Publicada en 1962, la novela ‘Amor de invierno’ (Tránsito) es una de las primeras exploraciones del amor lésbico en la literatura moderna
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Las guerras dejan muchas historias a medias. Quien dice historias, dice vidas; y no solo por las que siega con la guadaña. Los tiempos convulsos a menudo propician que uno se atreva a pisar el acelerador, a experimentar aquello que en otras circunstancias no haría por miedo, por vergüenza. También ciertos prejuicios sociales caen de manera temporal, o al menos pierden importancia; la supervivencia es lo primero, y tener a un ser querido cerca, ser consciente del privilegio de no haber sido el blanco de esa bomba que se llevó por delante al amigo en plena calle, se vuelve más preciado que nunca.
Más que incitar algo nuevo, las situaciones límite revelan lo que ya se estaba gestando en la sombra, en el silencio de la introspección. Lo precipitan. Por eso no es raro que coincidan con grandes avances, colectivos o personales. Sin ir más lejos, la falta de hombres en las ciudades, por haber sido reclutados, favoreció que durante la Segunda Guerra Mundial las mujeres asumieran trabajos y responsabilidades que de otro modo habrían sido impensables para ellas. La ausencia del marido, además, les dio libertad: podían ir y venir sin dar cuentas a nadie, porque nadie las esperaba en casa.
En ese contexto agitado se enmarca Amor de invierno (1962), una de las novelas más importantes de Rosalie Matilda Kuanghu Chou (Xinyang, China, 1917-Lausana, Suiza, 2012), escritora de padre chino y madre belga flamenca que firmó sus obras como Han Suyin. Tras criarse en China, estudió Medicina en Bruselas y Londres, y luego ejerció como médico en Hong Kong. A lo largo de su vida se casó tres veces, vivió en lugares como Malasia, Singapur o la India, y sufrió con frecuencia la doble discriminación por ser mujer y de ascendencia euroasiática. Compaginó su carrera profesional con la escritura de novelas, en inglés y en francés, que tuvieron una gran acogida.
Si bien su obra toma partes de su biografía y se caracteriza por abordar las tensiones entre Oriente y Occidente, precisamente Amor de invierno (Tránsito, 2024, trad. Ana Mata Buil) constituye una notable excepción. Nos habla Bettina, apodada Red, una joven estudiante de Zoología en el Londres de 1944. En medio de la bruma, aparece Mara, una nueva alumna, algo mayor que las demás, que la fascina de inmediato. A diferencia de la mayoría, Mara está casada, tiene un nivel de vida acomodado y viste con prendas más sofisticadas. Aunque el mayor contraste está en su actitud, en la seguridad que emana de su simple andar por el mundo.
Red, que a su modo tampoco ha sentido que encaje nunca, despierta a su vez el interés de Mara. Comienzan a hacer los trabajos juntas, la relación se va estrechando. Poco a poco, las conocemos mejor a ambas, siempre desde el punto de vista de la muchacha inexperta que se abre al universo de los adultos: las carencias afectivas de Red, que procede de un entorno humilde donde la poca familia que le queda no es lo que se dice acogedora, y que no conoce más mundo que el reducido microcosmos estudiantil de las chicas. Red arrastra un complejo de clase que determina mucho más que su situación económica (sin hábitat propio): la timidez, el miedo, el instinto de supervivencia.
La atención que le presta su amiga, su trato amoroso, desvela una parte de sí misma que permanecía oculta, reprimida. Mara, por su parte, está casada con un hombre suizo que, aunque se ha librado del campo de batalla, pasa algunas temporadas en el continente por motivos profesionales. Su posición no solo es la de la mujer con experiencia; representa además una aparente despreocupación en varios frentes: política, dinero, emancipación. No necesita formarse, pero se matricula para no aburrirse, le da igual que su marido se oponga: “No comprendo por qué quiere estudiar Zoología. No le hace falta trabajar. Tiene un marido que la mantiene. ¿Para qué va a querer estudiar una mujer tan guapa?”.
Han Suyin, en una imagen de archivo
El marido, con sus prejuicios, terminará por ser un obstáculo en la relación entre Mara y Red, que necesita un espacio propio para poder darse. De algún modo, el lesbianismo se enmarca en una lucha colectiva mayor: la búsqueda de independencia de las mujeres, la habitación propia de la que hablaba Virginia Woolf. Red está constreñida por el desarraigo social y afectivo; Mara, por el matrimonio. Son distintas, casi opuestas, pero comparten el malestar de aquellos a quienes se les impide desarrollar su identidad. Como telón de fondo, una ciudad en la recta final de la contienda, que precipitará los acontecimientos.
La autora trata el tema de la atracción por otra mujer con una naturalidad que sorprende, si tenemos en cuenta la época en la que se publicó. La protagonista habla sin tapujos del deseo, sabe que le gustan las mujeres desde antes de conocer a Mara; Amor de invierno no es una de esas novelas que juegan con la ambigüedad. Al tiempo que es consciente de su instinto, y pese a la oportunidad de satisfacerlo, tiene asumido que se casará con un hombre, que tendrá hijos, que hará lo que se espera de ella. Forma parte de una generación a la que no se le inculcó la lucha por hacer realidad unas metas; de hecho, no se concebía que hubiera otras metas, para las mujeres, más que el matrimonio, la casa, la maternidad, quizá la profesión.
La escritora Han Suyin
En esas circunstancias, la posibilidad de vivir juntas, de establecerse como pareja, no es más que una quimera en la que ni ellas mismas creen. La falta de referentes en los que proyectarse es un tema recurrente en la narrativa sobre el colectivo LGTBI+. En la intimidad, las protagonistas son aún más aprendices que dos amantes heterosexuales novatos. La autora recrea con elegancia esa mezcla de pasión y repulsión que siente la narradora cuando se decide a arriesgar, a romper las dinámicas establecidas, a pensar (por fin) en sí misma. La naturaleza clandestina de las relaciones homosexuales, además, aumenta su vulnerabilidad, no solo por negarles la existencia, sino porque, si sufren un abuso, no pueden verbalizarlo; admitirían su participación en el “delito”.
Más allá de visibilizar una relación lésbica con una mirada empática, Han Suyin denuncia una cuestión que atañe a cualquier mujer de la época: la negación de independencia, de libertad a la hora de elegir quiénes son y quiénes quieren ser. El caso de dos lesbianas es aún más evidente, pero cualquier mujer heterosexual –basta observar el machismo del marido de Mara– se enfrenta a prejuicios y puertas cerradas. La falta de educación sexual redondea el problema al dejarlas del todo indefensas en su entrada en el mundo de los adultos. En este punto conviene subrayar la condición de médico de la autora: para ella no había tabús sobre el cuerpo, iba varios pasos por delante de sus coetáneas.
La novela, que traza el fresco de una época, conserva la viveza con la que fue escrita y anticipa a autoras como Jeanette Winterson o Sarah Waters. Es inevitable compararla con Carol (1952), que Patricia Highsmith tuvo que publicar bajo pseudónimo. No obstante, lo que en Amor de invierno comienza con un inocente relato iniciático pronto adquiere tintes más lúgubres de lo que cabría sospechar cuando entran en escena los celos, la rabia, la frustración y otras perversiones de las relaciones de poder. Y es que, al fin y al cabo, no hay peor guerra que la que se libra contra uno mismo.