Agruparse en territorios, en ámbitos sectoriales, en espacios comunes, en colectivos que mantengan lazos por débiles que sean. Tratando de reconfigurar vínculos que faciliten el recuperar el coraje para actuar juntos. Rehaciendo lo que sigue siendo común
No hay duda de que el mundo que conocíamos, que tratábamos de comprender, el mundo en el que forjábamos ilusiones y esperanzas, el mundo en el que debatíamos futuros basados en distintos sistemas articulados de valores, está quedando irremediablemente atrás. Este cambio de época, este punto de inflexión en el que acaba una civilización y empieza otra, implica una alteración profunda de nuestra relación con lo que nos rodea. Una modificación radical con el conocimiento que nos ha acompañado, con los trabajos que ido desempeñando, con la tecnología que hemos aprendido a usar y, en definitiva, con nuestra propia forma de ser, con nuestra conciencia.
Ese cambio está afectando todos y cada uno de los aspectos que caracterizaban nuestra existencia. Sabemos que no podemos seguir pensando en clave económica desde la lógica del crecimiento infinito. Las organizaciones jerárquicas ya no nos funcionan como antes. Se va perdiendo el sentido de muchos de los trabajos que seguimos haciendo. La complejidad y el entrecruce de crisis casan mal con un sistema de conocimiento basado en la especialización y la segmentación de saberes. Sabemos que ya no podemos relacionarnos con la naturaleza pensando solo en cómo explotamos sus recursos. Aquello que situaba a la política en un espacio delimitado, lo público, distinto de lo específicamente privado tampoco nos funciona. El patriarcado y la feminización exclusiva de los cuidados no tienen continuidad posible sin recurrir a la violencia. Ha cambiado, en definitiva, lo que significa ser humano.
Pero, todo ello y la conciencia de que no hay vuelta atrás, que ya no nos van a servir los parámetros de conducta habituales, es lo que propicia una proliferación del miedo que afecta tanto a personas aisladas como a colectivos heterogéneos. ¿Miedo a qué? Miedo a lo que no conocemos, miedo a los recién llegados, miedo a no poder seguir con lo que sabemos hacer, miedo a perder nuestros pequeños o grandes privilegios, miedo a no formar parte, miedo a no tener compañía, miedo a que nos abandonen y excluyan.
Esa sensación, esa seguridad de la inseguridad, acaba convirtiéndose en un sistema de control social muy potente. Vivimos en un estado permanente de inseguridad difusa. La incertidumbre es inherente a la condición humana, pero de la incertidumbre al miedo hay un paso que es significativo. El miedo aísla, individualiza y canaliza nuestra energía hacia conductas estrechas. Mientras que cuando hay esperanza y un entusiasmo compartido entre personas confiables se abren caminos impredecibles y transformadores, cuando lo que reina es el miedo, todo se angosta y empequeñece. O, dicho de otra manera, nos hace más predecibles y, por tanto, más analizables y más manipulables con los instrumentos y la tecnología adecuada para ello. No es extraño que muchos líderes políticos, algunos incluso de buena fe, reaccionen reforzando instrumentos de control y de seguridad que acaban reduciendo las posibilidades creativas y de experimentación. Los que conocen bien la historia recuerdan episodios en los años 30 en que la combinación miedo-seguridad condujo a salidas autoritarias con consecuencias nefastas, y hoy empezamos a tener ejemplos renovados de esa misma ecuación.
Dice Bernat Castany que el miedo es un “aguijón invisible” que nos nubla la mente, nos roba el sueño, nos aparta del mundo y nos hace egoístas y crueles. El miedo nos hace exagerar las amenazas, tiende a aislarnos, refuerza nuestras pasiones tristes (como la ira, la vergüenza, la desesperanza o la crueldad) y, políticamente, nos hace desconfiados, propiciando que nos acerquemos sin defensas a “los traficantes del miedo” que nos prometen protección a cambio de nuestra libertad. Frente a la sobrecomplejidad de los problemas que nos acechan, sin capacidad de buscar salidas que ofrezcan esperanza, nos lanzamos en brazos de los que de manera simple e incluso chapucera nos ofrecen apariencias de solución en forma de exclusión de los que no son “como nosotros”.
No hay salidas individuales a esta situación. Las repercusiones de tal escenario son múltiples y afectan a sectores muy diversos. Pero agruparse parece cada vez más necesario, Agruparse en territorios, en ámbitos sectoriales, en espacios comunes, en colectivos que mantengan lazos por débiles que sean. Tratando de reconfigurar vínculos que faciliten el recuperar el coraje para actuar juntos. Rehaciendo lo que sigue siendo común. Hay muchos lugares y espacios que aún conservan o facilitan esos lazos. Lazos que generen un sentido compartido de seguridad, que permitan hablar y convivir con los miedos de cada uno. Recuperando la esperanza frente a los que solo predican la insolidaridad y el sálvese quién pueda.