Antiguos alumnos han destapado el que se considera el mayor escándalo de abusos contra menores en la historia de Francia, que ha salpicado incluso al actual primer ministro, François Bayrou
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Pascal Gélie tenía 14 años cuando vio el folleto de un colegio internado católico francés de élite donde se alardeaba de tener natación en verano y esquí en invierno. Gélie, que acababa de ver ‘El club de los poetas muertos’, suplicó a sus padres que lo apuntaran. Esperaba encontrar “deporte y amistad”.
“La primera noche me di cuenta de que había cometido un grave error”, cuenta Gélie, que hoy tiene 51 años y trabaja en una oficina de Burdeos. “Éramos 40 en un dormitorio con colchones destartalados. Cuando le susurré a otro chico que me diera papel higiénico para ir al baño, el supervisor me agarró por la cara y me señaló un terraplén de piedras que había fuera. Alguien me dijo que llevara mi abrigo porque te podían obligar a pasar horas fuera, con aquel frío y humedad. Me hicieron pasar allí toda la noche”.
“Eso fue solo el principio, nos daban golpes cotidianos en la cabeza, niños a los que golpeaban tan fuerte que quedaban inconscientes y ensangrentados. Vi cómo a un niño le arrancaban el pelo; a otro le pegaron tan fuerte que perdió un 40% de audición”, dice. “A veces nos hacían estar de pie junto a nuestras camas durante horas por la noche porque alguien había susurrado o incluso volcaban las camas con nosotros dentro: era el terror absoluto”.
Gélie integra el grupo de antiguos alumnos del colegio católico privado Notre-Dame de Bétharram, cuyos relatos de violencia, violaciones y agresiones sexuales han destapado el que se considera el mayor escándalo de abusos contra menores en la historia de Francia. La ministra de Educación, Élisabeth Borne, lo ha llamado el momento #MeTooSchools.
Una investigación del Parlamento de Francia lleva meses escuchando testimonios sobre Bétharram, situado en las estribaciones de los Pirineos y cerca de Lourdes, y sobre otros colegios privados y hogares infantiles por toda Francia. Se espera un informe condenatorio contra el Estado francés por su incapacidad para proteger a los niños.
El escándalo de Bétharram se ha convertido en un desafío político para el primer ministro de Francia, François Bayrou. Varios de sus hijos estudiaron en el colegio donde su esposa también daba catequesis. Hace poco, la hija de Bayrou (53) contó haber sido brutalmente golpeada durante un campamento de verano vinculado al colegio y dijo que no le había dicho nada a su padre.
A Bayrou, que ocupó cargos políticos locales y fue ministro de Educación entre 1993 y 1997 lo interrogaron durante la investigación para averiguar si tenía conocimiento de los abusos en Bétharram y si los había encubierto. Bayrou aseguró que no había “ocultado nada” y dijo que sus adversarios estaban ejecutando una campaña de “destrucción” política contra él.
Se han presentado un total de 200 demandas acusando de abusos físicos o sexuales a sacerdotes y miembros del personal de Bétharram entre 1957 y 2004. En 90 de esas denuncias se alega violencia sexual o violación. Dos denuncias han terminado en cargos contra un antiguo supervisor por presunta agresión sexual a un menor (2004) y por presunta violación de un menor entre 1991 y 1994. El supervisor ha sido puesto bajo custodia mientras avanza la investigación.
Muchos otros casos han prescrito. “Queremos un cambio en la ley para eliminar los plazos en las denuncias de abusos contra menores”, dice Gelie.
Boris es un antiguo alumno de 51 años que ahora trabaja en gestión de eventos (pide que su apellido no sea publicado). “Bétharram era como un supermercado para depredadores sexuales y los que sufrimos abusos sexuales o violaciones solíamos tener el mismo perfil: niños vulnerables con padres separados o fallecidos”, dice. Procedente de una familia pobre y monoparental de Burdeos, a Boris lo inscribieron en Bétharram a los 13 años.
Irónicamente, su madre quería protegerlo porque a los 12 años había sido víctima de una banda de Burdeos que abusó sexualmente de él durante meses tras conocerlo en la piscina del barrio. “Mi madre quería alejarme de Burdeos, así que rogamos al director de la escuela de Bétharram que me diera una plaza; para convencerle, le conté los malos tratos que había sufrido, incluido el horrible detalle de que mi agresor siempre me entregaba un sobre con 50 francos franceses [el equivalente a 7 euros]”, recuerda.
Seis meses después de su ingreso en Bétharram, el día de su 14 cumpleaños, el sacerdote y director del colegio, Pierre Silviet Carricart, lo llamó a su despacho y le agredió sexualmente. “Luego me entregó un sobre con 50 francos”, cuenta Boris. “El cinismo y la crueldad de aquello…”.
A Silviet Carricart también lo acusaron de agredir a un alumno de 11 años cuyo padre acababa de morir en un accidente de tráfico. Martine, la madre del niño, había organizado un viaje para recogerlo a las 6 de la mañana el día del funeral del padre. “Antes de que llegara yo, el padre Silviet Carricart despertó a mi hijo y lo llevó a la sala de duchas de los sacerdotes, donde le dijo que se lavara para estar guapo para el funeral”, recuerda Martine, que ahora tiene 71 años (pide que su apellido no sea publicado). “Luego, en ese mismo cuarto de baño, sometió a mi hijo a una agresión sexual terrible”.
El hijo de Martine no dijo nada sobre los abusos, pero ella se dio cuenta de su extrema angustia. “En el crematorio, estaba angustiado, se tumbó sobre el ataúd de su padre y trataba de abrirlo diciendo ‘quiero irme con papá’”. Diez años después, el hijo de Martine fue detenido en 1997 por exhibicionismo. Tenía 21 años. Durante el interrogatorio policial se derrumbó y habló por primera vez de los repetidos abusos sexuales sufridos en Bétharram. Se abrió una investigación policial por violación y agresión sexual contra un menor. A Silviet Carricart, que negaba las acusaciones, lo encarcelaron en prisión preventiva.
Para sorpresa del investigador principal del caso, dos semanas después Silviet Carricart fue puesto en libertad. Luego se le permitió un traslado a Roma. Allí fue donde se suicidó cuando la policía francesa se puso en contacto con él para interrogarle sobre una segunda denuncia en el año 2000. Durante la investigación parlamentaria, al primer ministro Bayrou se le preguntó si había pedido al juez de instrucción información sobre el caso y si había intervenido. Negó haber intervenido en modo alguno.
“Esto ha destrozado la vida de mi hijo”, dice Martine. “A sus 49 años, no tiene vida familiar ni trabajo, ha estado en muchas unidades psiquiátricas, tiene la piel dañada de tanto frotarse”.
La organización de sacerdotes a cargo del colegio de Bétharram comunicó en marzo que aceptaba su responsabilidad por el “sufrimiento” de los antiguos alumnos y que había iniciado una investigación independiente sobre los “enormes abusos” cometidos durante décadas.
Gélie y el resto de víctimas en Francia han hecho un llamamiento a cualquier persona afectada en otros países para que se ponga en contacto con ellos. Los sacerdotes de Bétharram pertenecen a una orden misionera presente en todo el mundo, desde el Reino Unido hasta Brasil, Tailandia y Costa de Marfil. “Creemos que esto va mucho más allá de Francia”, dice Gélie.
Laurent es otro de los que lamenta sufrir un “impacto de por vida” por los abusos. Fue agredido sexualmente en la oficina de un sacerdote. Una vez quedó inconsciente tras el puñetazo que le dieron por tirar una bola de nieve en la dirección equivocada durante el recreo. Ha presentado una denuncia judicial por agresión sexual y violencia verbal y física. “La violencia no era solo una bofetada, te golpeaban hasta quedar inconsciente”, dice Laurent, que ahora tiene 56 años y es empleado público. “Durante los dos años que pasé en el colegio, sufrí humillaciones, violencia y agresiones constantes, hablo ahora para asegurarme de que ningún niño vuelva a sufrir esto”.
Traducción de Francisco de Zárate