En un Orgullo en el que se escucha especialmente la palabra “mariliendre”, reflexionamos desde la cultura pop y con testimonios personales sobre qué significa para el colectivo LGTBIAQ+
Carla Antonelli y Jimena González: “El Orgullo es más importante que nunca, a las personas trans nos va la vida en ello”
Quizás ha tenido que ver el estreno hace unos meses de la serie que se llama precisamente así, Mariliendre (Atreplayer), pero lo cierto es que la reivindicación de la amistad entre chicas y gays está viviendo su momento. En Instagram, donde cada creador busca un apelativo para dirigirse a su audiencia, Francheski López (“La marika del pueblo”) le habla directamente a “sus mariliendres”. Otros, como Cristian Alonso (@lapastanoengorda) y las podcasters Casquería Fina van más allá y se preguntan: “¿Para cuándo el Día del Orgullo Mariliendre?”. Hay quien, como ellos, más en broma o más en serio, plantea que entre la siglas del colectivo LGTBIAQ+ habría que incluir una “M”. De mariliendre, claro.
La “mariliendre”, dice la RAE, es una “mujer que frecuenta la amistad de hombres homosexuales”. Y este Orgullo, cuando el término parece más vivo que nunca, es el momento de abanderarlo liberado de esa carga despectiva que tiene, tanto por su origen etimológico como por su uso social: “Mari”, apelativo misógino y clasista con el que referirse a las mujeres, y “liendre” (larva de piojo), que refuerza estigmas sobre la insolubridad de relacionarse con la homosexualidad.
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Este uso peyorativo ha sido promovido tanto por varones heterosexuales —que señalan y disciplinan así a mujeres que se alejan de la norma heterosexual— como desde dentro del propio colectivo LGTBIQA+, donde las mariliendres son a veces vistas como mujeres ‘pesadas’ o ‘fans’ no deseadas a las que se trata de forma subordinada y despectiva. En esta construcción desde el insulto coinciden los hombres heterosexuales y no heterosexuales, mostrando la misoginia aún presente en el colectivo, cuando consideran a las mariliendres mujeres que se acercan a los gays para salir de fiesta porque no tienen –principalmente por su apariencia física– éxito con los heteros.
Inés Plasencia, investigadora e historiadora del arte que se reconoce como mariliendre, ha descubierto recientemente este significado despectivo, pero ese uso como insulto lo considera poco frecuente fuera de la comunidad LGTBIAQ+: “Estos hombres están tan lejos del mundo no heterosexual que dudo que conozcan la expresión”, dice a elDiario.es.
Al analizar las diferentes definiciones de mariliendre, presentes en redes sociales y relatos personales, se observa que no suele incluirse en ellas a las mujeres lesbianas, resultado y refuerzo de la supuesta imposibilidad de amistad entre lesbianas y hombres gays. Sin embargo y, como muestra el hallazgo tardío del que habla Plasencia, no es la acepción despectiva la más frecuente en el imaginario. Para muchas, como para la investigadora, chicas y maricas, es una palabra para reivindicar que define a “mujeres, independientemente de su identidad sexual”, aunque principalmente se refiere a heterosexuales y bisexuales que construyen relaciones de amistad con hombres bisexuales y gays.
De Elizabeth Taylor a Rocío Jurado: mariliendres icónicas
La historia de la cultura popular y artística está plagada de amistades entre mariliendres y hombres no heterosexuales. Una de las más conocidas es la de Elizabeth Taylor y Rock Hudson. El actor, obligado a ocultar su homosexualidad por las imposiciones morales de la época y de Hollywood, salió del armario pocos días antes de fallecer en 1985 al reconocer públicamente que había sido diagnosticado con VIH. Se dice que su amiga le había animado a anunciarlo y le reconoció tras su declaración que con ello había ayudado a salvar millones de vidas, dado el secretismo y estigma que rodeaba a la enfermedad. Tras su fallecimiento, Taylor se convirtió en una gran filántropa en la investigación y sensibilización sobre la pandemia.
Más cerca nos queda el caso de la amistad entre Maruja Mallo y Federico García Lorca. Un vínculo íntimo y creativo que se fraguó tras conocerse en la Residencia de Estudiantes de Madrid. Tras el asesinato del poeta y durante su exilio, la artista no dejó de reivindicar su obra y su figura.
Y tirando de ejemplos actuales encontramos a Madonna que, igual que Taylor, ha sido una activista frente a la crisis del VIH, quizás inspirada como la actriz por una gran presencia de hombres gays entre su círculo tanto profesional como personal. La “reina del pop” que es considerada un “icono gay” gracias a su fandom pero también por sus letras, actuaciones y declaraciones públicas ha sido y continúa siendo un referente en la defensa de los derechos LGTBIAQ+. Décadas después Lady Gaga ha recogido ese testigo y , como demostró en su discurso en los últimos premios Grammy, es constante su reconocimiento público del colectivo dentro de la escena musical, y ha denunciado los ataques de la administración Trump.
Todos estos casos tienen algo en común que suele asociarse a las mariliendres: su defensa a ultranza de su amistades gays y bisexuales. En la serie de Atresplayer, protagonizada por Blanca Martínez y Martin Urrutia, esta relación se refleja en la escena en la que comienza la amistad entre ambos en el patio de un centro escolar donde ella le consuela a él tras a un ataque homófobo –algunos actores de la serie han sido los encargados de dar el pregón del Orgullo de Madrid este año–.
Pero si hablamos de mariliendres y defensa de los derechos LGTBIAQ+ no podemos olvidarnos de las folclóricas y momentos tan icónicos como el “yo soy pro gay” de Rocío Jurado, entre otras muchas declaraciones, o el “si no te gustan los mariquitas te vas a tener que ir a una isla” de María Jiménez.
Estas alianzas, como analiza para este medio la investigadora coplera, creadora del podcast ¡Ay, campaneras! Lidia García, es una alianza natural fruto de que las disidencias siempre habían estado presentes en estilos musicales como la copla. Sus letristas, su cuerpo de baile, sus maquilladores, sus diseñadores de vestuario… eran en muchos casos hombres gays con los que generaban un vínculo que trascendía lo profesional y cimentaba en una admiración mutua y un reconocimiento de posiciones de alteridad respecto a la norma cishetero patriarcal de la época.
Ejemplo de estas amistades es para García la relación de Lola Flores y El Golosina, afirmando que estos vínculos de amistad además de una admiración artística surgían de una alianza: “Al final compartían en muchos sentidos las mismas agresiones porque las folclóricas en particular y las mujeres del espectáculo en general siempre estaban de alguna forma bajo sospecha y fuera de los estándares de respetabilidad femenina, y en ese sentido podían entender muchísimo mejor la posición de otredad”.
Chicas y maricas
“Mariliendre es un término que yo conocí tarde, después de haber generado ya una alianza mariliendre con mi amiga del alma, que es mi amiga Inés. Nos conocimos cuando teníamos 14 años porque nos encontramos en el instituto, y ahí surgió una amistad sin saber nada todavía de etiquetas, es decir, como previo a cualquier reflexión sobre las opresiones”, cuenta Víctor Mora, autor de ¿Quién Teme a lo Queer? (Continta me tienes, 2021), investigador y activista queer.
“Chicas y maricas, ¿qué te voy a contar?”, bromea Mora cuando se le pregunta por el término mariliendre. Y en ese “qué te voy a contar” hay un reconocimiento de un espacio común dentro del colectivo, de una alianza que surge, según Juan Naranjo, traductor literario, “por la identificación (para una chica y para un gay el mundo puede ser igual de hostil y difícil), por la celebración de lo tradicionalmente femenino y por la necesidad de construir vínculos afectivos en los que nada tengan que ver los varones cisheterosexuales”.
[Esa amistad] era el espacio libre del juicio de la masculinidad y del juicio de la feminidad. Un primer espacio seguro de identidad, de expresión, que entonces te abre, te permite explorar
Así se reconoce una nueva dimensión del mariliendrismo: la alianza en la feminidad. En el imaginario común las mariliendres suelen ser leídas, y podríamos decir celebradas, en una performatividad femme, una feminidad que no implica que no sea subversiva o no hegemónica, pensemos en las femme fatale del cine clásico o las chonis. Una feminidad que desborda la norma cishetero patriarcal para reconocer que puede ser dada en otros cuerpos: especialmente en cuerpos con pluma, para los hombres gays y bisexuales amanerados, y en general para cualquiera que se atreva a cruzar la línea de la masculinidad hegemónica heterosexual.
Mora, recordando los inicios de su amistad adolescente con su amiga Inés, llega a una conclusión similar a la compartida por Naranjo: ese espacio con la amiga “era el espacio libre del juicio de la masculinidad y del juicio de la feminidad. Un primer espacio seguro de identidad, de expresión, que entonces te abre, te permite explorar”. Las infancias y adolescencias LGBTIAQ+, como demuestran los estudios del grupo de investigación Colorful Childhood, sufren unas violencias particulares para las que espacios libres de la imposición de la heteronorma y donde pueda existir identificación y exploración son fundamentales. Esos espacios, como relatan Mora o Naranjo, se podían encontrar, junto con la protección, en la relación con la mariliendre.
Para Pablo Santos, sociólogo y facilitador de grupos de hombres, el huir de la masculinidad está incluso más presente en esa alianza con las mariliendres que el huir de la heteronorma. Y es por ello que considera, como también afirma Naranjo, que esa alianza tiene potencialidad en parte por su reciprocidad. “Para las maricas que nos hemos criado entre mujeres era un refugio, pero yo creo que las tías heteros que se han relacionado con maricas también buscaban un refugio; de las lógicas heterocentradas en general pero fundamentalmente de los señores”, reflexiona Santos en conversación con este medio.
El ‘mariliendrismo’ también es un refugio para estas mujeres, un lugar donde se activa una ética del cuidado en unos códigos compartidos.
Ser una mariliendre
Florencia Rojas, investigadora y artista plástica, entiende que es mariliendre porque “desde hace muchos años tengo una amistad muy estrecha con maricas”. Durante su adolescencia empezar a salir por “el ambiente” con dos de sus amigos que acaban de salir del armario mientras ella pasaba por la ruptura con su novio de la época les supuso descubrir lo que define como “un mundo nuevo”. “Años después, algunas nos mudamos a Madrid. Íbamos al Elástico, bailábamos Lady Gaga. En otra ruptura amorosa, me fui a vivir a casa de mis amigas maricas, que me dejaron un sofá y una manta de Hannah Montana”.
El recuerdo de Rojas coincide con lo expresado por Santos: el mariliendrismo también es un refugio para estas mujeres, un lugar donde se activa una ética del cuidado en unos códigos compartidos o afines reconocibles dentro del espectro de la feminidad, como bailar Lady Gaga o la manta de Hanna Montana, que difícilmente podrían generarse con varones heterosexuales. “Creo que la base de esas relaciones es la fascinación mutua: una complicidad que escapa de la masculinidad hegemónica y que, ante todo, resulta liberadora y divertida”, analiza Rojas. “Está hecha de códigos, referencias, miradas y gestos que jamás entenderán los hombres heterosexuales, y que nos llenan la vida de fantasía”.
Creo que la base de esas relaciones es la fascinación mutua: una complicidad que escapa de la masculinidad hegemónica y que, ante todo, resulta liberadora y divertida
Ese universo de códigos compartidos del que hablaba Florencia Rojas genera que en muchos casos las mariliendres sean reconocidas como “uno más”, con los mismos gusto, las mismas expresiones…, de forma que muchas mariliendres son también nombradas como “maricones”. “A mí Roberta [Marrero] me decía que yo era un homosexual”, recuerda Inés Plasencia.
Para Plasencia, que es la amiga a la que hace referencia Víctor Mora, ser mariliendre es una identidad: “Para mí es algo que me identifica socialmente: el no tener amigos heterosexuales. Soy esa chica que va con gays”. Para ella es una palabra de la que apropiarse y considera que “si hay insulto, es que hay disidencia.”
Monique Witting, en su obra El pensamiento Heterosexual, afirmaba que la heterosexualidad no se restringe a la orientación del deseo sexual, sino que abarca la naturalización de un régimen político y social. Es en este sentido en el que Plasencia intuye y reivindica una disidencia: “Reivindico a la mariliendre como un espacio de disidencia que tampoco encaja en la heterosexualidad y que demuestra como esa fluidez más allá de la identidad sexual. Porque en las mariliendres hay un rechazo voluntario de la heterosexualidad como régimen”. Y ese rechazo abre la posibilidad también para la propia disidencia sexual, para Plasencia hay cierta relación entre su experiencia mariliendre y haberse reconocido como bisexual ya que el régimen heterosexual es, recuerda, también censor y limitante.
Una alianza con “potencia política”
Estas alianzas entre maricas y feminidades no son una identificación reciente. Como recuerda Jesús Alcaide, investigador y curador independiente, prologista de Maricas y sus amigas entre revoluciones (Consonni, 2021,) “aunque en este libro no aparece realmente nunca el término mariliendre, sí que habla de que solo desde la unión de lo que ellos llaman la sabiduría marica con la sabiduría de las mujeres será posible la tercera, la próxima revolución. Es una revolución frente a la opresión masculina que es la que ha dominado y la que ha construido el mundo, y lo lleva al colapso por cuestiones de racismo, de economía, etc”, apunta Alcaide.
En una línea similar Florencia Rojas afirma “que la alianza girls and gays tiene potencia política. Porque sus códigos están lejos de los de la izquierda tradicional (históricamente dominada por hombres heterosexuales). Ahí se abre una grieta de disidencia. No solo en el contenido de los discursos sobre género o sexualidad, sino —sobre todo— en una forma de hacer política menos beligerante, más ambigua, más subversiva en su aparente inofensividad; deberíamos sacarle más provecho”.