Los cardenales buscan dar una imagen de unidad ante la elección más universal de la historia –en la que hay tantos desconocidos que deben usar credenciales– y se afanan en las jornadas previas para llegar a la Capilla Sixtina con el trabajo encaminado, como cuando se eligió a Bergoglio en solo 36 horas
La carrera hacia el cónclave empieza con una derrota para los ultras: el cardenal Becciu da un paso al costado
Como en un congreso médico o en el encuentro de una multinacional, los cardenales lucen sobre la sotana negra y la faja púrpura una suerte de credenciales en las que aparece su nombre y de dónde vienen. En el cónclave más internacional de la historia de la Iglesia católica son tantos los nuevos y los provenientes de territorios remotos que hace falta algo de ayuda para saber quién dice qué en los corrillos o, en el caso de los ‘hacedores de reyes’ que ya han puesto su máquina electoral a pleno, identificar votantes a los que arrimar a su candidato o bloque.
Por eso hacía falta una previa dilatada, para llegar a la Capilla Sixtina con el trabajo encaminado. Precónclave largo, cónclave corto. Esta es la tesis de los cardenales presentes en las congregaciones generales de esta semana, que han fijado la fecha de entrada de los purpurados menores de 80 años el 7 de mayo, 17 días después de la muerte de Francisco. Dos semanas y media antes del Extra Omnes, se antojan tiempo más que suficiente para trazar un perfil –y un candidato– que salga al balcón central de la Logia de San Pedro en la tarde del 8 de mayo o, a lo sumo, el 9.
“Será breve, dos o tres días. Tengo las ideas claras y sé a quién votar. Hay un clima de responsabilidad. No se puede volver atrás”, explicaba el cardenal iraquí Raphael Sako antes de entrar en la reunión de esta mañana. Otros ofrecían una mirada similar. “No podemos esperar mucho más tiempo. Ni la Iglesia ni la sociedad lo entenderían”, señala otro purpurado que no puede dar su nombre a elDiario.es.
Como la previa se alarga, el juego de las intrigas se estira y se exhibe por las calles vaticanas, por las que los cardenales se pasean tras las reuniones de cada día a las nueve de la mañana. Muchos lo hacen vestidos de manera que no evidencie su condición, pero los rostros conocidos acaban retratados por la prensa en cafés y restaurantes en los que, tras una copa de vino y un plato de pasta, hablan de lo que pasará cuando ya no puedan salir a la calle hasta la fumata blanca. Estos días se ha visto por ejemplo a Sean Patrick O’Malley, ex arzobispo de Boston y otro estadounidense, Donald William Wuerl, en Al Passetto di Borgo, un pequeño restaurante en el que, cuentan los vaticanistas, fue donde se decidió que Ratzinger sería Papa.
El que duró más y el que duró menos
Ese cónclave, de hecho, fue muy rápido. Benedicto XVI fue elegido después de dos días y cuatro escrutinios. La elección de Bergoglio duró 36 horas, con cinco votaciones. El récord lo tiene un cónclave que duró apenas diez horas, entre el 31 de octubre y el 1 de noviembre de 1503, y designó a Julio II (1443-1513). El más largo –dos años y nueve meses, entre 1268 y 1271– llevó a la silla de Pedro a Gregorio X. Su papado duró apenas un poco más que su designación: murió en 1276.
Las elecciones modernas no han superado en casi ningún caso los cuatro días, a excepción de la de Benedicto XV, el Papa de la I Guerra Mundial, cuya fumata blanca tardó cinco. El de la segunda Gran Guerra, Pío XII, se mantuvo en la media: logró la mayoría en tres jornadas.
Imagen de archivo de la Capilla Sixtina preparada para la celebración de un cónclave.
También Juan XXIII y Pablo VI lograron ser elegidos en tres días, mientras que el pontificado exprés de Juan Pablo I (solo estuvo en el cargo 33 días) se logró en apenas dos. Más largo fue el cónclave que eligió a Juan Pablo II, el primer Papa no italiano desde Adriano de Utrech (1522), que se dilucidó en cuatro días y ocho votaciones.
La clave de la quinta votación
Según los expertos, es la quinta votación la que marca un cónclave corto de otro algo más largo, y en la que algunos cardenales con opciones, pero que no logran una cantidad elevada de votos (más de 40) suelen retirar su candidatura, o pedir el voto para otro purpurado. Teniendo en cuenta que los cónclaves tienen cuatro votaciones al día, y que el actual tendrá la primera el 7 de mayo por la tarde, (después serán dos por la mañana y dos por la tarde), la famosa quinta votación clave nos llevaría a tres días de cónclave.
En los casos de Benedicto y de Francisco, se supo después, tanto Ratzinger como Bergoglio llegaron a la Capilla Sixtina como candidatos potentes. El discurso de apenas unos minutos del argentino en una de las congregaciones generales lo colocó en las posiciones de salida. Pero en este proceso, a menos de momento, no hay papables muy establecidos salvo el cardenal que dirigirá el cónclave, Pietro Parolin. También, explican expertos, porque la tensión entre conservadores y liberales no es tan evidente como en otras circunstancias. Por ahora las diferencias son más geográficas, culturales y biográficas que doctrinales.
En la reunión de este martes, por ejemplo, hubo una veintena de intervenciones. El portavoz vaticano destacó que varias de ellas hablaban de las situaciones que se viven en esos territorios desde los cuales han llegado ya 183 purpurados, de los cuales más de 120 son electores: “Hay cardenales que vienen de territorios en guerra, de países en dificultad”, explicó Matteo Bruni. Sobre si todos hablan en italiano, aclaró que “cada uno habla en la lengua que prefiere porque hay traducción simultánea”. Lo que no dejó claro es si este servicio estará disponible una vez que se cierren las puertas del cónclave.
Llamados a la unidad y campaña en el bar
La salida de Angelo Becciu ha mermado el ánimo de las huestes conservadoras, que podrían sumar una nueva derrota si se impide al cardenal Cipriani, también sancionado por Francisco, pero que no entraría al Cónclave al tener 81 años, seguir participando en los encuentros previos. En estos días, los mensallajes que se hacen públicos y las respuestas a la prensa llaman a la unidad, y hablan de un candidato que pueda reflejar el legado de Bergoglio.
Más allá de las diatribas del alemán Müller, el estadonunidense Burke o el ascendiente Anders Arborelius –el cardenal sueco está comenzando a ser lanzado como candidato por los sectores más ultras–, el ambiente de precónclave va más en la línea de continuar con las bases del pontificado de Francisco: una Iglesia sinodal, pendiente de las periferias y que no dé marcha atrás en la participación de laicos y mujeres, y en la lucha contra los abusos. Sin embargo, no son pocos los que plantean un mayor control doctrinal en temas sensibles, y sobre todo una mayor organización de la Curia, lo que podría lastrar las posibilidades de Pietro Parolin, número dos de Francisco durante todo su pontificado.
Por eso, nada puede darse por hecho. Nadie olvida por aquí que el cardenal italiano Angelo Scola parecía el gran candidato en el cónclave de 2013. De hecho, obispos italianos lanzaron un tuit felicitándole por su elección como Papa… minutos antes de que el camarlengo anunciara el nombre de Bergoglio.
Si el partido se juega en la Capilla Sixtina, la previa lo hace en los bares cercanos. Por eso periodistas y fotógrafos se pasean estos días a la caza de algún cardenal en la cercana via del Borgo Pio, una de esas calles vaticanas en las que el mundo divino y el terrenal acercan sus índices como en el fresco sixtino de Miguel Ángel. Aquí los que decidirán al próximo líder de casi 1.400 millones de fieles se camuflan entre cientos de viajeros que vagan entre trattorias y cafés. Los primeros, explica un viejo camarero, eligen discretas mesas en el interior y vienen sobre todo por la noche. Las caras enrojecidas de los turistas bajo el sol dan cuenta de su preferencia por las terrazas.
La calle es también un paseo de compras para unos y otros. Junto a las infaltables tiendas de recuerdos refulgen los escaparates de locales especializados que exhiben cálices dorados de todos los tamaños y preciosas túnicas bordadas, aunque no faltan casullas de tejido sintético en oferta a 30 euros, claramente no destinadas a los cardenales entre los cuales está el próximo Papa. “Será un cónclave breve”, arriesga un enjuto dependiente que prefiere no dar su nombre. No aclara si lo dice por sus conversaciones con los hombres más poderosos de la Iglesia o porque, como en el fútbol, sobre esta partida cada quien tiene una opinión experta y la suelta ante el primer micrófono o grabadora que se le pone delante, siempre con la mayor convicción posible.
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