jueves, julio 10 2025

La derecha y los ultras en Francia marcan la agenda un año después del cordón sanitario que impidió su victoria

El llamado Frente Republicano bloqueó hace un año la victoria de la extrema derecha, pero las dos fuerzas que quedaron fuera de aquella alianza marcan hoy la agenda con un centro y una izquierda divididos

Crece la tensión en la ultraderecha en Francia tras los primeros roces entre Le Pen y el heredero Bardella

Un año después la decisión sigue marcando la vida política francesa. La noche del 9 de junio de 2024, tras el descalabro de su partido y los resultados históricos de la extrema derecha lepenista en las elecciones europeas, Emmanuel Macron sorprendió al anunciar la disolución de la Asamblea Nacional y la convocatoria de elecciones legislativas en el plazo más corto que permitía la ley. Una llamada a las urnas necesaria para una “clarificación” de la vida política, según explicó entonces el presidente.

Se inició una campaña relámpago para evitar la victoria del partido de Marine Le Pen, que acabó la primera vuelta en posición de fuerza. Los partidos de centro y progresistas activaron el frente republicano de cara a la segunda vuelta: una alianza electoral para agrupar los votos contra la extrema derecha detrás de un solo candidato.

Ese front républicain volvió a funcionar y una mayoría de franceses demostraron estar dispuestos a movilizarse para impedir el acceso al gobierno de la extrema derecha. Gracias a esa alianza, la coalición progresista del Nuevo Frente Popular obtuvo el mayor número de escaños (más de 190, por 164 de los centristas y 143 de la extrema derecha). Pero la euforia de la izquierda se estrelló rápidamente contra la negativa de Emmanuel Macron a nombrar primera ministra a Lucie Castets, elegida por los partidos para representar el NFP.

Así, el dique contra la extrema derecha nunca tuvo una traducción política. Macron afirmó que nadie estaba en condiciones de reivindicar una mayoría y el diálogo entre las fuerzas que habían formado el frente popular resultó imposible. Tras el bloqueo de Macron, el NFP denunció la “negación de la democracia”. Mientras, el partido del presidente, Renacimiento, retomó después de las elecciones la retórica de demonización contra Francia Insumisa, uno de los miembros del NFP, al que situó en el mismo nivel que la extrema derecha excluyéndolo del “arco de partidos constitucionalistas”.

Un año después el partido de Marine Le Pen no gobierna, pero ocupa un lugar prominente en la vida parlamentaria francesa. Poco después de las elecciones, centristas y conservadores llegaron a un acuerdo y Macron acabó nombrando en septiembre a Michel Barnier, del partido Los Republicanos (LR), una formación que se había negado a participar en el Frente Republicano contra la extrema derecha (y que sólo contaba con 47 de los 577 diputados de la Asamblea Nacional).

Barnier sobrevivió a una primera moción de censura gracias a la abstención de la extrema derecha, pero en diciembre Le Pen decidió sumar sus votos para derribarlo durante la tramitación del presupuesto.

Fracturas internas

El sucesor de Barnier, el centrista François Bayrou, consiguió desbloquear la tramitación de los presupuestos llegando a un acuerdo con el Partido Socialista. A cambio, se comprometió a reabrir el diálogo sobre la controvertida reforma de las pensiones aprobada un año antes. La decisión de los socialistas de no censurar el Gobierno creó una profunda fractura en la izquierda, en particular ahondando la brecha entre Francia Insumisa y el Partido Socialista, en el que la alianza con Mélenchon es siempre detonante de querellas internas. El diálogo entre sindicatos y patronal que anunció Bayrou para conseguir la clemencia de los socialistas acaba de cerrarse sin haber logrado ningún acuerdo.

La fragmentación de la política francesa no se reduce a la izquierda. Los cuatro partidos en los que reposa el Gobierno –los centristas Renacimiento, Modem y Horizontes, además de los conservadores Los Republicanos (LR) – no han logrado marcar una línea política. “Esta coalición no es capaz de ponerse de acuerdo, se desintegra en cada voto complicado. En realidad, son los dos extremos los que marcan la pauta en la Asamblea Nacional”, criticaba hace unos días el ex primer ministro Edouard Philippe.

El Ejecutivo gobierna sin un programa definido, con los partidos que lo forman a menudo en desacuerdo y, en muchos casos, divididos también en interno. Es el caso de Renacimiento, el partido de Macron, donde su presidente, Gabriel Attal, se ha distanciado del jefe de Estado, al que culpa de haber disuelto la mayoría con la que contaban antes de las elecciones.

En cuanto al primer ministro, su fragilidad le conduce al inmovilismo y a tener que dar libertad de acción a los miembros del Gobierno. “Todo el mundo me amenaza”, resumía recientemente en una entrevista en RTL.

El único que parece sacar partido de la situación es LR que, pese a sus malos resultados electorales, ven cómo aumenta la popularidad de su nuevo líder, el ministro del Interior Bruno Retailleau, que encadena anuncios de represión contra los migrantes y ataques contra la ecología.

La derecha y la extrema derecha marcan la agenda

Así la derecha, que no formó parte del Frente Republicano, y la extrema derecha, contra el que fue dirigido, son los principales beneficiados de la fragmentación de la vida política y a menudo votan juntos en el Parlamento, por ejemplo para deshacer los avances logrados en los últimos años en materia medioambiental.

En una reciente entrevista concedida al Journal du dimanche, Marine Le Pen se felicitaba por los “votos obtenidos en la Asamblea Nacional sobre la eliminación de Zonas de bajas emisiones y de las normas impuestas a agricultores”. “Auténticas victorias”, a juicio de Le Pen, que está “convencida” de que llegarán pronto “nuevas victorias aún más decisivas” en el futuro.

Impopular, sin mayoría parlamentaria ni apoyo claro del jefe de Estado, Bayrou sabe que su futuro pende de un hilo. Nadie cree que pueda sobrevivir en el cargo a la tramitación de un nuevo presupuesto, previsto para el otoño. Especialmente en un contexto de deuda y déficit públicos disparados. Los socialistas presentaron recientemente una moción de censura contra él, votada por toda la izquierda, pero a la que no se sumó la extrema derecha.

Le Pen ha explicado que, probablemente, esperará a octubre para derribar al primer ministro. “Las primeras pistas mencionadas por el señor Bayrou para su próximo presupuesto me hacen pensar que va por el mismo camino que su predecesor [Michel Barnier]”, advirtió Le Pen en otra entrevista al semanario ultra Valeurs Actuelles.

Esa probable caída de Bayrou ya alimenta las especulaciones sobre la próxima fase de la legislatura. “Si este Gobierno cae, tendremos que volver a consultar al pueblo, creo que el presidente tendrá que disolver de nuevo la Asamblea Nacional”, vaticinaba recientemente Michel Barnier en las páginas de Le Figaro. En Francia es necesario que pase un año después de las últimas elecciones para poder convocarlas de nuevo. El 8 de julio, Emmanuel Macron recuperará la capacidad de disolver la Asamblea.