domingo, junio 22 2025

Mientras los turistas brindan, otros cenan en el suelo: colas del hambre a un minuto de la Gran Vía de Madrid

En la Plaza de las Descalzas personas de distinto perfil, algunas incluso con trabajo y casa, reciben alimentos de organizaciones benéficas para poder subsistir

La Plaza de las Descalzas se hace más dura: menos indigentes alrededor del nuevo hotel de lujo llegado a Madrid

En pleno centro neurálgico de Madrid, a un minuto de las grandes cadenas de moda rápida y frente a un hotel de cuatro estrellas —donde una noche supera los 400 euros—, casi un centenar de personas hacen cola cada martes para recibir un táper de comida caliente. Una vez a la semana, los turistas que se toman unas cañas en las terrazas de la Plaza de las Descalzas crean un llamativo contraste junto a quienes esperan su turno sentados en los bordillos o sobre papeles en el suelo.

Este reparto de alimentos se realiza desde hace nueve años. Antes de la pandemia, tenía lugar en la Plaza Mayor, uno de los puntos más visibles del sinhogarismo en la ciudad. Alessandra, voluntaria de Casa Fuerte —el colectivo cristiano que organiza esta iniciativa— cuenta que les prohibieron continuar allí. “Yo creo que por el turismo”, apunta.

Aunque la distribución comienza a las nueve de la noche, Darisa, como muchas otras personas, guarda sitio desde las dos de la tarde. “Siempre vengo temprano”, dice, mientras sujeta una bolsa de plástico con fruta, agua y un recipiente de aluminio con carne picada y arroz caliente. Lleva tres meses acudiendo a la plaza semanalmente, desde que está en situación de desempleo: “Yo trabajaba en ayuda domiciliaria y la alta temperatura me hizo desarrollar piel atópica grave”. Además, padece artrosis y diabetes de tipo 2. Actualmente percibe el Ingreso Mínimo Vital (IMV), que le permite cubrir “la habitación, el traslado, el bono” y puede trasladarse hasta la plaza, asegura.

Ella viene sola, pero las largas horas de espera y las cenas compartidas han tejido vínculos entre las personas que allí coinciden. Andrés, de 33 años, es uno de ellos. Llegó a España desde República Dominicana hace nueve años y ha atravesado distintas etapas: ha trabajado, ha estado en paro, ha estudiado… Actualmente no tiene empleo. “No tengo recursos económicos para sustentarme diariamente”, afirma. Vive en La Latina, en casa de una amiga, con quien colabora en el pago del alquiler cuando le es posible.

El centro, foco de sinhogarismo

Muchos de los que forman esta cola “tienen una habitación y un trabajo”, dice Alessandro, otro de los voluntarios encargados de repartir la comida. Aunque existe este perfil, muchos otros duermen en las calles del distrito Centro, que, según los datos del Ayuntamiento de Madrid de 2024, es con diferencia la zona con mayor número de personas sin hogar.

En julio, las cifras alcanzaron las 179 personas. Sin embargo, quienes viven en la calle suelen evitar cualquier pregunta y prefieren mantenerse en el anonimato “por vergüenza”, explica otra voluntaria. “Muchos ni siquiera cuentan su situación a sus familias”, añade Alessandra. Durante la conversación, mientras algunos viandantes se quedan mirando y otros pasan de largo, recuerda a una familia y a un hombre que solían dormir en la Plaza de las Descalzas. Echa un vistazo alrededor y no los ve. “Me parece que los habrá quitado la Policía”, sospecha.

Los perfiles que acuden al reparto son muy variados. “Tenemos un poco de todo”, cuenta Alessandra. “Bastantes inmigrantes, también españoles, personas que viven en la calle, de okupa o en una habitación. También doctores, abogados… Personas que vienen de su país creyendo encontrar algo mejor, no tienen papeles y no encuentran una situación mejor”. La diversidad también se refleja en las edades. “De los veintipico hasta los 60 años”, asegura.

Entre las más jóvenes está Stéphanie, de 23 años. Llegó sola desde Perú hace tres meses, en busca de “una mejoría”. Su llegada a España ha estado marcada por la inestabilidad, consiguiendo algún que otro trabajo temporal cuidando a personas mayores. Cada vez que vuelve a quedarse sin ingresos, recurre de nuevo al reparto de alimentos y a los comedores sociales.

“Hasta la semana que viene”, se despide uno de los comensales de los voluntarios. Algunos se apresuran para poder entrar en hora a los albergues municipales; otros, para conseguir un sitio donde dormir en los alrededores de la Gran Vía. Los voluntarios permanecen un rato más recogiendo las mesas y tocando la guitarra, mientras las terrazas donde antes se sentaban los turistas se vacían y los camareros comienzan a recoger.