando de lo hospitalario que es en realidad Torre Pacheco y continúa su camino por la avenida de Fontes con una carpeta repleta de papeles bajo el brazo, se despliega toda una geografía urbana de calles desordenadas, esquinas, tapias que ocultan descampados y callejuelas torcidas y en sombra en las que la localidad murciana, y sus habitantes, vindican sin dudarlo la no violencia y ponen el foco en la incertidumbre que sienten, y que se expande como una enfermedad entre los suyos.
Terraza de una cafetería en Torre Pacheco, el lunes 14 de julio de 2025, tras un fin de semana de altercados xenófobos
El pueblo se encierra al atardecer
Estefanía, jubilada, apura una leche con unas gotas de café junto a una amiga suya en la terraza de la Asociación de Vecinos. Lo lleva comentando desde que se han sentado. “Se nos ha ido de las manos. Vivimos desde hace días con mucha inquietud, preocupados, no solo por nosotros, sino por nuestros vecinos marroquíes, que llevan aquí muchos años, que tienen a sus hijos aquí. No se puede consentir lo que ha sucedido, aquella paliza tan violenta, y tiene que caer sobre los autores todo el peso de la ley. Pero de ahí a salir de caza, hay un trecho tan grande que me abruma pensarlo”, explica.
Estefanía comenta que no se ha atrevido a salir de casa desde el viernes por la noche. Que las pocas veces que ha bajado a la calle, tan solo para comprar el pan, apenas ha mirado a nadie a los ojos. Que cerca del atardecer casi todo el pueblo se encierra, se enmudece y aguarda a que la policía y la Guardia Civil contengan el caos de los exaltados. Ella todavía no sabe, se enterará después, que ya hay dos detenidos vinculados con la brutal agresión a Domingo, y que ninguno de ellos es de Torre Pacheco. Tampoco ha tenido noticia aún de que la noche del domingo unos 30 ultras consiguieron sortear los controles policiales, llegaron armados, encapuchados y equipados con cascos a un establecimiento de kebab de un señor honrado y trabajador que se llama Hassan, le destrozaron el negocio y se fueron al cabo de un minuto.
“Hemos nacido aquí, pero para los ultras somos inmigrantes”
Los chicos de origen marroquí a los que el nazi de la camiseta blanca y el cráneo pelado ha hecho el saludo del brazo en alto apenas han dormido, porque ellos sí se enteraron del asalto al local de kebab. Estaban atentos a los vídeos que ya circulaban de la agresión, grabados por vecinos asomados a sus balcones. Creían, no tenían duda, de que sería otra noche de violencia extrema. Pero se contuvo, salvo este incidente, gracias al enorme despliegue de la Guardia Civil. Beben vasos de Coca Cola o de Aquarius y están, al mismo tiempo, hablando entre ellos y atentos a todo, de reojo.
Youssef (nombre ficticio a petición del chico, de unos 23 años, por su “propia seguridad”) dice, y el resto lo reafirma, que han perdido un derecho trascendental en las sociedades democráticas. Lo dice y señala una pegatina del grupo ultraderechista España 2000 colocada sobre un mapa de Torre Pacheco que, explica, no estaba la semana pasada. Hay más pegatinas como esa en otras calles. “Drogas. Delincuencia. Stop inmigración ilegal”. “Somos españoles”, reitera Youssef. “Hemos nacido aquí. Casi no hemos salido de España en nuestra vida. Nos consideramos españoles. Pero resulta que para esos que vienen de otras ciudades a sembrar el odio, a pegarnos, somos inmigrantes”.
Youssef (nombre ficticio) señala, antes de arrancarla, una pegatina del grupo de extrema derecha España 2000 colocada recientemente.
Cuando los ultras se fueron congregando el sábado en la plaza del Ayuntamiento, antes de la batalla campal, se iban aplaudiendo los unos a los otros y diciendo su lugar de procedencia. Almería. Murcia. Alicante. Sin embargo, unos cuantos, 15 o 20, calculan los chicos, eran de la propia Torre Pacheco. Ellos saben muy bien quiénes son. “Era gente que siempre ha sido nuestra amiga, que cuando éramos más pequeños nos llamaba hermano. Ahora nos tachan como moros sin motivo”, añade Youssef. “Todos ellos hablan de integración, pero no aceptan que estemos integrados. Si trabajamos, les quitamos el trabajo. Si no trabajamos, vivimos del cuento. Si vamos a la manifestación del viernes a mostrarnos en contra de la violencia, vamos a provocar. Si no vamos, somos unos delincuentes. Hagamos lo que hagamos siempre lo haremos mal”.
La ultraderecha “ha conseguido que brote” el discurso del odio
Un poco más allá de las calles céntricas del pueblo, ya en dirección al barrio de San Antonio, donde vive la mayoría de amigos de Youssef y su grupo, y donde reside el mayor porcentaje de migrantes, Alberto regenta un estanco que recibe clientes todo el día. Teme que la situación, tan violenta, perjudique a los negocios de los vecinos. “Es la justicia la que debe actuar, no los exaltados. Vienen buscando pelea y eso es muy peligroso. Aquí tratamos con todo tipo de personas y nacionalidades y nunca hemos tenido problema alguno. Siempre ha habido buen ambiente. Eso es Torre Pacheco. Nos ayudamos entre todos. El foco hay que ponerlo en el que llega con el objetivo de que todo estalle, a quien persigue. Esto nos repercute a todos, a la imagen del pueblo, a los que trabajamos por el pueblo”.
Uno de sus clientes más asiduos es Pedro, un funcionario joven que aprovecha el descanso en la oficina para comprar un váper. Dice que ha calado sin remedio el discurso de Vox en gran parte de la sociedad. Discurso de Vox, apunta, pero también de otros grupos ultraderechistas que no se preocupan por nada que no sea “sembrar odio”. “Y han conseguido que brote”, sentencia. Alberto, mientras, ya casi la hora de comer, entra un momento al despacho del estanco a ordenar unos documentos. Su mujer se queda despachando. “Vivir con miedo es lo peor que te puede pasar en la vida. Lo de este fin de semana no se puede volver a repetir. Nunca”.