El periodista Daniel Entrialgo reflexiona en su libro ‘Cuando el mar no era azul: Un viaje sentimental por el color más elegante, enigmático y melancólico del espectro cromático’ (Espasa) acerca de lo que hay detrás de este color que dice más de nuestra sociedad de lo que pensamos
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Hay aspectos de la realidad que parecen inmortales, elementos que, pese al paso de los siglos, residen en la naturaleza y se entienden de forma universal, adoptando formas distintas según quién los mire y cómo decida colorearlos. Entre toda la paleta cromática existente, no obstante, hay uno que guarda una profunda incógnita: el azul.
A pesar de la omnipresencia de este color en nuestra cultura contemporánea: en el arte, el cine, la moda, la música o la literatura, no siempre ha sido percibido de la misma manera. En la Antigua Grecia, por ejemplo, no “veían” el azul del mismo modo en que lo hacemos nosotros (y no en un sentido estrictamente visual, sino conceptual). A Daniel Entrialgo, escritor y subdirector de Forbes España, le fascinó “cómo una cosa que nos rodea por todos lados tiene un origen tan misterioso, tan extraño”. Una reflexión que, lejos de ser suficiente, le multiplicó las dudas y la curiosidad, y desde ahí comenzó a escribir Cuando el mar no era azul: Un viaje sentimental por el color más elegante, enigmático y melancólico del espectro cromático (Espasa), una biografía del color más misterioso y profundo de nuestro presente.
Es muy posible que el concepto de lo “azul” fuera evolucionando en el tiempo, como una construcción cultural en progreso, ajeno por tanto a una única verdad universal inmutable o a la idea de un arquetipo eterno. Sin embargo, el color, en su sentido más amplio, no ha sido percibido del mismo modo por el ser humano a lo largo de los siglos. Según las épocas, cada sociedad lo ha concebido en función de su entorno cultural, su historia, su tradición, su clima e incluso su sentimentalidad.
Los griegos coloreaban la realidad del mundo con su propia luz interior
Es muy difícil crear un argumento en torno a las percepciones de colores tan básicos como los primarios (rojo, amarillo y azul). Si bien cada persona puede distinguir más subtonos o matices del mismo, “lo que es azul, lo vemos azul, sin ninguna duda” asegura el autor en una entrevista para elDiario.es. Es decir, nos basamos en la colorimetría (la ciencia del color) que establece como pautas fundamentales la tonalidad, luminosidad y saturación que nos permite diferenciar entre un color y otro. Pero lo interesante es que “en la Antigüedad los colores tenían una serie de connotaciones añadidas que a día de hoy no tienen”, dice Entrialgo.
Esto no significa que no pudieran ver el azul, sino que lo integraban en un marco de sabiduría, percepciones y matices que hoy hemos perdido o dejado de comprender
En la obra cumbre de la civilización occidental, La Ilíada, Homero describió “azul” como algo que nos podría parecer, con nuestra mirada actual, verde. Esto se debe a que “no sólo se referían al color como tal sino, en el caso del verde, su composición de húmedo. Todo lo que fuese húmedo era verde para los griegos: el rocío de la mañana, un plato mojado, las lágrimas, un charco”, explica Entrialgo. El azul, por su parte, era un color que “no se tenía ni en cuenta, les parecía un negro desteñido”. El escritor dedica enteramente un capítulo al misterio detrás de que el mítico escritor helénico atribuya al mar el color del vino: “Muchos autores han reflexionado sobre eso. Es la idea de que, para ellos, el color no era solo una cuestión visual. Por ejemplo, el término que usaban para el ‘color vino’ quizás no hacía referencia únicamente al rojo, sino a una experiencia sinestésica, una sensación compleja que les evocaba el mar. Esto no significa que no pudieran ver el azul, sino que lo integraban en un marco de sabiduría, percepciones y matices que hoy hemos perdido o dejado de comprender”.
Entrialgo reconoce la complejidad de ser conscientes de que Homero no usaba el azul por el simple hecho de que no era necesario. No solo es un saber lógico, sino que siempre va unido a la noción de que, en el fondo, resulta imposible ponernos en su piel. “Por lo general, nos cuesta mucho aceptar que otras culturas anteriores en el tiempo o distantes geográficamente, poseen creencias, usos o percepciones diferentes de las nuestras. Cada sociedad tiende a considerar sus saberes presentes como verdades absolutas y sus sensibilidades comunes como evidencias incuestionables”, escribe Entrialgo en el libro. En muchas ocasiones, incluso pretendemos recuperar el estado original de lo antiguo, pero “lo que acabamos haciendo en realidad —de forma inconsciente o no— es proyectar nuestra actual forma de pensar y entender el mundo sobre un ecosistema de gustos y valores totalmente extemporáneo, desplazado en su sentido adecuado, lo que nos hace rodear sin advertirlo el precipicio del anacronismo cultural”.
¿Cómo percibimos el azul hoy en día?
El mundo moderno está mayoritariamente coloreado de azul: desde Gillette, Nivea, Ford o incluso, Facebook y LinkedIn, multitud de marcas emplean el azul como su identidad corporativa. La psicología del color que hay detrás los ha asociado a profesionalismo, calma, confianza, tecnología y salud. “Las marcas ponen sus logos, productos o movimientos azules porque saben que en nuestro subconsciente no nos genera rechazo”, explica Entrialgo.
La vinculación de determinados colores a un aspecto concreto de nuestra identidad cultural “es una cuestión mayoritariamente arbitraria y que, en muchas situaciones, responde a los caprichosos vaivenes del mercado de consumo”, nos cuenta. Partiendo de la base de que muchos de los gustos que adquirimos son culturales, otros “son transmitidos de alguna manera por la industria”. Vemos cómo en los catálogos de moda, cada mes, hay un color que predomina, una tendencia cromática, “el color del año” que se lleva desde los zapatos hasta las uñas de las manos.
Ese “poder tan fuerte que tiene el azul sobre nosotros, hace innegable el dominio absoluto que tiene en nuestra sociedad actual”. Quizás, prosigue Entrialgo, sea una emoción básica, pero “es fácil sentirse identificado con el recuerdo del tiempo libre, vacaciones, mar, descanso”. Es decir, es un color que suele transmitir cierta sensación de tristeza, de melancolía, “pero una tristeza elegante, romantizada”. Además, en su concepción más genérica, “no sabemos por qué, pero existe una especie de consenso de que es un color que es elegante, sofisticado”, concluye el autor.
El poder tan fuerte que tiene el azul sobre nosotros hace innegable el dominio absoluto que tiene en nuestra sociedad actual”
Esta psicología del uso del color, por tanto, puede llevar detrás una manipulación consciente o inconsciente en el mundo del consumo. “Hasta tal punto que sería de locos que una agencia de viajes pusiera un anuncio con un fondo donde no esté el azul para pintar el cielo o el mar. Es por ello que cree que ese sentimiento está muy metido en nosotros. Es como también la gente que tiene de fondo de pantalla un paraíso como Hawái; en él predominará el azul, dudo mucho que escojan una imagen con un cielo lleno de nubes y lluvioso”.
Nos sucede con el aire o el cielo, que obviamente son transparentes, pero los vemos azules, y no solo eso, sino que creamos una idea en torno a esa idea del azul, tan poderosa que ese mercado de consumo tiende a tintar elementos artificiosamente para que, precisamente, nos transmita una sensación lo más natural y conforme a la realidad: “Las botellas de agua tienen un envoltorio que en su gran mayoría es de color azul o también en las piscinas suelen utilizar suelos de color azul para que nosotros pensemos que, efectivamente, es agua”, (como si el simple hecho de mojarnos en ella no fuese suficiente).
Occidente se adueña del azul
La bandera europea es azul, y la mayoría de las banderas de los países de la UE tienen este color. Entrialgo restringe el libro a Occidente ya que, tal y como cuenta, “es un fenómeno puramente occidental”. Resulta llamativo, entonces, que sea este color, tan poco considerado en la Antigüedad, y no otro.
“Muchos antropólogos creen que todas las culturas normalmente parten de un polo que es blanco, negro, ese contraste entre oscuridad y luz, noche y día. Luego, el color al que llegan en medio es el rojo, que puede representar la sangre”. Un ejemplo claro de esto son las pinturas rupestres, donde predominan tonalidades oxidadas, que serían “las básicas en cualquier cultura”. Luego ya se empiezan a representar otros colores como el verde y, normalmente, “el azul es de los últimos colores que se incorporan”.
La universalidad de ideas como el blanco, negro y rojo tiene una lógica detrás de la estructura cerebral: “Lo natural es aprender por contrastes de un sistema binario, del uno y su contrario, la noche y el día o el sol y la luna”. El nacimiento del color azul en Europa, aunque no se puede definir un momento exacto, tuvo un desarrollo gradual a lo largo de diferentes épocas. “Inicialmente, se utilizaban pigmentos naturales como lapislázuli y azurita, que eran muy costosos y raros”, explica el escritor.
Desde la Revolución Francesa, el rojo está muy vinculado a la izquierda y, ante esta realidad y bajo la lógica de los polos extremos, el azul ideológico ha nacido por oposición directa al otro
Pero, pese a todo, este color siempre ha estado ahí, siempre se ha usado, pero bajo contextos diferentes, bajo unas sociedades cambiantes y bajo una serie de connotaciones normalizadas no solo por la cultura, sino por nuestra propia “mirada” o, sin ir más lejos, ideología: “Desde la Revolución Francesa, el rojo está muy vinculado a la izquierda y, ante esta realidad y bajo la lógica de los polos extremos explicada anteriormente, el azul ideológico ha nacido por oposición directa al otro”. En un escenario corporativo, esta rivalidad se ejemplifica con los grandes bancos (por ejemplo, BBVA) quienes utilizan el color azul como parte de su imagen y otros, como el Santander optan por el rojo. Sin embargo, “cuando una marca quiere romper con lo establecido y captar la atención, especialmente de un público más joven, recurre a colores más vibrantes y poco convencionales como el amarillo, el naranja o el verde intenso”. Una elección que busca ante todo, diferenciarse, desde una estrategia de marketing del resto en un sentido más fuerte.
El hecho de que cada cultura tenga una predominancia o una inclinación hacia ciertos colores no implica que se deban adueñar de ellos. Entrialgo concuerda con que “el color pertenece a todo el mundo. Cualquiera puede utilizar los colores”. Es cierto que en la Edad Media, emplearlos era cuestión de élites y, debido a su proceso costoso y experiencia técnica, “solo la gente rica tenía acceso a esa realidad del azul” mientras que las personas sin recursos vestían “sin colores, con tonalidades toscas como las de un saco”. Por ello, asegura que desde ese punto de vista, tenemos que ser conscientes que hemos adquirido una cultura de color que no existía. Hemos oído muchas veces aquel dicho de que una vida triste es una vida sin color. Por suerte, no obstante, tenemos la capacidad de acceder a ellos, involucrarnos y atribuirles, como los griegos, el contexto que deseemos. Tenemos la posibilidad de vivir la vida con nuestro azul propio.