sábado, julio 5 2025

Por qué hay tanta corrupción en España

Si de verdad queremos erradicar los restos de la corrupción que nos han quedado, quizá podríamos empezar por comprender sus raíces: llevar a cabo un proceso público y compartido de revisión de las consecuencias que la dictadura dejó en nuestra vida como país

Los puteros de los puteros

En España hablamos muy mal inglés, ¿sabes por qué? No es porque seamos ni más vagos, ni peores estudiantes que el resto de los europeos.

Todos los hablantes de una lengua usan una serie de sonidos vocálicos básicos llamados “fonemas”. Los humanos podemos producir unos 800 fonemas distintos, pero cada idioma usa solo un pequeño subconjunto. El inglés, por ejemplo, tiene 44 fonemas. El chino mandarín, unos 56, y el alemán, 45.

De bebés, somos capaces de oír y distinguir todos los fonemas que existen pero, a medida que nos hacemos mayores, nuestro cerebro se va especializando en los del lenguaje de nuestra comunidad hasta que, a partir de cierta edad, ya no somos capaces de oír ni de distinguir los fonemas de una lengua que no es la nuestra.

El español es uno de los idiomas con menos fonemas que existen en el mundo, solo tiene 25. De ellos, 5 son vocales (a, e, i, o, u) y 20, consonantes. Si los españoles tenemos tanta dificultad para hablar inglés es porque nuestro cerebro tiene mucha dificultad para oír y distinguir sus 22 fonemas vocales, más sus 24 fonemas consonantes. Por eso, y no porque estemos hechos de una pasta moral distinta, nos cuesta mucho más trabajo aprender idiomas.

Y casi al contrario, si entendemos que los hablantes de otros idiomas tienen mucha más facilidad para hablar inglés, podríamos hasta sentirnos orgullosos del gran esfuerzo que hace la gente en España por aprender. Los portugueses, por ejemplo, que tienen 14 fonemas vocales, lo tienen mucho más fácil. Por eso –y no porque no traduzcan las películas en la televisión— hablan mejor que nosotros.

En España hay mucha corrupción, ¿sabes por qué? No, tampoco es porque seamos menos de fiar ni más inmorales que el resto de los europeos.

En España hubo durante 40 años una dictadura sangrienta. Como en todas las dictaduras, el sistema que regulaba la sociedad no era la meritocracia, sino la proximidad al poder. Éramos un país donde no solo las licencias de obra pública se adjudicaban a dedo: los estancos se regalaban a los amigos del régimen, los puestos en la administración se llenaban con afines al movimiento nacional y hasta las plazas de médico o maestro pasaban primero por el filtro político. Se premiaba la lealtad al régimen, no la competencia. De manera que corromper para aproximarse al poder no sólo no merecía reproche: es que era el modus operandi; era la normalidad.

Por esa razón, en España algunas conductas que en otros países serían un escándalo tienen menos reproche social. Como lo de hacer la reforma de tu casa en “B”, o que la profesora de yoga cobre en mano, o lo de trampear los procesos de acceso a la función pública, entre otras muchísimas cosas. Pero no solo. Ocurre también que algunos ámbitos de la legislación –como los mecanismos por los que se otorgan las licencias en algunas ciudades y pueblos— son intencionalmente oscuros, como para que uno tenga que acabar siempre en manos de un funcionario o de una agencia especializada para conseguir un permiso.

Las inercias económicas y sociales son poderosas y en España la estructura económica y administrativa sigue siendo heredera de un sistema de dádivas y privilegios, de bienes incautados tras la guerra y recompensas a los fieles. Para comprobarlo, nada como observar la cantidad de concesiones de infraestructuras que todavía están en manos de concesionarios del franquismo. Pero también es verdad que las cosas están cambiando. Sobre todo entre las personas que no vivieron en aquellos años de dictadura y que no tienen ni la tolerancia ni la comprensión cultural con esas prácticas.

Rara vez, cuando un fenómeno afecta a un grupo social entero, la explicación está en que ese colectivo sea más vago, más corrupto o más defectuoso que otros. Al contrario: lo esperable es que existan razones históricas y culturales profundas que lo expliquen. Los prejuicios son un mal atajo para entender la realidad y lo que es peor, nos roban la posibilidad de encontrar soluciones.

Del mismo modo que no vamos a aprender más inglés por mucho que nos rompamos la cabeza contra los fonemas, si de verdad queremos erradicar los restos de la corrupción que nos han quedado, quizá podríamos empezar por comprender sus raíces: llevar a cabo un proceso público y compartido de revisión de las consecuencias que la dictadura dejó en nuestra vida como país, en lo político y en lo social, pero también en la economía y en la misma ética que nos gobierna.

Para todo lo demás, ya saben: apunten a sus hijos y a sus nietos a estudiar otro idioma; cuanto más chiquititos, mejor.