viernes, abril 25 2025

La victoria sobre el invierno

No sé por qué la izquierda debe dejarle el monopolio de la espiritualidad a las derechas. Nuestra espiritualidad existe, aunque no esté basada en una divinidad que promete una vida en el paraíso tras la muerte, sino en la fraternidad y la naturaleza, en el amor a los seres humanos y el universo

El pasado domingo de Pascua, contemplando con felicidad el blanco florecer del membrillo de mi casa en la Alpujarra, y de los cerezos de la casa vecina, me vino a la memoria la idea con la que Nietzsche prologó “La Gaya Ciencia”, su alusión al tiempo del deshielo del mes de abril, “que hace recordar constantemente tanto al invierno demasiado reciente aún, como a la victoria obtenida sobre el invierno, esa victoria que viene, que debe venir, que tal vez haya venido…”

Sí, amigos, tras tantas semanas de vientos y lluvias, la primavera parece haber llegado a la Península Ibérica para quedarse. Y yo me regocijo de ello.

Un día después, el lunes de Pascua, me enteré, como todos ustedes, de la muerte del papa Francisco. No soy una persona religiosa, me sitúo más bien en la línea vitalista de Epicuro, Nietzsche y Camus, pero esta noticia me ha apenado. Me gustaba la bonhomía del argentino y compartía con él la primacía que hoy más que nunca debe dársele a la defensa de la humanidad y el planeta Tierra.

No sé por qué la izquierda debe dejarle el monopolio de la espiritualidad a las derechas. Nuestra espiritualidad existe, aunque no esté basada en una divinidad que promete una vida en el paraíso tras la muerte, sino en la fraternidad y la naturaleza, en el amor a los seres humanos y el universo. Sí, he dicho amor.

Me parece excelente lo que aquí mismo ha escrito Santiago Alba Rico a propósito del recién fallecido Francisco: “Habrá que reconocer que ningún papa anterior había ido tan lejos en el reconocimiento de la existencia del friki dentro de la Iglesia: del homosexual, del divorciado, de la mujer maltratada o sexualmente explotada. Esta disposición literaria a la escucha lo convirtió, en todo caso, en un defensor vibrante e insobornable de los más vulnerables: de los pobres, los migrantes, los excluidos, pero también del agua, los árboles y los pájaros”.

Me divierten los esfuerzos de tantos de mis colegas por adivinar quién se sentará en la ahora vacante silla de san Pedro. Confieso que no tengo la menor idea de por dónde irá el Espíritu Santo en el próximo cónclave cardenalicio, si propondrá el nombre de un heredero del humanismo y el ecologismo de Francisco, de un ultraconservador afín a Trump o de un mediopensionista. Y como sé que lo que yo pueda desear no influirá para nada en el resultado, regreso a este mundo, al mundo tangible de las personas, los animales, las montañas, los ríos y los mares.

Tenemos buenas reservas de agua en España gracias a las lluvias de las anteriores semanas. El verde de nuestros campos brilla como las esmeraldas y ya se produjo el despertar de los almendros en febrero que alimentaba de esperanza las noches invernales de Camus en Argelia, y también la algo más tardía floración de los membrillos y los cerezos de la Alpujarra. Si sabemos leer, descubriremos que las energías renovables ya nos suministran casi el 70% de la electricidad que consumimos, aunque nuestras derechas sigan siendo yonquis de la suciedad del carbón y el petróleo y de los peligros de lo nuclear.  Y, si los españoles seguimos por la buena senda, el agua, el viento y el sol podrán garantizarnos la totalidad del suministro antes de lo que pensamos. Esta Semana Santa ya hubo horas en que todo el país se alimentó exclusivamente de renovables.

Ya ven, no todo son malas noticias en esta primavera. Pero, sí, los que viven de insuflar el miedo para convertirnos en sus esclavos solo difunden malas noticias, ciertas o inventadas. Yo no creo que la vida sea de color rosa, aunque haya momentos en que sí lo sea, pero tampoco creo que esté pintada con el negro de un invierno imperecedero. También en esto siempre he estado de acuerdo con ese papa Francisco que dijo en La Habana con gracejo argentino: “No te arrugues, abrite. Abrite y soñá. Soñá que el mundo con vos puede ser distinto. Soñá que si vos ponés lo mejor de vos, vas a ayudar a que este mundo sea distinto”. 

¿Cómo no voy a estar de acuerdo con semejante mensaje si, además, pienso, a diferencia de este buen hombre, que este mundo es todo lo que tenemos?