miércoles, abril 16 2025

Altercados en el tendido y violencia en el ruedo en el regreso de las corridas de toros con menores en Mallorca gracias a PP y Vox

El archipiélago balear, que llegó a ser pionero en España porque prohibía la muerte del animal en la plaza, ha celebrado el primer «espectáculo» que permite la entrada de los jóvenes gracias a la derecha y la ultraderecha. La falta de espacio en el coliseo de Inca provocó altercados entre los adultos

PP y Vox aprueban que los menores puedan asistir a las corridas de toros en Balears: “Es la fiesta más culta del mundo”

La vida de seis toros terminó este domingo a los pies de la Serra de Tramuntana. Los mataron dos toreros y una rejoneadora en la plaza de Inca. Ha ocurrido infinidad de veces desde que el 18 de septiembre de 1910 se lidió la primera media docena de astados en el coso de esta capital agrícola: pueblo grande, ciudad pequeña; insular, pero no tan diferente de Almendralejo, Medina del Campo, Valdepeñas o Ejea de los Caballeros. El 13 de abril de 2025, sin embargo, será una fecha más. Pasará el tiempo y será complicado olvidarse de aquel Domingo de Ramos en el que cientos de adolescentes vivieron en directo tres horas de pasodobles y aroma de farias, capotazos y muletazos, sufrimiento y muerte. También hubo niños, algunos tan chicos que todavía salen a la calle en el regazo de sus padres. 

A efectos prácticos, el bienestar animal acaba de retroceder casi ocho años en las Illes Balears. Los que han transcurrido desde que, en julio de 2017, el primer Govern Armengol (PSIB, Més per Mallorca, Podem) aprobase la ‘Ley de Toros a la balear’. La norma pretendía mantener la tauromaquia sin rejones, banderillas ni estocada final. Sin sangre para evitar la tragedia del desenlace. El último Gobierno de Mariano Rajoy llevó el asunto al Tribunal Constitucional, que troceó la norma. Sin piedad. Se decidió que, básicamente, en las plazas mallorquinas (las únicas activas del archipiélago), los toros siguieran muriendo. Los miembros del tribunal sólo concedieron dos indultos: prohibido el alcohol, prohibida la venta de entrada de menores de edad. 

El primer veto lleva desde entonces burlándose con más o menos descaro: este domingo, junto al puro, más de un aficionado salió de casa con una bota de vino bajo el brazo. El segundo veto era más difícil de sortear, pero cayó el 29 de octubre de 2024. El voto común de PP y VOX sirvió para laminar lo poco que quedaba de la fórmula taurina que propuso el último pacto progresista. Los menores, acompañados de un tutor legal, volverían a los tendidos. Inca ha sido la primera corrida. Y los partidarios de la tauromaquia no pueden estar más pletóricos. Ayer hicieron una demostración de fuerza. Llenaron hasta los topes una plaza de tercera que, la última vez que se utilizó, 2019, lució desangelada.


Uno de los subalternos más veteranos mira desde el burladero cómo Léa Vicens clava el rejón en el lomo de uno de los miuras.


Varios menores, dentro de la plaza de Inca.

“Mi abuelo me ha enseñado esta afición”

Son las cinco y media de la tarde. Los alrededores del coso están a reventar. Filas tan largas como variopintas. En la baldosa de delante, camisas y RayBan aviador; en la baldosa de detrás, chándal de gala y gafas Versace, tamaño ciclista. Cardados de laca y coletas altas; collares de perlas y collares de oro; sombreros de ala ancha, boinas, gorras deportivas; banderas mallorquinas y pulseritas rojigualdas. Americanas con hombreras entre las mujeres y, sobre todo, mucho chaleco entre la sección masculina. Es la prenda fetiche, y la tarde acompaña para ponérsela: no hace frío, pero el cielo está gris. Amenaza lluvia sobre unas conversaciones donde se habla en castellano de barriada obrera y en mallorquín de pueblo, en mallorquín de Ciutat (Palma) y en castellano de barriada turística. Diferentes caras de la misma isla reunidas, en principio, por una pasión: la tauromaquia. Y, en el mogollón, un número nada pequeño de jóvenes. Como Carlos Capote y Philip Marchena, dieciocho y diecisiete años. De Alcúdia y castellanoparlantes. Los dos se quedaron “con las ganas”, dicen, de ir el verano pasado “a la corrida de Palma”.

–¿Qué es lo que más os gusta del toreo?

–El arte del torero… y ver a tanta gente reunida por una cultura española. Es muy bonito. Por desgracia las culturas cada vez se van perdiendo más. Yo pude ir de pequeño a una corrida, en Alcúdia, pero allí ya no se celebran. A los toros he ido sobre todo en Sevilla: mis abuelos son de Morón de la Frontera y cuando vamos a ver a la familia, me llevan. 

–¿Para ti no es tortura? ¿No empatizas con el sufrimiento del animal?

–No. Mi padre pasa más de los toros, pero a mí mi abuelo me ha enseñado esta afición.

Dice Carlos.

–¿Habéis seguido el debate político y la votación que vuelve a permitir que los menores entren a la plaza?

–He escuchado algo, pero para mí es cultura, no política.

Responde Philip, pero su amigo replica:

–Un poco política sí que es porque cada partido tiene una opinión diferente sobre la tauromaquia.


Uno de los animales que se mataron ayer en el coso inquero.


Los rejones que utilizó la francesa Léa Vicens para matar a los dos toros que le tocaron en suerte.

Manifestación contra la tauromaquia

Cuesta escuchar sus voces porque, del otro lado de la calle y de un cordón de agentes de la Guardia Civil armados con fusiles de asalto llega ruido de tambores. Un megáfono lanza proclamas que repiten decenas de gargantas: “¡Asesinos!” “¡Abolición!” “¡La tortura no es cultura!” Es la concentración convocada por distintos colectivos (Fundación Franz Weber, Satya Animal, Progreso en Verde y la plataforma Mallorca Against Bullfighting), una protesta que provoca muchas miradas irónicas, bastantes burlas y desprecio por parte de algunos taurinos: “¡Rojos!”. 

“En Mallorca hay bastante afición a los toros, lo que pasa es que… ¡Tiene que haber libertad! Y más cuando hablamos de una tradición tan propia, ¡es una cosa nacional!”, explica una señora que acude a la corrida junto a un grupo de amigas, todas entre los sesenta y los setenta, todas de pueblos del interior de la isla: “Mi libertad acaba donde empieza la de ellos y al revés. Tienen que respetar como respetamos nosotros. ¿Los antitaurinos? Que digan lo que quieran. Pero yo no veo estas manifestaciones en clínicas abortistas… y yo por ejemplo no abortaría”.

‘Tienen que respetar como respetamos nosotros. ¿Los antitaurinos? Que digan lo que quieran. Pero yo no veo estas manifestaciones en clínicas abortistas… y yo por ejemplo no abortaría’, comenta una de las asistentes


La corrida de toros en Inca congregó a 3.500 personas, según los organizadores.

Es una visión completamente distinta a la que tiene Sara Puche que, por edad, podría ser la hija de alguna de las amigas de la señora taurina. No puede comprenderlas. De ninguna de las maneras: Sara es una de las manifestantes. “No veo normal que tengan que asesinar a un toro –ni a ningún animal– y que, en este caso, se haga espectáculo con eso. Que esté dentro de la cultura española me parece vergonzoso; lo veo muy cavernícola, la verdad”, explica. Ella adquirió “conciencia antitaurina” al hacerse vegana: “¿Qué diferencia hay entre un perro y un toro? Para mí, ninguna. La expectación es lo único que diferencia lo que pasa en un matadero, donde todo ocurre de puertas para adentro, con lo que ocurre en la plaza. En el supermercado no tenemos pantallas: cuando cogen un trozo de carne no ven cómo se ha matado al animal. En realidad, no hay diferencia, pero aquí la puerta está abierta para que se vea el asesinato. Me parece muy grave que hoy se vuelva a exponer a los menores a ese tipo de tortura animal”. 


Atasco en el acceso por la puerta grande en medio de los gritos de la protesta antitaurina.

¿Qué diferencia hay entre un perro y un toro? Para mí, ninguna. La expectación es lo único que diferencia lo que pasa en un matadero, donde todo ocurre de puertas para adentro, con lo que ocurre en la plaza. En el supermercado no tenemos pantallas: cuando cogen un trozo de carne no ven cómo se ha matado al animal. En realidad, no hay diferencia, pero aquí la puerta está abierta para que se vea el asesinato. Me parece muy grave que hoy se vuelva a exponer a los menores a ese tipo de tortura animal

Sara
Activista contra la tauromaquia

Peter Janssen se convirtió en activista antitaurino once años atrás. Vivía en Don Benito, Extremadura, y, consecutivamente, irrumpió en las plazas de Mérida, Badajoz y Cáceres con camisetas reivindicativas contra “un espectáculo que banaliza la violencia”. Como ha recordado megáfono en mano a las miles de personas que, a trompicones, van entrando al coso inquero, Janssen ha recorrido todas las regiones donde la tauromaquia no ha sido abolida: Colombia, Portugal, el sur de Francia, México… 

“No es fácil hacer lo que hago. Me han agredido más de una vez y tengo multas por defender a los animales. Pacíficamente. Las voy pagando gracias al apoyo y las donaciones de las personas con las que comparto esta reivindicación. Esto no debería ser una cuestión política, aunque PP y VOX hayan cambiado la ley para que los niños puedan volver a las corridas aquí en Baleares. Los animales no identifican entre izquierda o derecha. Sólo quieren vivir”, cuenta en castellano. Y remata en inglés: “We won’t stop till they don’t stop of killing”. No pararemos hasta que no dejéis de matarlos. Pero la protesta de Janssen se queda, esta vez, a las puertas de la plaza. Inca es una de las ochenta a las que ya ha saltado: “Me conocen, no me van a dejar entrar”. Entre la avalancha humana que, pasadas las seis de la tarde, sigue entrando al coso resulta fácil imaginarse al holandés pasando desapercibido entre la multitud. No hay control en los accesos. 

No es fácil hacer lo que hago. Me han agredido más de una vez y tengo multas por defender a los animales. Pacíficamente. Las voy pagando gracias al apoyo y las donaciones de las personas con las que comparto esta reivindicación. Esto no debería ser una cuestión política, aunque PP y VOX hayan cambiado la ley para que los niños puedan volver a las corridas aquí en Baleares. Los animales no identifican entre izquierda o derecha. Sólo quieren vivir

Peter Janssen
Activista


Además de la decoración rojigualda, el público llevó a la corrida banderas de España.


Los menores de dieciséis años entraban gratis, pero debían ir acompañados de su tutor legal.

¿Dónde está la seguridad?

Ni se revisan bolsos ni mochilas, ni se escanean las entradas, todas en papel, ni, aparentemente, nadie cuenta el número de espectadores que ingresa en el recinto circular. En la puerta grande, muchas manos extienden sus entradas y menos manos, como pueden, las recogen. A media mañana, cuando se despacharon las últimas localidades, ya se palpaba ese retorno a un mundo analógico. Los toreros se reunían en un despacho minúsculo con el presidente de la plaza para sortear los toros que mataría cada uno. Los picadores, de paisano, probaban las varas en los establos donde descansaban los caballos. Ancianos con bastón trepaban a una repisa para mirar por una rendija el corral donde las seis reses probaban el último pasto ajenos a su sacrificio público. Los empleados de la empresa que montaba la corrida lanzaban, con acento de la Baja Andalucía, una petición, “contadlo bonito”, a los periodistas que recogían las acreditaciones. Una pareja de la Benemérita repasaba la operativa de la tarde sentada en una mesa de madera del bar de la plaza (decorado con carteles de los cosos de Palma, de Alcúdia, de Muro, de Felanitx: desde Cocherito de Bilbao a Jesulín de Ubrique, cien años de tauromaquia mallorquina, matar toros en la isla fue todo un business décadas atrás). 

Para subrayar la sensación retro, entre los niños que, después del almuerzo –empanada y Laccao– correteaban por el albero, uno vestía una camiseta del Milan que entrenó Arrigo Sacchi. De un plumazo, Inca regresaba a los años ochenta.

Ya son las seis y cuarto. Un bebé, rubiales, apenas unos meses, quizás ni medio año desde el día de su nacimiento, está cerca de entrar al tendido en brazos de su padre. No pueden pasar. Los vomitorios de sombra están colapsados. La Guardia Civil quiere poner orden, redistribuir al personal. Lo consigue de aquella manera porque la instalación no ayuda. El graderío es de piedra, como las que se extinguieron en los estadios de fútbol españoles hace treinta años para aumentar la seguridad.

En la plaza de Inca, brilla por su ausencia. Peldaños mordisqueados por el paso del tiempo (la falta de uso suele conllevar falta de mantenimiento). No hay escaleras, los pasillos son más estrechos que una ley franquista. Las entradas no están numeradas y se sabe que en la plaza pueden entrar ocho mil personas porque, con tiza, hay números marcados sobre el gris de la piedra. El desorden es evidente. El público busca acomodo como puede, los más veteranos suelen ser los más previsores, y entraron antes de las cinco, pero, una hora y pico después, hay quien exige de malas formas sitio, y bueno, para plantar la almohadilla que se ha traído de casa. No hay manera de que empiece la lidia y empiezan los silbidos y las tensiones. Entre varios hombres que están, de pie, en la fila más alta de la zona de sol parece producirse un rifirrafe. En medio del tumulto hay un niño. No llega a los diez años.

Suena la megafonía. Con las agujas marcando las seis y media, la banda se detiene y suena una voz madura y masculina que pide que los cuerpos más atléticos trepen al palco. Dicho y hecho. Decenas de brazos se cuelgan de la barandilla y pasan del tendido a la zona noble. Habrá más espacio para sentarse y la corrida, por fin, podrá empezar. Seis miuras de entre quinientos y seiscientos quilos –la primera vez desde 1928 que la ganadería más conocida de España sacrifica a sus toros en la plaza de Inca– para que los maten, en tramos de veinte minutos, la rejoneadora Léa Vicens y los toreros Manuel Escribano y Jesús Enrique Colombo. La megafonía volverá a sonar un rato después, cuando ya hayan muerto Miracielo, Butaquero y Luminoso (luego caerían Variado, Hatero y Bolichero). Con las agujas marcando las ocho, la banda se detiene y una voz joven y femenina felicita al público por asistir y lo anima a regresar el 3 de agosto (“Volvamos a hacer historia, llenemos de nuevo la plaza, afición”), fecha en la que hay programada la corrida de verano que, curiosamente, llevaba sin celebrarse en la capital de la comarca des Raiguer desde 2019.


La cuadrilla de uno de los toreros remata a una de las seis reses de Miura que mataron en Inca.


El torero José Enrique Colombo mira a cámara justo antes del paseíllo.

Vox, el único partido en los toros

“Como Ayuntamiento no damos ningún apoyo a la corrida de toros. No ha habido, de hecho, presencia institucional. Si tienen toda la documentación en regla, pueden celebrar la corrida. Es la Guardia Civil la que tiene la potestad de velar para que se cumplan todas las normas”, explican desde el equipo de gobierno de Inca, uno de los pocos feudos que le quedan a los socialistas en las Illes Balears después de la debacle electoral de mayo de 2023. En la corrida tampoco apareció ningún alto cargo del Partido Popular. Llorenç Galmés, presidente del Consell de Mallorca, prefirió un partido de baloncesto, donde coincidió con el alcalde de Palma, Jaime Martínez. Marga Prohens, en su Twitter, colgó fotos con las palmas que se reparten tras la misa del Domingo de Ramos. El caudal político que representa un acontecimiento tan multitudinario quedó en manos de VOX. Su anterior líder autonómico, Jorge Campos, ahora diputado en el Congreso de los Diputados, ya celebró hace unos días el retorno de la tauromaquia a Inca en el plató de una televisión ultra. 

Anoche, mientras la iluminación artificial refulgía en el amarillo del albero, Campos se hizo una foto que subió esta mañana a su cuenta de X: “La libertad ha triunfado. La lucha ha valido la pena”. Ayer, al comenzar la corrida, ya publicó: “Los niños han podido ir a los toros. La plaza de Inca llena a reventar. La libertad, la cultura y el arte que representa la tauromaquia ha triunfado en Mallorca”. Minutos antes, una manifestante antitaurina, al verlo entrar por la puerta grande, le había deseado “un tiro en la nuca”. Minutos después, cuando uno de los toros agonizaba con cuatro banderillas desangrando su lomo, un espectador lanzó un grito desde la zona de sol. Se aprovechó del silencio sepulcral que anticipa la puntilla que termina con la vida del animal. “¡Pedro Sánchez, dimisión!” Gran parte del público aplaudió. Igual de fuerte que cuando en el paseíllo de los trajes de luces terminó de sonar el himno de España.