viernes, mayo 2 2025

La familia ‘del chalé de los horrores’ de Oviedo se confinó por miedo a la pandemia y vivía aislada desde 2021

Solo los repartidores de comida y el cartero vieron al padre cuando le entregaban los pedidos. El matrimonio y los menores llevaban triple mascarilla y no tenían contacto con el mundo exterior. Los vecinos creían que la vivienda estaba vacía

Los niños secuestrados por sus padres en Oviedo estaban sin escolarizar y llevaban pañales pese a superar los ocho años

El alemán Christian Stephan, de 53 años, encontró en Asturias el aislamiento que buscaba para autoconfinarse junto a su mujer, la norteamericana M.A.S., de 48 años, y sus tres hijos menores de edad: dos gemelos de ocho años y un niño de 10. Llegaron en octubre de 2021 a Toleo (Fitoria), una parroquia de la zona rural de Oviedo, a las faldas del monte Naranco, donde además de una vista espectacular la familia podía encontrar la tranquilidad a la que aspiraba.

El matrimonio alquiló un chalé individual a escasos metros del convento de las Carmelitas Descalzas, donde viven monjas de clausura. Apenas una decena de casas más en los alrededores completan la estampa perfecta si uno quiere pasar desapercibido.

Con pañales y durmiendo en cunas

A 1,9 kilómetros de distancia está la urbe y el ruido. Intramuros del domicilio familiar, unos niños apegados a su madre, sin escolarizar, sin salir al patio, ni a la calle y rodeados de excrementos, basura, medicamentos y animales enfermos.

Todos llevan triple mascarilla. Un autoconfinamiento que se cree que es consecuencia del miedo que ha dejado la pandemia. Los menores, pese a su edad, aún llevan pañales, los gemelos duermen en cunas y el niño en una cama “pequeña”. Una situación que se ha prolongado durante casi cuatro años y de la que nadie se dio cuenta. Ni los servicios sociales municipales, ni el Principado.

El movimiento de las cortinas en la ventana

Solo el padre tenía una mínima relación con el mundo exterior durante el escaso tiempo que transcurría desde que abría la puerta a los repartidores de comida y al cartero, Julio Luque, cada vez que llevaban el abastecimiento de los productos alimenticios y el correo hasta el chalé 15A, hasta que se cerraba una vez recogidos los pedidos.

En ese mínimo margen de tiempo, aparecía un ligero movimiento de cortinas en las ventanas, una señal de que había alguien más en el interior. Ningún vecino llegó a ver a otros miembros de la familia.


El vehículo de la Guardia Civil con los detenidos accede al Palacio de Justicia.

La denuncia y la detención

A lo largo de cuatro años han logrado permanecer aislados del resto del mundo hasta que este mes de abril, la vecina de la casa más cercana, Silvia, pensó que esas “voces de niños” que oía a veces, ese movimiento de cortinas en las ventanas, no era algo normal. Así se lo transmitió al Servicio de Familia e Infancia del Ayuntamiento de Oviedo.

La denuncia de la posible falta de escolarización de los menores fue suficiente para destapar uno de los casos más complejos y escabrosos que ha vivido la Policía Local de Oviedo que, tras obtener la autorización de la Fiscalía de Menores del Principado, acudió este lunes al domicilio, liberó a los menores y detuvo al matrimonio.

Tras dormir en los calabozos del acuartelamiento de la Guardia Civil de Asturias, la pareja pasó este miércoles a disposición del Juzgado de Instrucción número 3 de Oviedo. Ambos llegaron a la sede del Palacio de Justicia sobre las once de la mañana y la abandonaron a las seis de la tarde, cuando la magistrada titular del juzgado dictó un auto de prisión provisional, comunicada y sin fianza para el matrimonio y ordenó su inmediato ingreso en el Centro Penitenciario de Asturias.

Tocar la hierba por primera vez

Los niños fueron los primeros sorprendidos al ver que había vida al otro lado de los muros del chalé. Su primera reacción, según fuentes policiales, fue “respirar profundamente” al salir al exterior e incluso uno de los menores llegó a sorprenderse al tocar la hierba del jardín “como si fuera la primera vez que lo hacía”.

Tras ser liberados, los tres menores fueron examinados inicialmente en el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), en Oviedo, y posteriormente ingresaron en un centro de menores bajo la tutela del Principado de Asturias.


Un cámara de televisión se sube a un murete para captar la imagen del chalé de los horrores.

Entre tanto, los vecinos de Toleo conocían anoche entre “sorprendidos” y “perplejos” la noticia del arresto del matrimonio y reconocían que estaban “escandalizados” ante las condiciones de insalubridad en la que vivían los padres y los menores. Hasta que los medios de comunicación dieron la noticia, desconocían que habían estado viviendo cuatro años “tan cerca y sin saber nada de lo que ocurría”.

El acceso al “chalé de los horrores”, como fue definido por los mandos policiales, está ahora acotado a los numerosos periodistas concentrados en las inmediaciones. Un cartel, escrito a mano y con un simple cordel, advertía de que era una propiedad privada y estaba prohibido el paso.

Un camino de acceso que sirve tanto para llegar hasta la vivienda de la familia alemana como de la vecina Silvia, que destapó el caso, quien no quiere hacer declaraciones.

A escasos metros está el convento de las Carmelitas Descalzas. Aquí viven monjas de clausura y su único contacto con el exterior es a través de la ventana donde venden sus rosquillas, tartas y bizcochos. La hermana Teresa atiende a elDiario.es Asturias. Ella fue una de las primeras sorprendidas al conocer las condiciones de insalubridad en las que vivía la familia.

Asegura que no tenían conocimiento de que el chalé estaba habitado: “Pensábamos que estaba vacío, porque el jardín no estaba cuidado, no había ninguna señal de vida en el interior. En ese chalé había vivido antes un matrimonio con niños y más tarde una pareja que tenía galgos pero desde que éstos últimos se fueron creíamos que ya no había nadie viviendo ahí”.


La hermana Teresa del convento de las Carmelitas Descalzas creyó que el chalé de los horrores estaba vacío.

La hermana Teresa nunca vio al padre acudir al convento a comprar algunos de sus postres y desconocía por completo tanto su aspecto como el del resto de los miembros de la familia.

Hay gente sufriendo a tu lado y no lo has sabido

Hermana Teresa, monja de un convento cercano a la casa

Algunas veces sí vio cómo llegaban repartidores de comida, pero creía que era para entregar a otros vecinos de la zona.

“Somos monjas de clausura, pero nos relacionamos a través de esta ventana para la venta de los productos. El padre nunca vino aquí. Quedamos más que sorprendidas al conocer que hay gente sufriendo al lado tuyo y no lo has sabido”, se lamenta.

Del estupor al coraje por no ayudar a “niños inocentes”

Marino Guardado lleva viviendo en Toleo 23 años y jamás creyó que acabaría hablando para los medios de comunicación por su cercanía al chalé, mientras pospone para más tarde los recados que iba a hacer en ese momento junto a su mujer que espera, paciente, a que termine su relato. Un testimonio que reproducimos a continuación a través de este vídeo.

“Es un escándalo esta noticia. En estos cuatro años que llevaba alquilada la casa a este matrimonio alemán con tres hijos jamás vi a nadie, ni a un señor, ni a una señora, ni a los niños, ni a un perro, ni a un gato. Para mí no había nadie y, por lo tanto, no había ninguna actividad. Una prueba era que el jardín que está justo delante de casa -comenta- tiene la hierba muy alta y si hubiera un perro o una persona que pasara dejaría una huella o un rastro y ahí no hay nada. No sé si lo segarían o cómo harían, pero en principio demuestra que no hay absolutamente nada”.

La noticia les cogió por sorpresa, ya que se enteraron en la noche del martes. Admite que les causó “estupor y un coraje tremendo por no enterarnos de nada pese a vivir aquí al lado para poder hacer algo por estos niños inocentes, pero así es la vida y así es la historia”, dice con resignación.

Marino no puede describir cómo era el matrimonio, ni qué vida hacían junto a los niños, porque nunca les vio ni oyó nada: “No tengo ni idea de cómo es el matrimonio, porque jamás los vi, nunca”, recalca.


El cartero Julio Luque

El cartero Julio Luque: “No vi nada sospechoso”

Julio Luque es de las pocas personas que era bien recibido en el domicilio familiar. Él llevaba las cartas y los certificados. El intercambio de palabras con el padre era mínimo. En los tres años que lleva acudiendo regularmente a la vivienda nunca vio nada especial que le llamara la atención y jamás se planteó siquiera que pudiera haber más personas viviendo en el chalé.

Sí, sé quién es el alemán. Le llevo la correspondencia desde hace tres años. Siempre estaba en casa y me abría la puerta con la mascarilla puesta. Me atendía él y jamás creí que podía haber más personas dentro. Nunca se oía ruido“.

Ha escuchado que el padre era filósofo y que teletrabajaba, pero tampoco está confirmado, si bien le encaja la idea de que esta sea su actividad profesional por el hecho de que habitualmente estaba en la vivienda. No obstante, asevera que él se limitaba a cumplir con su trabajo y no entraba en qué hacía o dejaba de hacer.

“Yo venía, le daba las cartas y poco más. Nunca vi nada sospechoso”, ratifica.

Solo había un detalle que en alguna ocasión sí le llamó la atención: “la casa siempre estaba cerrada, pero tampoco le di más importancia”, reconoce.


Elena Rodríguez pasea a diario por delante de los chalés en Toleo y siempre creyó que la vivienda de la familia no estaba habitada.

Elena Rodríguez es una habitual de la zona. Pasea mucho y habitualmente en su ruta pasa por delante de los chalés. Estaba convencida de que en el número 15A no vivía nadie.

“Es una sorpresa muy grande”

“Soy vecina de Ciudad Naranco, pero me gusta venir a pasear a diario a Toleo. No tenía ni idea de que en ese chalé podía vivir alguien. Jamás oí un ruido. Es una sorpresa muy grande”, manifiesta mientras continúa su paseo a buen ritmo.

El impacto en Toleo sigue siendo grande. Esta zona rural de Oviedo aún tardará varios días en recuperar su tranquilidad, ahora rota por la noticia de las condiciones en las que vivía el matrimonio y sus tres hijos; una familia que se autoconfinó y que llevaba cuatro años viviendo en un auténtico aislamiento y en condiciones insalubres en pleno siglo XXI.