viernes, abril 25 2025

El gran poder de la Iglesia católica

Lo que demuestra el espectáculo de estos días es que el poder católico es hoy por hoy la mayor referencia ideológica que existe hoy en Occidente y adyacentes. La izquierda no tiene un referente ideológico que contrastar al del catolicismo

La omnipresencia de la muerte del papa Francisco en los medios de comunicación de todo el mundo puede llegar hasta ser insoportable para el común de los mortales. Sobre todo, porque no vale lo de cambiar de canal cuando todos están dando lo mismo. Detrás de esa unanimidad agobiante se esconde una fuerza insoslayable. La de la Iglesia católica que, por vías directas o indirectas, exige el reconocimiento de su fuerza en estas ocasiones. La muerte de un pontífice ha sido escogida por ella misma como momento estelar de su presencia en el mundo. Y hasta los más poderosos han cedido a esa exigencia o, sobre todo, se han adelantado a acatarla sin necesidad de que nadie se lo tuviera que pedir a través de los canales siempre discretos por los que se transmiten este tipo de mensajes.

El “cónclave” mundial de la política –como lo ha denominado el diario italiano La Repubblica– que seguirá a ese despliegue informativo extraordinario, planificado desde hacía meses, con la participación de entidades de todo tipo y la connivencia de muchos poderes, no hará sino confirmar la fuerza que la Iglesia católica tiene en los asuntos del planeta, sobre todo en los más importantes.

En los funerales de Francisco I no habrá acuerdos entre los grandes del mundo que acudirán a los funerales. Aunque el que más o el que menos tratará de sacar algún provecho a sus encuentros con los colegas, no habrán acudido a Roma con ese fin. Habrán ido porque tienen que estar. Porque expresar su sintonía con el poder católico conviene a sus intereses políticos o porque lo contrario les podría ser muy inconveniente. Ese el poder “blando” de una institución que, veinte siglos después de su fundación, sigue siendo un actor principal en la escena internacional.

Pedro Sánchez tendrá que explicar algún día por qué ha decidido no acudir. Tendrá sus motivos. Pero Donald Trump no tiene por qué dar explicaciones: quiere estar a buenas con el poderoso mundo cristiano de los Estados Unidos y el mensaje espiritual de la Iglesia católica se compadece muy bien con la ideología que defiende el presidente de Estados Unidos. Para Emmanuel Macron el objetivo parece también bastante claro: en plena pugna por la primacía política en Francia con la ultraderechista Marine Le Pen, o quien la sustituya, y con la influencia creciente del islamismo en el país vecino como cuestión central de esa controversia, el presidente galo no puede sino mostrar su claro alineamiento con el mundo católico, aunque él mismo no sea practicante de su disciplina religiosa.

Pero, más allá de los casos particulares, lo que el espectáculo de estos días y la próxima y fastuosa ceremonia que nos espera vienen a demostrar es que el poder católico, ese poder blando pero enorme, es hoy por hoy la mayor referencia ideológica que existe en el mundo de nuestros días. Sí, el islamismo, el budismo y otras confesiones le hacen sombra en importantes partes del mundo, pero son eso, otros mundos. En el nuestro, en Occidente y adyacentes, la referencia es católica. La izquierda, que es una realidad con la que hay que contar en buena parte de ese mundo, no tiene un referente ideológico que contrastar al del catolicismo. Lo tuvo hace un tiempo, el comunismo y el marxismo. Pero eso se acabó hace ya años.

Cientos de millones de personas que pertenecen a esa esfera de dominio ideológico del catolicismo se sienten ajenos a éste, se proclaman ateos o agnósticos y transitan por otras vías religiosas o por ninguna. Pero no son alternativa al mismo. Las guerras religiosas han desaparecido de las sociedades modernas, salvo excepciones puntuales y ni siquiera el anticlericalismo, siendo una realidad tangible y más extensa de lo que se suele pensar, es un factor de conflicto. El catolicismo campa sin necesidad de dar batallas violentas.

Y luego está el poder real de la Iglesia en nuestras sociedades. En el caso español es particularmente relevante. Con un número decreciente de practicantes, de sacerdotes y de obispos, en nuestro país tiene un patrimonio inmobiliario de no menos de 100.000 posesiones, en las que está el 80% del patrimonio histórico-artístico español, y que cada año se amplía en varios miles por vía de las legalmente dudosas inmatriculaciones. La Iglesia católica controla, además, 2.200 centros educativos, en buena medida financiados por el Estado, con 4.600 millones de euros año. Además de su riqueza mobiliaria, en acciones y participaciones, cada año obtiene además grandes beneficios fiscales y subvenciones directas establecidas en acuerdos con el Estado que ningún gobierno de izquierdas se ha atrevido a modificar significativamente.

Desde el final del franquismo, e incluso antes, ha perdido influencia a la hora de establecer normas en materia de costumbres y lo que ella llama “valores morales”, y a pesar de las furibundas batallas que ha librado en contra de esas leyes ha tenido que aceptar el divorcio, el matrimonio homosexual, los avances para la liberación de la mujer o la despenalización del aborto. Pero sigue ejerciendo una fuerte tutela sobre la acción política de la derecha, de la que ésta es incapaz de librarse.

En el mundo la Iglesia católica tiene 1.400 millones de fieles, cuenta con una red global de medios de comunicación, con una estructura diplomática extendida por todos los países y con un ejército de obispos y sacerdotes que velan por sus intereses hasta en el último rincón del mundo. El Papa es, de hecho, un líder global cuyo poder, en términos reales, puede compararse al de los más grandes del planeta. Y en estos días, ese mundo se lo está reconociendo.