jueves, mayo 1 2025

La escuela de educación especial que quedó aislada durante el apagón: “Nos encontramos sin la medicación de los niños”

El Vil·lajoana es el único centro público que atiende a alumnado con trastorno mental grave en Barcelona y, al estar en medio de la montaña, quedó incomunicado por completo durante horas

La mañana en los colegios tras el apagón total: “No iba a traerlos porque teletrabajo, pero es una gran ayuda”

A las 12:30 de la mañana del lunes, todas las aulas de España quedaron a oscuras. Muchas vivieron momentos de incertidumbre y desconcierto, pero pocas al nivel de la escuela Vil·lajoana. Se trata del único centro de educación especial público que atiende a alumnado con trastorno mental grave en Barcelona y se encuentra a las faldas de la sierra de Collserola, rodeado de bosque y sólo conectado con el resto de la ciudad por carretera y mediante unos ferrocarriles que dejaron de funcionar.

En esta escuela atienden a una sesentena de niños y niñas de entre 6 y 14 años con dos tipos de afectaciones: los que están en el espectro autista y los que tienen trastornos conductuales severos. “Tienen dificultad para regular emociones, son impulsivos y dependen de una rutina bastante estricta”, aseveran desde el centro.

Y esa rutina se vio desmontada el lunes por la mañana. No sólo se quedaron sin luz, sino que también falló el suministro de agua, esencial en una escuela con alumnado que a menudo sufre de incontinencia y se les deben cambiar pañales con frecuencia. Cuando las maestras vieron que la situación se alargaba, fueron al párquing a conectar las radios de sus coches y ahí supieron de la gravedad del asunto.

“En seguida empezamos a recolectar agua y nos llevamos a los niños al patio, para intentar que no notaran qué estaba pasando, mientras nosotras procurábamos contactar con las familias”, relata una de las maestras. Hasta sacaron las centralitas y las fichas de los alumnos a un espacio en el que se podía rascar un poco de cobertura, pero nada funcionó. Las conexiones estaban caídas y la campana que anuncia el fin de la jornada estaba a punto de sonar.


Los docentes del Vil·lajoana con las centralitas y las fichas de los alumnos en el párquing del centro, el único lugar al que llegaba un poco de cobertura

Al otro lado de la sierra de Collserola decenas de padres y madres pasaban el apagón sin tener ni idea de cómo estaban sus hijos ni cuándo podrían encontrarse con ellos. “Sabía que estaban bien atendidos y cuidados, pero estaba muy preocupada igualmente. ¿Cómo y cuándo nos íbamos a encontrar?”, se preguntaba Lia, madre de Gael, un niño seis años en el espectro autista.

Su hijo es “muy adaptativo y curioso” y vivió la jornada del lunes como “una aventura”. Pero ese no fue el caso de otros muchos niños que tienen trastornos conductuales más graves y que dependen de la medicación. Una medicación que los maestros no tenían. “Sólo disponíamos de las dosis que deben tomar durante las horas de cole, pero a partir de la tarde nos quedamos sin nada”, relatan las maestras.

Esa se convirtió en la principal preocupación de los docentes, ya que de no tomar sus medicinas, podían entrar en una descompensación grave. “En medio de una situación que escapa a la rutina podían ponerse muy nerviosos, sufrir brotes e iniciar conflictos en los que podrían hacerse daño a ellos o a otros”, cuentan.

Los niños tenían que volver a sus casas, pero nadie sabía como conseguirlo. Al ser la única escuela pública de este tipo en Barcelona, la Vil·lajoana acoge a alumnado de todos los barrios, mientras que en la mayoría de centros estos viven a pocas calles. Además, vienen de familias “bastante vulnerables”, aseguran los docentes.

“Muchas han sufrido desahucios y tienen bastantes problemas económicos”, añaden. Eso se traduce en que pocas tienen coche y muchas no pueden asumir el coste de un taxi. Por ello, hubo quien se planteó ir caminando. “Pero es que sin GPS no sabíamos el camino”, lamenta Lia. A ella el apagón la encontró en su trabajo, en el centro de Barcelona, desde donde hay más de dos horas y media a pie hasta la escuela. Y de ahí, todavía quedaban otras dos horas hasta su casa, en el barrio de la Vall d’Hebron. Trayecto que se hubiera alargado bastante más de la mano de su hijo Gael.

Custodiados por los Mossos

La Generalitat envió instrucciones a las escuelas aconsejando que todos los alumnos permanecieran en los centros hasta que las familias vinieran a buscarles. Fuera cuando fuera. Por eso, los docentes de la Vil·lajoana se plantearon quedarse a dormir con sus alumnos en el centro, pero en seguida entendieron que era una opción inviable. “Sin agua, sin medicamentos y sin luz era un riesgo para los niños y para las docentes”, aseguran.

“Estábamos desesperadas. Parece que lo exageremos, pero no es así. Podrían haber pasado cosas muy graves”, relata una maestra, que añade que se sintieron “solos, invisibles y abandonados”. Esta escuela afea al Consorci d’Educació que, a pesar de su situación vulnerable, no recibieran ayuda de “ningún tipo”. Desde el Consorci aseguran a elDiario.es que intentaron comunicarse con la escuela “reiteradamente” y que sólo se consiguieron ponerse en contacto hacia las 20h, cuando ya no quedaba ningún alumno en el centro.

Los maestros, a su vez, entienden la dificultad de establecer comunicación vía telefónica, por eso consideran que hubiera sido oportuno que algún representante de la administración se personara en el centro para comprobar cómo estaban o qué necesitaban.

Quienes sí se presentaron fueron los Mossos d’Esquadra, pero sólo después de que la responsable de un menor acudiera a comisaría a pedir ayuda. Junto a los agentes, los maestros decidieron que lo único que podían hacer era subirse a sus propios vehículos y, escoltados por la policía, ir llevando a los niños, uno a uno, a sus casas. Pero ahí vino otra duda: ¿cómo saber dónde estaban las familias?

“Nos coordinamos gracias a una madre”, cuenta Lia. Se trata de una mujer que vive en una localidad cercana y fue haciendo viajes desde el centro, donde recopilaba información, hasta su casa, donde había más conexión y la enviaba por mensaje al resto de familias. De esta manera, pudo avisar de las instrucciones: todo el mundo debía quedarse esperando en la calle -ya que los timbres tampoco funcionaban- a esperar a que sus hijos llegaran.


Momento en que los docentes del centro empiezan a organizar al alumnado para llevarlos a casa en sus vehículos privados y con la ayuda de los Mossos

“No sabíamos cuándo, pero los llevaríamos”, relata una de las cinco maestras que ofreció su vehículo. Ahí empezó otra odisea, ya que trasladar a estos niños en coche puede no ser fácil. Debido, a sus trastornos, necesitan sillitas y dispositivos especiales que puedan contenerles en caso de brote. “Pero decidimos asumir el riesgo porque era la única salida que teníamos”, cuentan.

Se armaron equipos de dos docentes y dos alumnos por coche, de tal manera que una de las maestras pudiera conducir y la otra entretener a los pequeños. “Era un riesgo enorme y teníamos que evitar que se pusieran muy nerviosos. También queríamos evitar atascos para no alargar más la situación y aquí los Mossos nos ayudaron mucho”, relatan desde el centro.

Finalmente consiguieron llegar a Barcelona y cada vehículo se fue dirigiendo al barrio que se le había asignado, que era el que conocía más. Y es que, sin GPS, se debía llegar a los hogares de los niños a la antigua usanza: de memoria y preguntando.

“Fueron horas muy estresantes. Pero todo se compensó cuando llegamos al destino. Había familias que nos esperaban arropadas por todo el barrio, esperando a que llegaran los peques. Nos querían agradecer lo que habíamos hecho, pero sólo podían llorar”, recuerda una de las maestras.

Gael llegó a su casa pasadas las 19h de la tarde, donde su madre le esperaba ansiosa. Él, a diferencia de otros de sus compañeros, se apeó directamente de un vehículo de los Mossos que se ofrecieron a ayudar. “Estaba bien, casi contento porque para él ir en coche es toda una novedad. Además, venía acompañado de su psicóloga, que no le dejó en ningún momento”, recuerda Lia, llena de agradecimiento.

Ahora bien, aunque a primera vista Gael no había sufrido demasiado estrés, los problemas vinieron después. El pequeño no habla y acabó soltando la angustia por la noche, durante la cual tuvo diversos episodios maníacos. “El insomnio y el descontrol todavía duran, dos días después”, explica su madre.

Las familias recuerdan este episodio como un susto y se muestran tremendamente agradecidas al equipo docente. Estos, por su parte, son conscientes de los riesgos que asumieron y reclaman a la administración que facilite protocolos de evacuación y de actuación para casos así. “No es sólo un apagón; estamos en medio del bosque y pueden ser incendios, nevadas o cualquier otra cosa”, apuntan desde el centro.

El Consorci, por su parte, felicita la “rápida” actuación de los maestros y reconoce que la situación vivida el lunes “llevará a revisar los protocolos para, entre otros, evitar la dependencia exclusiva de los canales de comunicación digitales y para hacer frente a otros casos similares”.

“Yo sólo pido que me digan cómo actuar. Si me dicen que, si pasa algo, mi hijo va a dormir en el gimnasio, me parece bien. Si tengo que esperar en el portal de casa como el lunes, también. Pero es solo tener certezas, no pedimos más”, apunta Lia. “Por el resto, confianza absoluta en estos profesionales que han cuidado de nuestros hijos”, asegura mientras mira a su hijo Gael, que acaba de salir del colegio y, hoy sí, podrá llegar a casa sin complicaciones.