domingo, julio 13 2025

Por qué el reguetón seduce a los jóvenes y desconcierta a los adultos

El choque generacional que protagoniza el reguetón desde que triunfa en la industria musical se aborda en ‘Matar al papito’, una obra que presenta el escritor, crítico y divulgador cultural Oriol Rosell

John Magaro, actor: “Hay un trauma ahora mismo en EEUU, especialmente en la izquierda”

Ningún género musical ha abierto una brecha generacional tan grande entre padres e hijos como el reguetón. No solo es que los adolescentes abracen un estilo de música muy diferente al que encumbraron sus mayores hace ya bastante tiempo, sino que estas canciones, que escuchan a diario ya sea en la ducha, en discotecas o mientras estudian, son descritas por las antiguas generaciones como monótonas, machaconas, sexistas, artificiales y vacías. Mientras que Bad Bunny llenará más de 10 veces el Metropolitano en 2026, algunos todavía continúan preguntándose qué es lo que los jóvenes encuentran en su catálogo que tanto dista de sus discos favoritos.

La cuestión trasciende lo estrictamente musical y toca cambios socioculturales que el escritor, crítico y divulgador Oriol Rosell abarca en su recién publicada obra Matar al papito (Libros Cúpula). El autor se sumerge en la transformación que ha experimentado la industria pop en los últimos años y en la animadversión de muchas madres y padres ante el reguetón, el género que domina sin competencia en las listas de éxito españolas. “[La antipatía] no me parecía ni medio normal. Siempre ha habido música comercial mala, pero nunca había visto una cosa tan, tan agresiva”, cuenta Rosell a elDiario.es sobre la polarización generacional en torno a este tipo de artistas y canciones.

Entre los muchos motivos que explican por qué el reguetón conquista a un sector de la población y provoca el rechazo de la otra parte, Oriol Rosell hace especial referencia a aquel que alude a la diferencia de edad: “La distancia que hay entre el reguetón y la música pop-rock blanca ha hecho que las generaciones adultas seamos conscientes de que nuestro tiempo ya ha pasado”. El escritor señala que “vivimos en una época donde se nos está intentando convencer a diario de que todavía somos jóvenes y de que lo más importante en la vida es ser joven hasta el día que te mueres”, por lo que “las condiciones de vida también nos invitan a sentirnos jóvenes”.

Sin embargo, este sentimiento de juventud se ve frustrado cuando la gente se da cuenta de que los valores asociados a la edad adulta, como la estabilidad laboral y la seguridad económica, se han disuelto. “Pienso en mi padre a mi edad y veo a un señor con una vida organizada y estable que dista muchísimo de la mía, que no sé qué voy a hacer el mes que viene para pagar el alquiler”, dice Rosell. “Esto, acompañado del machaque cultural continuo que exalta los valores de la juventud, que exige que cuando te jubiles hagas puenting, sigas con la piel tersa y tengas las erecciones de actores porno, hace que te lo acabes tragando”, añade.

El problema, por otro lado, no radica únicamente en que el reguetón esté triunfando de una forma descomunal. Subyace también en la creencia generalizada de que los álbumes que antaño eran los más escuchados, siguen siéndolo en la actualidad. “Nos encontramos en una burbuja algorítmica que hace que la música de ‘nuestra época’ siga estando vigente. Las bandas no se separan o incluso vuelven, como Oasis. Y vienen, tocan sus discos míticos de los 90 de cabo a rabo y a todos les parece lo más normal del mundo”, señala el escritor, “así que tú te sigues sintiendo joven, sobre todo porque no puedes sentirte otra cosa”.

“De repente aparece el reguetón, que no tiene nada que ver con tu cultura, que se ha ido cociendo a tus espaldas, que es un relato paralelo de la música popular de la que nunca habíamos tenido noticia, y eso te hace ser consciente de que hay otra generación que es distinta a la tuya y a la que tus valores no les sirven para nada”, afirma Oriol Rosell, que agrega que “el trauma no es la muerte del padre, en términos freudianos, sino que quien muere se acaba de dar cuenta de que es padre”. Pero la aparición del reguetón no llega por arte de magia, pues se engarza en un relato musical que nace con el reggae, que sigue con el folk y que tiene que ver con los movimientos migratorios.

El reguetón como conciencia de clases

Precisamente por los movimientos migratorios empieza a hacerse hueco el castellano en Panamá, cuyos sonidos rebotan en Nueva York y los recuperan los puertorriqueños que viven allí, que mezclan esta música con el hiphop. “Estamos hablando de un fenómeno totalmente transnacional y en perpetuo movimiento”, apunta el divulgador cultural. Esto también permite plantear por qué los hijos de la clase media blanca europea se identifican antes con una figura competente de entornos marginales que con otra, cuya reflexión de Oriol Rosell deriva en que se trata de una generación que sufre directamente numerosas crisis.

“Impacta de lleno la crisis del 2008, resuena la crisis de la imaginación política, hay un capitalismo completamente salido de madre, una escucha constante de que no hay posibilidades, de que el futuro va a ser desastroso… Todo esto resuena en el auge y, sobre todo, en la capacidad del reguetón para conectar con las ansiedades de los jóvenes”, declara el escritor. “Es muy significativo que el mismo año que Nirvana llega al número 1 en las listas americanas, se acaba definitivamente la Unión Soviética, manteniendo la posibilidad de que hubiera otras formas de hacer política. Esto excitaba la imaginación política, del mismo modo que el underground o lo alternativo excitaba la imaginación pop”, alega. Lo cierto es que el pop-rock blanco llevaba en su ADN una promesa de libertad, de desvincularte del sistema.

El crítico musical explica que “el día en el que lo alternativo se convierte en una mercancía más que forma parte del mismo mainstream, ahí empieza a hundirse todo un poquito”, y hace referencia al filósofo británico Mark Fisher al sentenciar que, “después de Nirvana, no ha habido ni un solo grupo de música rock que haya tenido una trascendencia más allá de lo musical”. “Se han hecho muy buenos discos de rock, no digo lo contrario, pero no han tenido resonancias sociales ni culturales”, cuenta a este periódico, indicando que “la música pop-rock blanca se ha ido quedando atrás en su propia tradición y lo otro ha ido tirando millas”.


La cantante española Rosalía, en una imagen de archivo

El cambio de ciclo musical se da en 2004, cuando Daddy Yankee publica su clásico Gasolina, haciendo así que muera la tradición pop-rock blanca y logrando que el reguetón traspase las fronteras idiomáticas. “Ya se estaba escuchando el reguetón fuera de Panamá y fuera de Puerto Rico, sobre todo en círculos hispanoparlantes, pero Gasolina lo lleva más allá”, sostiene el autor de Matar al papito, que destaca un “sesgo de etnia y de clase muy importante”, así como un “cierto rencor poscolonial” en la audiencia española. “Esto de que los hispanoamericanos nos hayan ganado de calle la batalla por la hegemonía cultural en el pop no lo llevamos demasiado bien. Siempre se ha sentido una jerarquía simbólica en la cual España está por encima de Latinoamérica”, señala.

En el ámbito internacional, tan solo Rosalía ha sentado una relevancia considerable en los últimos años. Por el contrario, Puerto Rico y otros países latinoamericanos han impulsado a todo un grupo de artistas que están movilizando la cultura. Bad Bunny es el líder de esta nueva ola, que va camino de adjudicarse el disco más escuchado del año en Spotify con su Debí Tirar Más Fotos, lanzado en plataformas de streaming el pasado enero. Además, su trabajo Un Verano Sin Ti se convirtió en el primer proyecto en español nominado al mejor álbum del año en los Grammy, lo que demuestra su poder en el mercado anglosajón. Esto, indirectamente, repercute en que los mayores echen en falta que sus respectivos ídolos hubieran alcanzado ese nivel de éxito.

Y, pese a ello, habrá quien siga rechazando el reguetón. Muchos, por sus letras machistas. Sin embargo, como comenta Oriol Rosell, toda la música es machista: “Se fundamenta en unas superestructuras que son, por definición, heteropatriarcales”. La diferencia está en que el reguetón es explícito. “No hay metáfora, no hay poesía, no hay secreto. Pero porque vivimos tiempos en los que todo tiene que ser transparente”, reflexiona el escritor. “La gente no sale de casa sin contarlo cinco veces en una red social”, advierte. Y pone el foco en la “falta de confianza en el criterio de los hijos e hijas”: “Todo el mundo está convencido de que la música tiene que tener un mensaje, tiene que decir algo importante, tiene que poder cambiar el mundo”. Quizás no sea necesario.