Expertos en urbanismo y cambio climático consideran que las medidas contra el calor en la capital no son suficientes y apuntan a las diferencias de renta y la falta de visión estructural como las principales barreras para una adaptación efectiva al aumento de temperaturas en el entorno urbano
Las continuistas medidas de Almeida contra el calor en Madrid: piscinas, espacios culturales o más plazas de acogida
Según datos de la Agencia Estatal Meteorológica (Aemet), el verano de 2024 fue el sexto verano más cálido en Madrid desde 1961, con temperaturas de un grado centígrado por encima de la media de esta estación. Las previsiones para este año son bastante similares y, si la tendencia de los últimos veranos se mantiene, es posible que se registren entre dos y tres olas de calor de más de diez días de duración entre los meses de junio y septiembre. La primera arranca este fin de semana. Ante este escenario, la respuesta de las grandes ciudades como Madrid pasa por facilitar a sus habitantes las herramientas necesarias para afrontar el calor de la mejor manera posible. Y uno de los recursos más habituales de los que echan mano las administraciones son los refugios climáticos.
La asociación ecologista Greenpeace los define como espacios públicos y privados que se ofrecen como resguardo ante las altas temperaturas. Pueden tener características muy diferentes dependiendo de su ubicación, aunque su función debe ser siempre la misma: dar cobijo en momentos de mucho calor cuando el entorno urbano se vuelve hostil. Sin embargo, con el aumento de su popularidad en los últimos años, han perdido su objetivo inicial y es cada vez más difícil discernir entre aquellas propuestas que se venden como refugios climáticos pero no lo son y las que sí.
Por su parte, la RAE define un refugio como “un lugar adecuado para refugiarse”. Esto supone que, aplicado como medida climática, debe ser un espacio que proteja del calor y sea accesible a todas las personas. Si se traslada al ámbito municipal y, en concreto, de Madrid, han de ser gratuitos, con un horario amplio, cercanos a los núcleos de población y más frecuentes en zonas en las que el acceso personal a herramientas contra el calor es más complicado.
A finales de mayo, el Ayuntamiento de la capital anunció una serie de medidas para combatir los episodios de calor extremo, la gran mayoría de ellas ya aplicadas previamente. Un listado compuesto principalmente por refugios climáticos como piscinas, centros culturales y chorros refrescantes que seguía la estela de años previos, con la instalación de los toldos de Sol como gran novedad del verano. Estas propuestas dan una pista de la preparación de Madrid frente al calor.
Un operario en la instalación de los toldos de la Puerta del Sol
Mientras algunas ciudades del mundo avanzan hacia modelos urbanos resilientes, la capital española sigue rezagada. Falta planificación, los pocos refugios climáticos existentes son, en muchos casos, inaccesibles o están mal distribuidos. “Madrid es una ciudad muy afectada por el calor, pero lo más preocupante es lo poco preparada que está para afrontarlo de forma equitativa”, alerta David Vollmer, especialista en urbanismo y miembro de Madrid Proyecta. Esta desigualdad urbana se traduce en un mapa térmico: barrios arbolados y sombreados frente a otros que son auténticos hornos urbanos.
Rentas bajas y calor: combinación asfixiante
Esta diferencia no responde solo a cuestiones técnicas. Vollmer señala que “los barrios con más renta suelen tener más vegetación y mejores condiciones para resistir las olas de calor”. Los datos del inventario municipal de arbolado lo respaldan: hay más árboles en los barrios más ricos. Además, el mantenimiento verde también se concentra en estas zonas, agravando la brecha.
Esta regla no se cumple en los barrios más céntricos, en los que predomina el asfalto, pero en los que se situán en los alrededores la diferencia es muy notable. Según datos del último análisis del arbolado viario del Ayuntamiento de Madrid, el barrio de Castellana, con una de las rentas más altas de la capital, cuenta con árboles en el 85% de sus calles, mientras que en zonas con ingresos mś bajos como Santa Eugenia, en Villa de Vallecas, solo el 62% del callejero cuenta con espacios verdes.
Marianna Papapietro, arquitecta y mediadora cultural de Redes por el Clima, asegura que “las zonas verdes son la asignatura pendiente” en la capital. La arquitecta asevera que no solo influye la renta, sino también cómo está construido el barrio. Donde hay vegetación -porque se diseñó con más zonas verdes o con pavimentos blandos- las condiciones climáticas son mejores. Normalmente, eso ocurre en barrios más ricos o mejor planificados. En cambio, hay barrios donde se combinan viviendas en mal estado con un entorno urbano duro, con calles estrechas y sin árboles. En esos lugares, como puede ser el caso del distrito de Usera o del barrio de San Cristóbal en Villaverde, los efectos del calor se agravan.
Foto térmica del parque de juegos Cura Tomás, en el barrio de San Cristóbal, donde se alcanzan altas temperaturas por la escasez de arbolado
En los distritos acomodados, muchas viviendas unifamiliares cuentan con jardines privados que suavizan el clima. Pero en la periferia, donde abundan los pisos pequeños y mal aislados, el calor no encuentra resistencia. Marianna Papapietro lo resume con claridad: “La población más vulnerable es la que menos recursos tiene para combatir el calor, y también la que menos acceso tiene a refugios climáticos”. Además, la utilidad real de estos espacios es limitada. “Muchos requieren entrada de pago, como las piscinas, lo que excluye a muchas familias. Otros están cerrados en las horas más críticas o no cuentan con actividades que los hagan atractivos”, denuncia la experta.
Las propuestas más recientes tampoco parecen tener un impacto significativo. Es el caso de las marquesinas refrescantes instaladas el verano pasado en Moratalaz y Villaverde, que tanto Papapietro como Vollmer consideran poco significativas debido a su elevado coste y su escasa efectividad. “Se trata más de gestos simbólicos que de soluciones estructurales”, aseguran.
Dispositivo de enfriamiento instalado en una de las marquesinas de Villaverde Cruce
La escasez de fuentes de agua potable, juegos de agua o espacios comunitarios bien climatizados agrava el problema. “Muchas fuentes se cierran en invierno y no se reactivan a tiempo. Es un ejemplo claro de falta de previsión”, apunta Papapietro. Y cuando hay soluciones efectivas -como los patios escolares abiertos en verano– se quedan en experiencias piloto sin vocación de generalizarse.
Falta de visión estructural en el Madrid del asfalto
Para Vollmer, la raíz del problema es la falta de visión estructural. “El urbanismo puede ser una herramienta poderosa contra el calor, pero seguimos apostando por modelos que lo agravan: plazas de hormigón, calles anchas sin sombra y desarrollos como los PAU que nacen sin adaptación térmica”, critica.
Incluso intervenciones de gran calado, como el soterramiento de la A-5 o las renovadas piscinas municipales, evidencian una desconexión entre el discurso climático y la práctica urbanística. Las piscinas, por ejemplo, se construyen sin arbolado y con césped artificial que retiene mucho más el calor que el natural. En este sentido, el experto en urbanismo asegura que “las recomendaciones internacionales sobre dotación de piscinas públicas por habitante colocan a Madrid muy por debajo de lo deseable”. Algo que se ha podido comprobar en las primeras semanas de calor en la capital.
La elevada demanda por el calor, unida a la escasa proporción de instalaciones deportivas de verano en la ciudad para atender a toda su población, hace que la mayoría de piscinas del Ayuntamiento y la Comunidad agoten sus entradas en cuanto se ponen a la venta, dejando a muchos madrileños sin acceso a algunos de los pocos recursos asequibles para combatir las altas temperaturas. Los datos confirman la escasez de piscinas municipales en Madrid: solo hay una por cada 140.000 habitantes, una de las peores ratios de España.
Piscina municipal El Quijote, una de las más solicitadas de la capital junto a la de Peñuelas
Más Madrid, en su plan para refrescar la ciudad contra el cambio climático, proponía una solución a la escasez de piscinas con la “recuperación de la relación histórica de la ciudad con el agua”, en concreto los arroyos históricos. Su propuesta pasaba por crear “infraestructuras azules” en áreas inundables en parques situados en los márgenes de los arroyos históricos como Aluche, Caramuel, San Isidro, La Elipa o La Gavia. Precisamente, barrios en los que la afectación por el calor es superior y el acceso a las piscinas se ve reducido.
En cuanto al planteamiento urbanístico y estructural de la ciudad, Vollmer señala que “muchas veces no se replica el conocimiento tradicional que ya existía en nuestras ciudades: fachadas claras, vegetación abundante, calles estrechas que favorecen la ventilación”. “Estamos renunciando a nuestro propio patrimonio climático”, lamenta Vollmer. Tanto él como la arquitecta Marianna Papapietro coinciden en que las soluciones existen y no tienen por qué ser costosas: árboles, pérgolas, toldos, materiales permeables, patios escolares abiertos, techos verdes o chorros de agua. Pero todo ello requiere un cambio de enfoque.
Aquí seguimos viendo el mantenimiento verde como un gasto, no como una inversión en salud y bienestar
Madrid, por ahora, no está liderando ese cambio. “Otras ciudades como París, Nueva York o Tokio están aplicando políticas de renaturalización urbana con un enfoque integral. Aquí seguimos viendo el mantenimiento verde como un gasto, no como una inversión en salud y bienestar”, denuncia Papapietro. Cerrar parques como El Retiro durante olas de calor por seguridad climática, como ocurrió este año durante la Feria del Libro en dos ocasiones, ejemplifica esta paradoja. “Se priva a la ciudadanía de su principal refugio natural justo cuando más lo necesita”, indica Papapietro, que urge a revisar estos protocolos, intensificados desde 2018 cuando un tronco aplastó a un menor de cuatro años mientras paseaba con su padre por el Retiro.
La mediadora cultural de Redes por el Clima cree que “cerrar parques ante cualquier alerta es un error, especialmente en momentos extremos, porque son refugios climáticos naturales”. Para Pappietro es un sinsentido este planteamiento de la ciudad en el que “se tala mucho, a menudo sin replantar, y se cierran parques en lugar de invertir en un sistema de control y cuidado”. Entiende la gravedad del suceso ocurrido hace siete años durante el mandato de Carmena, pero insiste en que hay que poner el acento en mejorar las condiciones del arbolado para evitar caídas y “no cerrar los principales pulmones verdes de la ciudad en los momentos en los que más se necesitan”.
Un árbol del parque del Retiro cae sobre un coche aparcado en la calle, el martes 24 de junio de 2025
En cuanto a las nuevas iniciativas del Ayuntamiento como la creación de azoteas verdes, las opiniones de Vollmer y Papapietro chocan. Mientras el primero considera que no tendría un efecto lo suficientemente grande como para la inversión que suponen, la arquitecta aprueba esta medida y señala que la instalación de plantas de bajo mantenimiento y bajo requerimiento hídrico pueden convertir esos espacios en pequeños ecosistemas útiles.
Ambos expertos apuntan a París como modelo de ciudad europea al que debe aspirar Madrid. La capital francesa está actuando en múltiples escalas: ampliación del transporte público, eliminación de plazas de aparcamiento en superficie, naturalización masiva de calles y reforestación del entorno. Además, ha apostado por la monitorización del estado de los árboles para mejorar su conservación. Esto en Madrid, según explica Papapietro, no es posible, ya que el mantenimiento está privatizado y se aborda desde una lógica puramente económica.
“Si tuviera que adoptar una sola medida, sería más bien una actitud: preguntarse en cada decisión urbana ‘¿esto refresca?’”, propone Vollmer. Para ambos expertos, Madrid necesita pasar del gesto puntual al enfoque sistémico. De la marquesina refrescante al árbol de toda la vida. De cerrar parques a repensarlos como aliados contra el calor. De la desigualdad climática a la justicia urbana. Porque el calor no afecta a todos por igual y “una ciudad que no protege a los más vulnerables se cocina a fuego lento”.