viernes, julio 11 2025

Cada cuánto deberías llamar a tu hijo, según dos psicólogos: «Hay que saber pararse en el punto exacto para no invadir»

El momento en el que los hijos se independizan es a menudo temido y difícil de afrontar, y una errónea gestión puede tener efectos adversos en la relación

Pedir una excedencia en verano para cuidar de tus hijos: “Me sale más barato no trabajar que pagar campamentos”

Muchos padres temen que sus hijos se hagan mayores y decidan emprender su vida fuera del hogar familiar y lejos de su vista, de sus decisiones y advertencias. Los pequeños a los que había que cuidar y proteger, deciden volar y la casa puede quedarse muy vacía y llena de sensaciones agridulces que hay que ir procesando. Ocurre entonces el denominado “síndrome del nido vacío” porque los polluelos dejan de estar bajo el ala de los padres.

En ese punto, como indican los expertos, puede ser complejo saber qué límites no se deben rebasar, y simples llamadas de teléfono para preguntar cómo se encuentran pueden tornarse en momentos incómodos o donde los hijos se sientan invadidos. Es el caso de Lorena, de 56 años, que se encuentra en un proceso de aceptación sobre la marcha de su hijo fuera de España para trabajar: “Me resulta difícil de encajar. Además, coincide con una mala época para mí, ya que me acabo de separar y me siento más sola que nunca”, cuenta a elDiario.es. Ella, que admite que su hijo siempre ha sido un gran confidente y apoyo en muchos momentos de su vida, siente que estando tan lejos el único modo de sentirlo más cerca es haciendo videollamadas: “Sé que es adulto y él me ha dicho varias veces que no puede atenderme siempre porque suele estar acompañado, pero le pido que me dé respuesta en cuanto pueda y charlar un poco”.

Lorena admite que en más de una ocasión han discutido por el tema, ya que el joven le pide más espacio y la invita a que salga más con sus amigas o se apunte a alguna actividad para distraerse y no estar tanto en casa. “Un hijo llena mucho y cuando se va el vacío es inmenso y es difícil de cubrir. Necesito tiempo y no niego que siempre que pueda y él quiera lo visitaré, aunque también soy consciente de que es su momento para ser y hacer por sí mismo”, sostiene.

Un hijo llena mucho y cuando se va el vacío es inmenso y es difícil de cubrir

Lorena
56 años

Llegados a una edad adulta, los hijos tienen responsabilidades que atender: trabajo, vida social, pareja…, donde, aunque también exista lugar para los padres, el tiempo que se dedica a estos cambia. Carlos, de 58 años y Susana, de 56, matrimonio con dos hijas, hablan del hilo eterno que les une a ellas, y hacen referencia a su hija mayor, que vive en una provincia distinta a la suya porque con 18 años se fue a estudiar a la universidad y al acabar encontró un trabajo y se instaló allí. “Siempre ha sido una niña muy independiente, algo rebelde también, nunca le ha gustado que le dijésemos qué debía hacer”, cuenta Susana. Y manifiesta que cuando su hija se fue a estudiar sola ya le contaba que le encantaba vivir fuera de casa: “Le puse una condición y era que quería que al menos me llamase una vez al día. Cierto es que, aunque lo haga, yo lo hago alguna vez más y le escribo varios WhatsApp para conocer qué hace o cómo está”.

Su marido, Carlos, cuenta que para él es distinto: la llama de cuando en cuando porque sabe que está bien y no la quiere agobiar pero, en su opinión, “las madres son de otro modo”. “Me gusta saber de ella pero ya con la frecuencia que la llama mi mujer, yo estoy informado. Le mando algún audio y si me contesta que todo bien, me vale. Además, nos visitamos bastante”, explica. Susana, por su parte, considera que se necesita un proceso de asimilación porque “se trata de un cambio radical que sacude en lo más profundo”. “Mi marido me dice que los hijos tienen que vivir su vida y nosotros pasamos a otro lugar. Lo entiendo, pero no es fácil ponerlo en marcha”, dice.

El generoso acto de confiar

Alejandro Schujman, psicólogo especializado en jóvenes y autor de Adolescencia. Un desafío posible (Catarsis), libro que se publicará próximamente en nuestro país, relata que, como padre de dos hijos de 24 y 31 años, comprobó que el mayor y más importante desafío de todos los que ha tenido en su paternidad ha sido encontrar el punto justo al vínculo con sus hijos cuando dejaron de ser adolescentes y se transformaron en hombres. Y comparte con este medio un suceso con uno de sus hijos hace unos años, cuando no tuvo noticias de él durante horas. Le envió varios mensajes por WhatsApp, luego a sus redes sociales y por último a uno de sus amigos para averiguar si se encontraba bien: “Al tiempo me entra un mensaje de audio de mi hijo que estaba indignado y me decía: ”Papá, ¿qué te pasa? Estoy con alguien, ¿te volviste loco?“.

El lazo entre padres e hijos tiene que apoyarse en la confianza, la calma y la comunicación con el arte de pararse en el punto exacto para no invadir

Alejandro Schujman
psicólogo

El psicólogo resalta que en ese instante comprendió por primera vez que los padres “pierden el control” de la vida de los hijos cuando crecen y que a los hijos puede apetecerles más estar fuera de la órbita familiar. “El lazo entre padres e hijos tiene que apoyarse en la confianza, la calma y la comunicación con el arte de pararse en el punto exacto para no invadir”, afirma Schujman.

El profesional defiende que la labor de los padres es estar cerca de los hijos para cuidarlos y lejos para no asfixiarlos: “Cuando los hijos son adultos podemos resolver aquellas cuestiones para las que se nos convoque y preguntar con prudencia para respetar su privacidad. Estará acertado escuchar con atención plena, escucha activa y con las pantallas lejos”, apunta. Schujman recomienda a los padres priorizar los encuentros de calidad, con actividades de disfrute compartido (música, cine, viajes…): “De igual modo, les podemos pedir que nos ayuden y contribuir a que cultiven la empatía”, recalca.

Pese a que esos instantes pueden causar una sensación profunda de vacío, el psicólogo desliza que puede verse como una buena oportunidad para retomar y reconectar con aquellos proyectos personales que han quedado relegados en el tiempo de la infancia, la adolescencia y la juventud temprana de los hijos. “Asimismo, es posible disfrutar al comprobar los hombres y mujeres en que se están convirtiendo y saborear el placer de la misión cumplida (acompañarlos a crecer)”, declara.

Que un hijo se vaya de casa no es un proceso que se da de un modo gradual, según Buenaventura del Charco, psicólogo y director clínico de Estar Contigo Terapia, quien entiende que es normal que los padres se sientan angustiados, sobre todo, al principio. Añade que suele ocurrir en el ambiguo momento de la denominada “juventud”: “Donde no son ni adolescentes ni niños, pero tampoco adultos”.

[Algunos padres] llaman al hijo más para calmarse a sí mismos que para cuidar, sin ser conscientes que generalmente pueden estar abrumando o incluso fiscalizando de más al hijo

Buenaventura del Charco
psicólogo

“El desarrollo social y económico, la vida más fácil y comprensiva, parece que ha afectado a cómo maduran las personas, en un proceso que posiblemente sea más adaptativo, más progresivo y lento, sin ser de blanco a negro como antes, algo que no ayuda a saber cómo hemos de tratarles y relacionarnos con ellos”, apunta del Charco. Para el también autor de Te estás jodiendo la vida (Ediciones Martínez Roca, 2023), la mayoría de las veces, cuando aparecen progenitores que están muy encima de los hijos, que se apenan e impacientan y les llaman para ver que todo está bien, hay mucho de incapacidad de gestionar su propia angustia. “Llaman al hijo más para calmarse a sí mismos que para cuidar, sin ser conscientes de que generalmente pueden estar abrumando o incluso fiscalizando de más al hijo”, expone.

El psicólogo aclara que esto puede darse por temor a que ocurra algo, por la culpa de sentirse malos padres o madres, o por no manejar bien la sensación de descontrol y vulnerabilidad. Y recuerda que amar a alguien representa confiar en él y tener presente que, si existe una buena relación entre las partes, acudirá si lo necesita. “Dejemos de creer que cuidar es solo prever o atender, sino que tener fe, dejar espacio o permitirles asumir su propia responsabilidad son igualmente actos de cuidado y amor”, concluye.