lunes, julio 7 2025

El verano con más agua en una década multiplica las aves en Doñana, pero no garantiza la supervivencia de las lagunas

Casi la mitad de la marisma sigue inundada, un hecho insólito en los últimos años, lo que propicia una gran temporada de reproducción aunque también aumenta el riesgo de contaminación de los humedales

El proyecto para almacenar gas resucita las tensiones en Doñana al año y medio de enterrar la ley para indultar regadíos

Doñana está de agua como hacía años que no se veía, concretamente una década larga que ha sido la más seca desde que se tienen registros. De hecho, el 47% de la marisma sigue inundada en estos primeros días de julio, una buena señal que va a ayudar a la reproducción de las aves acuáticas y a regenerar una vegetación muy castigada durante este tiempo. Pese a todo, esto no garantiza que las lagunas sobrevivan al verano, incluidas las más grandes como Santa Olalla, con el efecto colateral añadido de que hay que extremar la vigilancia por la presencia de cianobacterias que contaminan los humedales.

La mera visión del enclave es en sí mismo una llamada al optimismo, fruto sobre todo de unas precipitaciones de marzo (el más lluvioso de toda la serie histórica) que hicieron que en mes y medio la inundación de la marisma pasase del 7,9 al 97,4%, más de 33.000 hectáreas, algo que no se disfrutaba desde 2010. En estos primeros días de julio se sitúa todavía en un más que apreciable 47%, lo que supone la anegación de 16.000 hectáreas.

Además de lo mucho que ha llovido, ha venido especialmente bien cuándo lo ha hecho con más intensidad, ya en primavera, lo que ha permitido que los arroyos que vierten en este gran espacio hayan seguido trayendo agua metidos en el verano. A esto se une que las temperaturas no han sido hasta ahora especialmente elevadas, lo que se completa con otro factor adicional: la Montaña del Río ha hecho su trabajo.


Máscara de agua de la marisma el 29 de junio.

Este dique se construyó a toda prisa en 1998, cuando se produjo el desastre minero de Aznalcóllar, para impedir la entrada de las aguas tóxicas en el epicentro del parque. Esta impermeabilización funciona también en sentido contrario, ya que aumentó considerablemente el volumen de agua que puede retener la marisma. Y a todo esto se une otra circunstancia, como es que el Guadalquivir ha mantenido un nivel muy alto porque llovió con intensidad en toda su cuenca, lo que a su vez ha propiciado que el desagüe de la marisma sea lento.

Buenas noticias para las aves

Todo esto está facilitando una buena campaña de reproducción de las aves acuáticas, en un año además que no arrancaba mal. Los datos del Espacio Natura de Doñana subrayan que las cosas le van bien al morito (12.300 parejas), el martinete (1.415) o la espátula, con 457 parejas. De hecho, hasta especies en peligro crítico han criado con éxito, como la cerceta pardilla (65 parejas), la focha moruna (20), el fumarel común (ocho) o el porrón pardo, con cuatro parejas censadas.

Si a esto le añadimos el alivio que supone para una vegetación que ha sufrido mucho en la última década, y con ello para el equilibrio ecológico, ¿podemos lanzar las campanas al vuelo? Pues no, porque esto no significa ni de lejos que Doñana esté recuperada, ya que se trata de una situación coyuntural con poco impacto todavía en el corazón del parque, que no es otro que su acuífero.


Vista de la marisma de Doñana por la Vereda de Sanlúcar el 2 de julio.

A esto hay que añadir, como muestra de eso tan propio de que nunca llueve a gusto de todos, que la prolongada inundación de la marisma también tiene su cara B, que no es precisamente positiva. El eufemismo científico es que esta situación “puede favorecer procesos ecológicos menos deseables”, como la proliferación de especies invasoras. Aquí se apunta al helecho acuático Azolla o a numerosas especies de peces exóticos.

Bacterias que contaminan el agua

Pero lo que más preocupa es que esto propicia también que aparezcan cianobacterias, que con una apariencia de algas producen unas toxinas que contaminan las aguas y reducen el oxígeno en las mismas. Su presencia ya se ha detectado y esto obliga a un seguimiento especial, dado su “potencial impacto sobre la calidad del agua y la biodiversidad”, se apunta desde la Estación Biológica de Doñana.

Estas bacterias pueden producir toxinas que causan irritación en la piel y mucosas, problemas gastrointestinales, y en casos más graves, daños hepáticos o neurológicos. Además, las floraciones de cianobacterias pueden reducir el oxígeno disuelto en el agua, afectando a la vida acuática y causando mortandad de peces.


Aves en las marismas de Doñana.

Eso en lo que afecta a la superficie, pero el problema de verdad está bajo tierra. “La situación crítica del acuífero subterráneo limita la recuperación completa de otros ecosistemas fundamentales del parque, como las lagunas temporales”, se apunta en este sentido desde la Estación Biológica. Los humedales no se recargan directamente con la lluvia, sino que dependen del acuífero: cuando su nivel freático asciende lo suficiente como para asomar a la superficie, entonces es cuando las lagunas florecen.

Malos tiempos para las lagunas

Estas aguas subterráneas se recargan de manera muy lenta, cuando las precipitaciones logran infiltrarse en el suelo. El problema es que está sobreexplotado –así se reconoció oficialmente en 2020–, con agujeros en el nivel freático de hasta 20 metros que hacen imposible una recuperación rápida, sobre todo si se mantiene el pirateo de agua para mantener una actividad agraria intensiva insostenible para este entorno.

“Los efectos del cambio climático, la sobreexplotación de los acuíferos y la contaminación de las aguas a causa del modelo agrícola intensivo han llevado a la mayor reserva ecológica de Europa hacia un declive progresivo”, lamentan desde SEO-Birdlife a la hora de hacer balance de cara al verano. La “alarmante situación” de sus ecosistemas llevó en 2023 a la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) a sacar el parque de su Lista Verde, a la que sigue sin regresar.


Laguna Dulce y Santa Olalla al fondo el pasado 7 de abril.

Entre las principales víctimas de esta situación están las lagunas temporales, muchas de las cuales han ido desapareciendo en las últimas décadas. El último censo (que tiene ya dos décadas) situaba en casi 3.000 las existentes en Doñana, la mayoría estacionales y de pequeño tamaño. En marzo se detectó que se habían inundado 220 lagunas, de las que sólo 54 han aguantado hasta hoy y lo previsible es que se sequen con la actual ola de calor.

¿Volverá a secarse Santa Olalla?

Eso al fin y al cabo es normal, porque son temporales, pero es que “la situación sigue siendo preocupante” para las de mayor tamaño y que hasta la fecha se consideraban permanentes, como la Dulce o Santa Olalla. Esta última es la mayor de todas, y lleva tres años consecutivos secándose, algo que nunca había ocurrido con anterioridad y que “evidencia la gravedad del deterioro del sistema hídrico de Doñana”, apuntan desde la Estación Biológica. De hecho, y pese a todo lo que ha caído, no ha llegado a producirse una conexión entre lagunas que antes era habitual.

¿Logrará salvarse este año? Pues aunque ha llovido mucho, no puede garantizarse: dependerá de si tenemos un verano muy crudo en lo meteorológico y, sobre todo, del estado de un acuífero que necesita mucho más para levantar cabeza. La “situación crítica” que los humedales arrastran desde hace años se evidencia en la factura que se cobra en Santa Olalla, con sus límites cada vez más reducidos y una silenciosa invasión de vegetación terrestre, “un proceso que dirige hacia su desaparición”.