domingo, abril 27 2025

El cónclave y la teoría del péndulo

‘Política para supervivientes’ es una carta semanal de Iñigo Sáenz de Ugarte exclusiva para socios y socias de elDiario.es con historias sobre política nacional. Si tú también lo quieres leer y recibir cada domingo en tu buzón, hazte socio, hazte socia de elDiario.es

La campaña electoral para la elección del próximo Papa ha comenzado. Cuenta con mítines con los 133 votantes como espectadores. Algunos de los cardenales conceden entrevistas destinadas a influir en el sentido del voto. Hay hasta campañas de desprestigio, en general difundidas en privado, aunque algunas terminan apareciendo en los medios. Si algún católico considera que esta es una forma poco respetuosa de definir el proceso que culminará en el cónclave, no debería olvidar que en la antigüedad todo era mucho peor. 

Para los que creen que el cónclave recibirá una atención desmedida de los medios, por ejemplo este mismo que están leyendo, pueden verlo desde este punto de vista. El futuro Papa será una de las figuras religiosas y políticas más importantes del planeta. Un jefe de Estado con una influencia muy superior al número de habitantes del país (882). Una estrella mediática en la medida en que sus declaraciones públicas recibirán una cobertura inmensa y puede que hasta desproporcionada. El jefe de un aparato diplomático que tiene presencia en más de 180 países. En cierto modo, un dictador porque puede imponer su voluntad, con algunas limitaciones, a las jerarquías católicas. No tiene un Parlamento que lo controle, aunque algunos altos cargos de la Iglesia no dejen de intentarlo.

La influencia política de la Iglesia se puede criticar o elogiar, pero no desdeñar. Evidentemente, era mucho mayor en la Guerra Fría y en especial en algunos países. Los católicos italianos eran amenazados con la excomunión si se les ocurría votar al Partido Comunista. El cardenal Alfredo Ottaviani, una de las voces conservadoras más relevantes en el Concilio Vaticano II, no se cortaba en los años sesenta: “La gente puede decir lo que quiera sobre la Santísima Trinidad, pero si votan a los comunistas, recibirán su excomunión por correo al día siguiente”. Esos sí que eran tiempos duros. 

¿Cómo han influido los papas en los asuntos políticos internacionales? Juan XXIII intentó abrir el catolicismo al mundo laico y también también entablar relaciones con los países comunistas, lo que favoreció la distensión y la coexistencia pacífica entre el Este y el Oeste. Juan Pablo II reforzó la confrontación con el comunismo, lo que le colocó en la misma senda ideológica de Reagan y Thatcher. Francisco ha defendido los derechos de los inmigrantes en una época en que Europa y Estados Unidos pretenden cerrarles todas las puertas. Lo que pasa entre los muros del Vaticano resuena muy lejos.

Como explica Jesús Bastante, los grupos católicos ultraconservadores que han tenido una ‘mala década’ a causa del pontificado de Francisco confían en que ahora cambien las tornas y se elija a un Papa con una ideología diferente. La Iglesia dice que es el Espíritu Santo el que inspira a los cardenales a la hora de tomar la decisión. Una vez más, conviene recordar que eso no es lo que dice la historia, pero tampoco debemos tomárnoslo como algo personal. Lo que es un hecho es que un grupo numeroso de cardenales acudirá al cónclave con una idea muy clara de cuál es el tipo de Papa que deben elegir. Sin necesidad de que el Espíritu Santo les comente nada al respecto.

Algunos han iniciado la campaña muy pronto. El cardenal alemán Gerhard Müller ha dado una entrevista muy explícita a The Times. Está considerado un portavoz destacado del grupo más conservador de la jerarquía católica y ahora está dispuesto a todo para que no se repita el error de 2013 cuando el cónclave eligió con rapidez a Jorge Bergoglio. Hasta el punto de chantajear al resto de purpurados. Afirma que la Iglesia se arriesga a un cisma si no se nombra a un Papa “ortodoxo”. “El catolicismo no debe obedecer ciegamente a un Papa sin respetar la sagradas escrituras, la tradición y la doctrina de la Iglesia”, dice. Es decir, lo que él cree que debe ser la doctrina de la Iglesia.

Uno pensaría que alguien como Müller da por hecho que los demás cardenales tienen las mejores intenciones. No del todo. No descarta que cometan un error dramático. Afirma que no se trata de elegir “entre conservadores y progresistas”, sino “entre ortodoxia y herejía”, con lo que cree que es posible que apuesten por lo segundo. “Rezo para que el Espíritu Santo ilumine a los cardenales, porque un Papa herético que cambie de opinión en función de lo que digan los medios de comunicación sería una catástrofe”. Un Papa hereje, nada menos. Para que luego digan que los rojos no respetan a la Iglesia.

La postura de Müller no sorprende. Es uno de los cardenales que comunicaron a Francisco que estaban en contra de sus decisiones. Benedicto XVI le había conferido el cargo de la guardián de la ortodoxia como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el organismo que siglos antes se llamaba la Inquisición. Francisco lo mantuvo en el puesto al ser elegido, pero lo destituyó en 2017.

El cónclave deberá elegir si prefiere un Papa que continúe el camino emprendido por Francisco u otro que eche el freno de mano y obligue al catolicismo a circular en sentido contrario. La inmensa mayoría de los cardenales electores fue elegida por Bergoglio, pero eso no quiere decir mucho. Casi todos los cardenales que votaron por él habían sido nombrados por Juan Pablo II y Benedicto XVI, dos pontífices de ideas muy diferentes a las del Papa argentino. 

Es por eso que para intuir por dónde irán las votaciones los vaticanistas suelen mencionar la “teoría del péndulo”, por la que los cardenales optan por elegir a alguien que imprima a la Iglesia un estilo diferente para adecuarse a los tiempos o corregir errores del pasado. En su largo pontificado hasta 1903, León XIII hizo que la Iglesia intentara adaptarse a un mundo en que la ciencia y los estados ya contaban con una influencia superior a la de la Iglesia. Le sustituyó Pío X, un Papa reaccionario que abjuraba de lo que llamaba el “modernismo”. Después de Pío XII y su aversión a los cambios, llegó Juan XXIII, alguien optimista y dispuesto a abrazar el mundo tal y como era.


Llegada del féretro del Papa Francisco a la Basílica de San Pedro el 23 de abril.

En este punto, conviene recordar lo que ocurrió en el cónclave de 2005 tras la muerte de Juan Pablo II. Como decano del colegio cardenalicio, correspondió a Joseph Ratzinger pronunciar la homilía de la misa ‘pro eligendo pontífice’, que se celebra justo antes del inicio del cónclave. En el funeral del Papa fallecido, la homilía tiene como función recordar su figura. En la segunda, se habla de la situación de la Iglesia y de la misión que tendrá el futuro Papa.

En la cita de 2005, Ratzinger dio un discurso que fue entendido como un programa electoral con una crítica radical del relativismo que, según él, impregnaba al mundo occidental. “Tener una fe clara, según el credo de la Iglesia, es muchas veces etiquetado de integrismo, mientras el relativismo, es decir, el dejarse llevar de aquí allá por cualquier viento de doctrina, es visto como el único comportamiento a la altura de los tiempos”. El mundo podía cambiar, pero la Iglesia tenía la responsabilidad de seguir siendo lo que era.

Un punto de vista muy extendido entre los expertos es que el discurso fue clave para explicar la rápida elección de Ratzinger. Francisco participó en ese cónclave y debió de ser consciente de la influencia de esa intervención. Por esa u otras razones, decidió en febrero mantener a Giovanni Battista Re al frente del colegio cardenalicio a pesar de que lo previsible hubiera sido el relevo a causa de su edad. Como tiene 91 años, no participará en el cónclave al que sólo pueden entrar los menores de 80 años. 

Re también establecerá las normas sobre las congregaciones generales, los encuentros que celebran todos los cardenales, también los que cuentan con más de 80 años, en las semanas anteriores al cónclave. El primero se celebró este jueves. Ahí es donde se produce lo que podríamos llamar la campaña electoral. Los que toman la palabra describen sus ideas sobre adónde debe ir la Iglesia. Aquellos que sean especialmente elogiados darán pistas a los cardenales sobre quiénes son los mejores candidatos, aunque nadie se presente como tal.

Fue en las congregaciones generales de 2013 donde Francisco confirmó a su público que era la persona adecuada para el puesto. Lo hizo con un discurso de menos de cuatro minutos. 

“El papado fue en un tiempo pasado el capellán de la OTAN. Ahora (con Francisco) se ha convertido en el capellán de los Brics. Hay un sentimiento en el mundo subdesarrollado de que su momento ha llegado y de que están cansados de que Occidente les dé lecciones”, ha dicho John Allen, periodista con una larga experiencia en medios católicos norteamericanos. Se refiere con ello a los nombramientos de Francisco, que aumentó el número de cardenales procedentes de Asia, África y Latinoamérica.

Los cardenales europeos y norteamericanos son 67. Los del resto del mundo, 68. Los cardenales electores de Italia son ahora 17, un 12%. En 2023, eran 28 (un 24%). Eso no impide que entre los candidatos más mencionados para el nuevo cónclave haya italianos como Pietro Parolin y Matteo Zuppi. Pero también los hay del Tercer Mundo entre los favoritos. Es el caso del filipino Luis Antonio Tagle y del congoleño Fridolin Ambongo Besungu.

Este último es un ejemplo de que no todos los purpurados nombrados por Francisco pueden ser definidos como progresistas. En 2023, viajó a Roma para protestar airadamente por la decisión del Vaticano de permitir a los sacerdotes bendecir a las parejas homosexuales siempre que eso no se pudiera considerar un matrimonio. La jerarquía católica africana se opone con firmeza a cualquier gesto que suponga reconocer la unión de parejas gays. 

Por tanto, a Francisco puede sustituirle un Papa de ideas diferentes o que tenga como prioridad cambiar ciertas cosas. En su libro ‘Cónclave’, John Allen explica el porqué. Cuenta que la mayoría de los pontificados cuenta con un periodo de intensa actividad que dura en torno a una década y que luego pocas cosas cambian. Habrá que esperar a un nuevo Papa, se dice entonces en el Vaticano. Además, el grupo que es derrotado en un cónclave no olvida y espera al siguiente para volver a presentar batalla. “Los cardenales tienden a ir al cónclave buscando al candidato que corrija los errores del Papa que acaba de morir. Incluso si están de acuerdo con él en un 95% de lo que decía, lo que tendrán en mente es cómo arreglar ese 5% que creen que falló”, escribió Allen. 

En algún momento de mayo –la fecha no está aún decidida– saldremos de dudas y veremos qué pesa más en la conciencia de los 133 cardenales electores. 

El centro de emergencias en el que nadie sabía nada de la emergencia


Imagen de la reunión del Cecopi aportada al sumario por la representación de Salomé Pradas.

El último auto de la jueza que investiga la DANA de Valencia ha aparecido esta semana en todos los medios. Su objetivo es rechazar la imputación de la delegada del Gobierno, Pilar Bernabé, pero lo más importante es la explicación de la situación absurda, y quizá constitutiva de delito, creada por la pasividad de las autoridades del Gobierno valenciano. No me resisto a poner aquí un fragmento que habla por sí solo.

“Quienes habían de tomar las decisiones manifiestan ser ajenos a las llamadas del 112, a las previsiones meteorológicas de la AEMET, a las comunicaciones sobre el estado y el caudal de los barrancos, ya fuera a través de correos o a través del SAIH, a los medios de comunicación, se afirma que no había pantallas en la sala del Cecopi. Un lugar en que parece que nadie poseyera teléfonos, en el que los técnicos no les informaban o lo hacían mal, y en el que eran igualmente ajenos a las decisiones de instituciones de tanta relevancia como la Universidad de Valencia que, con la misma información meteorológica de la que poseía la Administración Autonómica, decidió salvaguardar a los alumnos, trabajadores y profesores del grave riesgo al que estaban expuestos.

Una sala de reuniones del Cecopi en la que pareciera que los presentes permanecían en una burbuja, aislados del mundo exterior, sin posibilidad de abandonar la sala y en el que el tiempo transcurría lentamente, demorándose la toma de decisiones, mientras el agua y el barro se desbordaba de los barrancos y de los cauces de los ríos, y en la que las llamadas de auxilio no traspasaban el umbral de la sala. Un lugar en el que ninguna información les llegaba, ningún consejo acertado se les proporcionó y en la que, quienes entraban, perderían la conciencia o la memoria de la gravedad de la situación: ‘Los barrancos están a punto de colapsar’, escribió en un mensaje el investigado Sr. Emilio A.T. antes de entrar en el Cecopi a las 14:44 horas. La alarma se lanzaba a las 20:11 horas“.

No cabe una descripción más exacta del desastre que supuso la gestión de la emergencia realizada por el Gobierno de Carlos Mazón.