Un proyecto para sacar de la exclusión a gente de barrios empobrecidos se ha convertido en una de las empresas agrícolas urbanas más grandes de Norteamérica que promueve productos agrícolas mucho más cerca de los consumidores como herramienta contra el cambio climático
‘Kois’, sociólogo: “El huerto urbano es un espacio donde cambios ordinarios pueden provocar cambios extraordinarios”
Cuando en 2009, Seann Dory, gerente de una ONG de empleo, y Michael Ableman, un agricultor urbano, plantaron las primeras hortalizas en unos maceteros que colocaron en un parking abandonado de Downtown Eastside, un barrio empobrecido de Vancouver (Canadá), no imaginaron que el proyecto iba a transformarse en una referencia mundial de agricultura urbana. Este año, 4.000 contenedores portátiles colocados sobre el pavimento en grandes baldíos producen más de 30 toneladas de frutas y verduras.
Sole Food Street Farms, recuerda Heather Farmer, su directora ejecutiva, nació con un fin social: convertir a las personas desempleadas del barrio, muchas de ellos sin hogar, con problemas de adicciones y de salud mental, en pequeños agricultores. La idea era sencilla, y revolucionaria: transformar terrenos urbanos baldíos en paisajes agrícolas productivos. Reverdecer el asfalto con tomates cherry, calabacines, remolachas, judías, pepinos y acelgas. Los vecinos, escépticos en un principio, aprendieron el oficio de trabajar la tierra. Los cultivos empezaron a brotar. Y el proyecto, con el respaldo del Ayuntamiento y la autorización de los dueños de los terrenos en desuso, creció.
“Nos hemos convertido en una de las empresas sociales agrícolas urbanas más grandes de Norteamérica, con una producción local que se vende al público, a comercios y se donan a socios comunitarios”, cuenta Heather. Entre los clientes figuran algunos de los restaurantes más exclusivos de la ciudad. “La calidad de nuestras verduras, frutas y hortalizas ecológicas es difícil de conseguir en el mercado mayorista”, saca pecho su directora.
El “secreto del éxito”, agrega, fue el diseño de un “sistema agrícola urbano”, innovadoras cajas de plástico apilables con desagües interconectados que se pueden mover fácilmente con una carretilla elevadora y que aíslan el suelo de las sustancias contaminantes. “Estos contenedores nos permiten cultivar en terrenos que de otro modo no serían aptos para la agricultura y sustentan nuestros huertos e invernaderos, creando un sistema de cultivo diverso y muy resiliente”, explica.
Lo más difícil del proyecto ha sido conseguir los permisos para ocupar suelos en desuso.
260 vecinos para cultivar en medio de la ciudad
Sorteado el problema del know how, el proyecto se enfrentó a un segundo escollo: una regulación muy restrictiva sobre el uso del suelo. No fue nada fácil, recuerda Heather, conseguir las autorizaciones administrativas necesarias para cultivar en el medio de la ciudad: “Pero con mucha tenacidad, lo logramos”.
La empresa social funciona hoy en cuatro baldíos del barrio. El más grande está ubicado donde funcionó la Villa Olímpica, construida para los Juegos de Invierno de 2010, a la sombra de un estadio de fútbol y muy cerca del Hinge Park, un icono verde de la ciudad. En total, hay 4.000 contenedores desplegados por tres hectáreas de pavimento. En primavera se cultivan acelgas, coles, hinojo, nabos, lechugas, rábanos, cardos y cebollas moradas. En otoño, repollo, patatas, zanahorias, puerros, calabaza de invierno, rábano y pimientos. Hay un huerto con unos 500 árboles frutales como caquis, higos, membrillos, manzanas, peras, ciruelas y cerezas. “Todos alimentos frescos y locales con precios accesibles”, remarca Heather.
El proyecto emplea cada año a 30 personas del barrio. La mayoría permanece en plantilla durante un período de tres cursos. Entran a trabajar sin haber cogido nunca una azada y se despiden, agradecidos por la formación y contención, como “expertos agricultores”. En estos 16 años, la empresa ha contratado a 260 trabajadores y pagado casi 2 millones de dólares en salarios.
“Todo –señala la gerenta– cultivando y cosechando productos frescos en terrenos baldíos, abasteciendo a los mejores restaurantes y a los mercados de la ciudad. A su juicio, Sole Food Street Farms confirma que la agricultura urbana a gran escala es ”totalmente viable y posible“ en las grandes ciudades.
En la empresa ponen los ejemplos de Keny y Carmen. Ambos empezaron a trabajar después de atravesar momentos difíciles en sus vidas, enfrentando desafíos personales como el desempleo y el consumo problemático de estupefacientes. En la granja urbana, no solo encontraron un empleo y un salario, “también una comunidad de apoyo que les brindó nuevas habilidades y confianza”. “Sole Food va más allá de cultivar verduras y de transformar los baldíos: se trata de fortalecer la comunidad. Trabajar con plantas, estar al aire libre y participar en un trabajo tan gratificante fomenta la resiliencia. Cuidar una planta fortalece la conexión y el bienestar”, reflexiona.
Heather y su equipo han calculado el Retorno Social de la Inversión (SROI), una herramienta que mide el valor de los resultados sociales, ambientales y económicos de una organización. Por cada dólar que se paga al personal, se retribuyen 5,77 a nivel comunitario por la reducción de costes en atención médica y servicios sociales.
Sobre el impacto ambiental, todavía no hay cifras que lo cuantifiquen. Pero es “otro pilar” del proyecto. “Estamos hablando de una herramienta poderosa para construir sistemas alimentarios resilientes ante la crisis climática. Al cultivar alimentos cerca de casa, reducimos la dependencia de las frágiles cadenas de suministro globales, reducimos las emisiones y creamos espacios verdes que contribuyen a la refrigeración de las ciudades. Las granjas deben integrarse en todas las planificaciones urbanas que se redacten a partir de ahora. Los recursos para que prosperen ya existen. Falta que muchos tomadores de decisiones hagan el click”, expone.
Trabajadores en el huerto urbano de Vancouver
La lección que deja Sole Food Street Farms es que, con el apoyo político, las ciudades pueden integrar la agricultura y generar un “triple beneficio”: humano, social y planetario: “Lamentablemente, proyectos como el nuestro siguen siendo poco frecuentes debido a regulaciones restrictivas, altos costos de la tierra, la especulación inmobiliaria y un apoyo gubernamental limitado”.
¿Se puede replicar en España?
El sociólogo y experto internacional en soberanía alimentaria, José Luis Casadevante ‘Kois’, lleva años trabajando en distintas iniciativas comunitarias ligadas a la agricultura urbana. Acaba de publicar Huertopías (Capitán Swing), un libro que invita a reflexionar sobre las ciudades del futuro, más ancladas al ecourbanismo –clave en la adaptación a la crisis climática– que a la revolución de la Inteligencia Artificial y los centros de datos.
Casadevante habla de Sole Food Street Farms como un caso de éxito en el plano internacional. A nivel técnico, de conocimientos y habilidades, se trata de un proyecto “muy replicable” en España. El problema, explica, radica en el diseño de nuestras ciudades, “mucho más compactas” que las americanas y con menos “vacíos urbanos”.
Esta matriz hace que el suelo sea un elemento de fuerte disputa por su alto valor económico. Pone de ejemplo el caso de Valencia, con un cinturón agrícola metropolitano protegido por ley desde 2018, que ahora la Generalitat quiere entregar al capital inmobiliario.
Un proyecto político “que apunta en la buena dirección” es Barrios Productores, del Ayuntamiento de Madrid, vigente desde 2021, que tiene un objetivo similar al de Vancouver: transformar los espacios libres de la urbe en terrenos cultivables. Hay cinco parcelas adjudicadas, pero todo el proceso administrativo está paralizado por el incumplimiento de las obras de adecuación de los terrenos. “Es una apuesta muy innovadora, pero corre el riesgo de caerse”, lamenta Kois.
El experto menciona iniciativas sociales, como el proyecto Huerto Hermana Tierra del Servicio Capuchino de Desarrollo, en El Pardo (Madrid), donde las personas de origen migrante logran regularizar su residencia a través del trabajo en una finca de productos agroecológicos, un terreno de 12.000 metros cuadrados.
Según Kois, otra iniciativa inspiradora está en Vitoria, Koopera, impulsada por Cáritas. Se trata de huertas solidarias utilizadas para incluir a personas en riesgo de exclusión–migrantes, en su mayoría– a través de la plantación, recolección y venta de productos hortofrutícolas. Las frutas, hortalizas y verduras se cultivan en el antiguo huerto de un convento. Lo producido se pone al alcance de los ciudadanos en el puesto del Mercado de Abastos de Vitoria-Gasteiz.
“El poder de la agricultura urbana –resume este sociólogo– no hay que medirlo por la cantidad de gente que da de comer, sino por la cantidad de gente que permite conectar con una sensibilidad diferente en materia alimentaria. La alfabetización agroecológica tiene mucho poder transformador”.