viernes, julio 11 2025

Las colinas de Srebrenica siguen vomitando huesos 30 años después del genocidio

Tres décadas después, los familiares de las víctimas luchan por la memoria del genocidio en un contexto en el que se ha pasado del silencio al enaltecimiento

Paramilitares, secesión y el fantasma de la guerra en los Balcanes: Bosnia vive el “momento más peligroso desde 1995”

Tres décadas después de que se cometiera un genocidio en el centro de Europa, el resto del mundo está empezando a olvidarlo gracias al empeño constante de los autores y sus aliados por ocultar las pruebas. Pero las colinas y campos alrededor de Srebrenica, el extenso escenario de los asesinatos, no dejan de vomitar huesos.

En la ciudad de Bratunac, 10 kilómetros al norte de la ciudad de Srebrenica, se realizó recientemente un entierro colectivo de los restos de las víctimas que habían sido identificados en el transcurso del año anterior. Se reunieron imanes de todo el país para rezar ante una fila de seis ataúdes cubiertos con la bandera azul y dorada de Bosnia.

Una multitud de unos mil bosnios se congregó en el cementerio circundante, donde una retroexcavadora había cavado seis nuevos hoyos, uno de ellos sólo era una pequeña zanja para alojar el cuerpo de Almera Paraganlija, de un año de edad, asesinada junto a su madre, Zineta, por pistoleros serbobosnios cuando arrasaban la aldea de Joševa.

Hajrudin Paraganlija, esposo de Zineta y padre de Almera, estuvo presente junto a la tumba para ver cómo las enterraban, por fin, más de 30 años después de haberlas tenido entre sus brazos por última vez.

“Es una especie de paz saber al menos dónde están”, dice, aunque sus mejillas hundidas y su mirada desenfocada no parecen las de un hombre en paz, sino más bien las de uno hundido por el dolor. Aún no se han encontrado los cuerpos de su madre ni de su hermano.

Se quedó junto a las tumbas antes de seguir al resto de la multitud por una estrecha carretera que lleva del cementerio musulmán a la carretera principal de Bratunac. La policía serbia mantuvo el tráfico en movimiento, pero por lo demás no hubo interacción con los dolientes mientras subían a los autobuses para abandonar la ciudad. Los serbios locales seguían a lo suyo sin establecer contacto visual. Era como si los dolientes, tras enterrar a sus muertos, se hubieran vuelto invisibles como fantasmas.

La mayoría de la población serbia actual llegó a Bratunac desde otros lugares de Bosnia después de que la población musulmana de la ciudad fuera asesinada o expulsada. Muchos de ellos ocupan las casas de los muertos. El genocidio no es tema de conversación, aunque la ciudad y todo el valle que conduce a Srebrenica ocupan un lugar infame en los libros de historia.

Más de 8.000 hombres y niños (casi todos musulmanes bosnios) fueron asesinados aquí en los pocos días posteriores al 11 de julio de 1995, cuando las fuerzas serbobosnias se hicieron con el control de la zona, supuestamente un refugio protegido por la ONU. Muchos miles de bosnios habían sido asesinados durante los tres años de guerra anteriores en esta parte del extremo nororiental del país, pero la magnitud y la rapidez de la matanza de Srebrenica conmocionaron finalmente al mundo para que tomara medidas decisivas para poner fin al conflicto.

Negacionismo y apología del genocidio

Bratunac y Srebrenica se encuentran ahora dentro de los límites de un estado serbobosnio, la República Srpska, creada por el acuerdo de paz de Dayton, que puso fin a la guerra en noviembre de 1995. La República Srpska dirige la policía local y enarbola banderas serbias por toda la región. Sus dirigentes no sólo niegan el genocidio, sino que glorifican a los asesinos.

“El completo silencio que se produjo tras la guerra ha evolucionado hasta convertirse literalmente en una celebración del genocidio”, afirma Hariz Halilovich, autor, antropólogo y profesor del Real Instituto de Tecnología de Melbourne, nacido en Srebrenica. “Y no se trata de un discurso de odio aislado que se produce aquí y allá. Poco a poco se ha convertido en algo totalmente generalizado”.

El año pasado, Halilovich publicó un estudio de todas las canciones populares serbias que celebran el genocidio. Una de ellas pide que “se repita tres veces” la masacre de Srebrenica e incluye la copla “Duerme tranquilo, Fato, todos los tuyos han sido masacrados / Sólo Mujo no, está colgado junto a la puerta”, utilizando diminutivos de nombres musulmanes comunes para mofarse de los supervivientes.

“Lo chocante es que estas canciones triunfalistas se interpretan en bautizos, bodas y fiestas de cumpleaños, no en un lugar remoto y cerrado por nacionalistas acérrimos”, dice Halilovich.

El líder serbobosnio, Milorad Dodik, ha calificado el genocidio de “tragedia-montaje”, afirmando que muchos de los muertos seguían vivos en realidad.

En los funerales de Bratunac en mayo, el superviviente que pronunció el discurso se centró en el ambiente de negación como una amenaza existencial; un potencial segundo genocidio.

“Las voces de nuestros muertos no se han desvanecido. Siguen con nosotros, y nos piden que no permanezcamos en silencio mientras el crimen de la negación está por todas partes en las instituciones que nos rodean”, dijo.

La oradora fue Almasa Salihović, cuyo hermano mayor, Abdulah, fue asesinado en las atrocidades de Srebrenica en 1995. La familia ha tenido que enterrarlo dos veces, ya que se han encontrado diferentes partes de su cuerpo.

En su esfuerzo inicial por encubrir el genocidio de 1995, las fuerzas serbias desenterraron un conjunto de fosas comunes y trasladaron los restos a otras. Lo hicieron a toda prisa, con enormes excavadoras mecánicas que cortaban los cuerpos y desordenaban los huesos, haciendo que el proceso de encontrar e identificar a las víctimas fuera interminablemente complejo y agonizante.

Los asesinatos en masa llegaron a este rincón del noreste de Bosnia en dos oleadas principales. La primera se produjo en 1992, en forma de una rápida serie de ataques coordinados por sorpresa contra pueblos y ciudades musulmanes, mientras el dictador de Belgrado, Slobodan Milošević, intentaba forjar una Gran Serbia. La familia Paraganlija, enterrada 33 años después en Bratunac, fue una de las víctimas.

Los supervivientes de aquellas masacres se refugiaron en Srebrenica, una antigua ciudad minera de plata, que fue declarada “zona segura” protegida por la ONU en abril de 1993.

Almasa Salihović tenía seis años cuando su familia atravesó los bosques de noche para llegar a Srebrenica.

“Recuerdo a mi hermana tirando de mí porque había que subir muchas cuestas y me dolían mucho los brazos”, cuenta. Lo que más recuerda de los dos años que pasó bajo la vigilancia de las fuerzas de paz de la ONU, con cascos azules, fue el hambre. La zona estaba rodeada por fuerzas serbias y los alimentos llegaban de forma irregular, principalmente por vía aérea.

A las 3 de la madrugada del 6 de julio de 1995 llegó la segunda oleada de asesinatos. La ilusión de la protección de la ONU se desmoronó cuando el ejército serbobosnio del general Ratko Mladić inició un ataque contra la “zona segura” de Srebrenica. El batallón holandés de la ONU que custodiaba la zona abandonó sus puestos avanzados ante la ofensiva, mientras que muchos de los hombres musulmanes de la zona huyeron a los bosques. Los civiles que quedaron en los pueblos de la periferia huyeron a la ciudad de Srebrenica y, en última instancia, al cuartel general holandés de la ONU, una fábrica de baterías en un lugar llamado Potočari, más al norte, en la carretera de Bratunac.


Imagen de archivo Ratko Mladic.

Los hermanos mayores de Almasa, Abdulah y Fatima consiguieron agarrarse a los laterales de los camiones de la ONU mientras se retiraban a Potočari. Formaban parte de la población local a la que se permitió entrar. Almasa, su madre y sus otros dos hermanos les siguieron a pie. El 11 de julio, cuando llegaron tarde, las puertas de la fábrica de baterías estaban cerradas y tuvieron que acampar fuera.

Las fuerzas serbias tomaron el control de Potočari al día siguiente, caminando entre la multitud, llevándose para interrogar a hombres y adolescentes que nunca regresaron. Las mujeres, los niños pequeños y los ancianos fueron trasladados en autobuses al territorio controlado por el ejército bosnio.

El jueves 13 de julio les tocó el turno a los que estaban dentro de la fábrica de baterías. Los serbios les ordenaron que salieran por parejas, y los soldados holandeses los entregaron y permitieron que los agarraran. Abdulah y Fatima salieron juntos, pero Abdulah, de 18 años, fue agarrado y obligado a permanecer de pie junto a otros hombres y niños. Más tarde fue asesinado en uno de los lugares de ejecución cerca de la ciudad fronteriza de Zvornik.

La fábrica de baterías de Potočari es ahora el Centro Conmemorativo de Srebrenica, donde se han colocado objetos junto a los restos de maquinaria pesada de la época socialista. Se han conservado rastros de la presencia de las fuerzas de paz holandesas, incluidas pintadas crueles sobre niñas bosnias que hicieron los soldados que debían protegerlas.

De vez en cuando, veteranos holandeses vuelven a visitar el lugar de uno de los capítulos más vergonzosos de la historia militar de su país. Recientemente, uno de ellos señaló un macabro vestigio que había pasado desapercibido: cuerdas en un nivel elevado de una de las naves de la fábrica con las que algunas chicas locales habían intentado ahorcarse antes que entregarse a los serbios que las esperaban.

El Centro Conmemorativo de Srebrenica se erige como una pequeña isla rocosa en un mar de negaciones, constantemente azotado por olas hostiles. Se vio obligado a cerrar en marzo después de que Dodik amenazara con expulsar a las autoridades estatales bosnias y forzar la secesión.

El centro reabrió después de que pasara la amenaza inmediata de un golpe de estado, pero en los alrededores se están borrando las pruebas del genocidio. Uno de los lugares de ejecución, un antiguo almacén agrícola de Kravica, ha sido restaurado y las marcas de las ametralladoras se han cubierto con yeso. Ahora es inaccesible y un perro encadenado ladra a cualquiera que intente acercarse.

El pasado mes de octubre hubo incluso un intento de borrar la presencia del centro en Internet, cuando se sustituyó su nombre en Google Maps por el de “Ratko Mladić Park”. El cambió estuvo varios días hasta que se descubrió el pirateo.

En un entorno tan hostil, el acto de recuerdo es una lucha. Los análisis de ADN se han utilizado a una escala sin precedentes, identificando cada parte del cuerpo a medida que se encuentra.

En una exposición ampliada de 4.300 metros cuadrados, preparada para conmemorar el 30 aniversario del genocidio el 11 de julio, la atención se centra en los objetos personales desenterrados entre los huesos y las historias que cuentan sobre los muertos.

Un reloj, un cinturón, unas gafas, un cuaderno, una camiseta de fútbol y un carné de identidad son algunos de los objetos expuestos suspendidos de cables junto a una cortina blanca con las imágenes de sus propietarios. En una sala contigua, pantallas de vídeo muestran a los familiares supervivientes explicando el significado de cada objeto y lo que dice sobre su ser querido asesinado.

En el caso de Abdulah Salihović, el objeto elegido es un fotograma de un vídeo en el que se le ve de colegial haciendo una presentación ante su clase. El testimonio vinculado es el de su hermana Fátima, que salió con él de la fábrica de baterías aquel día de julio de 1995, que ambos sabían que sería la última vez que se verían. En el último momento, ella no pudo soportar más la tensión.

“Caminé con él todo el tiempo y luego le pedí a mi amigo Nihada… que caminara con él detrás de mí. Yo caminaba delante”, dice en el testimonio grabado, forzada entre sollozos. “Nunca me perdonaré haber hecho eso”.

En otra sala de exposiciones hay un largo desfile de zapatos maltrechos que pertenecieron a los miles de hombres y niños que intentaron escapar a través del bosque en julio de 1995 y que fueron acribillados en emboscadas.

Su calzado y otros efectos personales han sido recogidos meticulosamente por los conservadores del Centro Conmemorativo de Srebrenica, recorriendo los bosques y campos repetidas veces con detectores de metales y equipos GPS.

“Es una lucha conseguir estas cosas”, dice Emir Suljagić, director del centro, señalando que muchos de los objetos fueron pruebas en las investigaciones de los numerosos crímenes que constituyeron el genocidio general.

“Estos artefactos, en algunos casos, son probablemente la única prueba física de la existencia de alguien”, dice Suljagić. “Hablan de la vida, hablan de la muerte, hablan de todo lo que hay en medio. En el momento en que los exponemos en el memorial, cuentan toda una historia silenciosa”.

Traducción de Francisco de Zárate