Historiadores y descendentes de anticuarios y orfebres recuerdan las tretas de los establecimientos compostelanos para esquivar los caprichos de Carmen Polo, a la que tratar de cobrarle lo que se llevaba acababa saliendo más caro
Cómo Santiago derrotó a los Franco y rescató las estatuas de la Catedral: de la humillación a la victoria en el Supremo
Un capricho de Carmen Polo, la mujer de Franco, fue el que acabó dando con dos de las estatuas del Pórtico de la Gloria en el Pazo de Meirás, las figuras de Isaac y Abraham que el Tribunal Supremo, tras ocho años de lucha judicial, acaba de ordenar a sus herederos que devuelvan a la ciudad de Santiago. Pero en la capital de Galicia, al igual que en A Coruña, recuerdan muchos otros caprichos de La Collares que no han llegado a las crónicas aunque que se transmiten de boca en boca. Son los que hablan de cómo las joyerías y las tiendas de antigüedades se cerraban a su paso porque la mujer del dictador tendía a llevarse sin pagar aquello a lo que le echaba el ojo, “y no tenía cataratas, precisamente”, apunta la historiadora Encarna Otero. Intentar cobrárselo, además, podía salir todavía más caro.
Es lo que cuenta Fernando. En realidad, no se llama así, pero 50 años después de la muerte de Franco, al remover estos asuntos, todavía prefiere dejar en el anonimato tanto su nombre como el de la joyería que su familia atiende, desde hace generaciones, al pie de la catedral. “Pieza que quería, pieza que era para ella, y hablamos de piezas caras, que te suponían un golpe en la economía del comercio. Si le pasabas la cuenta a El Pardo, te la iban a pagar, pero a cambio te caía una inspección, muy dura y, al final, salías perdiendo”.
Por eso, el abuelo de Fernando solo mandó la factura una vez. En adelante, su método sería el mismo que utilizaban tantos otros comercios en Santiago y A Coruña: bajar la verja tan pronto como sabían que Carmen Polo estaba cerca. “Mi familia cerraba para no enfrentarte a ella, porque no podías”. Pero no siempre daba tiempo. “Como pasaba los veranos en Meirás venía mucho aquí, venía a misa… y, de paso, se pegaba una vuelta, a ver lo que se encontraba. Si lo que encontraba le gustaba, se lo llevaba”. Y nunca eran objetos baratos. “Tenía ojo clínico, sabía lo que era bueno, lo tenía claro”.
Más allá de lo que le contaron, Fernando llegó a estar en la tienda junto a Carmen Polo, aunque no lo recuerde. “Debía de ser en torno al año 1973. Yo estaba ahí, acostado en el carrito y ella entró. Preguntó ‘quién es este bebé tan bonito’ y le dijo a mi madre, que fue quien la atendió, ‘felicidades a la mamá’. En aquella época, ya mayor, llegaba acompañada por un séquito de señoras, ”las mujeres de los gobernadores o lo que fuera“. Entonces, eran ellas las que ”sacaban la cartera“ y pagaban los caprichos —”dedales y otras cosas de plata“— de los que ella ”disponía libremente“.
Lo de más valor, a la caja fuerte…
El caso de la familia de Fernando no es una excepción. Encarna Otero, historiadora y exconcejala, una de las mayores conocedoras de la vida reciente de la ciudad, conoce al menos otros dos casos. Uno, el de la histórica joyería Malde, que tenía sede tanto en Santiago —un emblemático edificio a un paso de la Catedral, hoy ocupado por una de esas tiendas pensadas para los turistas— como en A Coruña, las dos ciudades a las que Carmen Polo se desplazaba con facilidad desde el pazo de Meirás, en Sada.
Los propietarios de Malde no dudaban en cerrar tan pronto sospechaban de la presencia de la mujer de Franco en Compostela. “Venía en fechas señaladas, como el 25 de julio —festividad de Santiago Apóstol, hoy también Día Nacional de Galicia— pero también cualquier día de agosto, que era el mes que pasaban en Meirás, donde incluso había reunión de ministros”, ya que el dictador hacía del pazo, expoliado a los vecinos y recientemente recuperado para el patrimonio público, un símbolo “de su mando y poder”.
El otro histórico establecimiento, también desaparecido, es la Joyería Ángel, ubicada en la Praza de Praterías, a la que históricamente dieron su nombre estos negocios. “Ángel, que no se debía de atrever a cerrar, metía lo más valioso en la caja fuerte”. En los expositores de aquel “impresionante” taller —que llegó a tener sedes en Ourense y Vigo— quedaban, aun así, suficientes piezas para llamar la atención de Carmen Polo.
Pero a la mujer de Franco no sólo le pirraban las joyas. Como ha demostrado la recuperación de las estatuas del Pórtico, las antigüedades eran su perdición. Todavía hoy, Meirás sigue siendo un catálogo de bienes expoliados a pazos y monasterios como el de Moraime, en Muxía. El propio párroco documentó, en un caso inédito, la procedencia de las pilas de piedra que permanecen en el jardín, a escasos metros de la capilla donde Isaac y Abraham esperan su vuelta a casa. Tras cientos de años en el sitio para el que fueron creadas, estas piezas del siglo XII salieron en camión hacia la residencia de verano de los Franco poco después de una visita de Carmen Polo a la localidad. La muy católica señora no dudó en convertir las pilas —una bautismal y otra de agua bendita— en dos maceteros para su finca.
… o escapar “de feria” a Madrid
“Expolió piezas de muchos monasterios: Moraime, Sobrado, Oseira… pero también de los anticuarios”. Otero recuerda al menos dos establecimientos compostelanos, que ya no existen, azotados por la avaricia de Polo. “Esconder antigüedades es más difícil que guardar joyas en la caja fuerte, así que la solución era cerrar argumentando que estaban en una feria, por ejemplo en Madrid”.
La historiadora compostelana está leyendo Franco, de Julián Casanova, y encuentra en el comportamiento de su esposa un complemento a lo que allí se cuenta. “Casanova ratifica que el dictador se enriqueció con la carne de Argentina o el café de Brasil, que él gestionaba directamente haciéndose millonario a través de la junta de arbitrios mientras España pasaba hambre”. Junto a esto, ella entiende que su mujer se encargaba “del sector decorativo: joyas, esculturas y demás patrimonio”.
“Le encanta visitar joyerías. Cuando se encapricha de alguna pieza, manda que se las envíen a palacio ‘para que Paco las vea’, dice. ¿Y quién se atreve a negarse? Pero nunca las devuelve. Y no le vas a mandar una factura…”. Más allá de los trabajos científicos, la rapiña de Polo se ha ganado un hueco en la cultura popular. Este diálogo pertenece a la película hispanoargentina ¡Atraco!, en la que su interés desmedido por unas joyas que no se le podían negar acaba siendo el desencadenante de la trama.
Fotograma de ‘¡Atraco!’ (2012), en el que Carmen Polo se dirige escoltada a una joyería
Encarna Otero no quiere dejar pasar la oportunidad de destacar lo “importantísimo” de la sentencia que da la razón al ayuntamiento de Santiago en la demanda sobre la propiedad de las estatuas de la catedral. “Va a abrir el camino para otras, porque al tratarse de bienes del patrimonio público, el delito no prescribe”. Pero, además, demuestra que los herederos del dictador “no son invencibles”. Y eso a pesar de “todos los obstáculos” que encontró la demanda judicial.
Las apropiaciones por la fuerza realizadas durante la dictadura por “Franco, Carmen, pero también por muchos falangistas en bibliotecas, en casas…” todavía han sido “poco analizadas y muy poco revertidas”. La historiadora echa en falta una partida específica para ello en la Ley de Memoria Histórica, aunque entiende las prioridades. “Lo primero era sacar a la gente de las cunetas y llevarla a los cementerios, por una cuestión de dignidad y de duelo con las familias, pero luego viene todo el tema económico. Y no es menor”.