sábado, abril 12 2025

La mejor terraza de Santiago echa el freno para pensar: “Se podría ganar rentabilidad prostituyéndola. No es nuestra intención”

Mientras la capital gallega busca un nuevo modelo de turismo, los propietarios del jardín del Hotel Costa Vella hacen una pausa para buscar una fórmula «viable y sostenible» de gestionar el simbólico espacio

Turismo de Galicia se fija como metas la sostenibilidad y convivencia de peregrinos y vecinos para evitar “morir de éxito”

“Te voy a llevar a un sitio alucinante”. Sería imposible imaginar el número de veces que un vecino de Santiago le ha dicho esa frase a un amigo, de visita en la ciudad, antes de sumergirlo en la terraza del Hotel Costa Vella. Desde el mismo portón de entrada, con esa vista de las torres de la iglesia de San Francisco, hasta la frondosidad de un jardín que parece amenazar con hacerse dueño de todo el espacio, este rincón semiescondido a escasos 500 metros de la Catedral presume desde hace años del título oficioso de mejor terraza de la ciudad. Pero si esta Semana Santa ese amigo vuelve a Compostela, la encontrará cerrada. Los propietarios han decidido echar el freno para replantearse hacia dónde quieren ir. Un paréntesis que va más allá de una simple decisión empresarial, porque el oasis del Costa Vella no era tan sólo un negocio. Y por eso hay quien lo ve como la metáfora de una ciudad que sigue buscando su propio modelo de turismo, aunque no se pueda permitir el lujo de bajar el telón para hacerlo.

“Después de la pandemia, se convirtió en un caballo salvaje que no sabíamos cómo cabalgar sin caernos”, dice su rostro visible, José Antonio Liñares. Por eso, los tres propietarios —él, su hermana Ana y su socio Roberto Sousa— han decidido tirar de las riendas y poner pie a tierra para decidir, sin prisa, hacia dónde quieren dirigirse, antes de morir de éxito. “Y de incertidumbre”, añade. Mientras la terraza funcionaba “cada vez mejor”, se multiplicaban las “señales” que invitaban a parar “porque en velocidad no se debe cambiar una rueda”.

El hotel, que sí continúa funcionando con normalidad, se levanta en un edificio catalogado dentro del Conjunto Histórico Artístico de la ciudad. Recomendado en guías de prestigio mundial como Fodor’s, Cadogan o Lonely Planet, es el favourite spot in Compostela de Rick Steves. El año pasado conmemoró por todo lo alto el primer cuarto de siglo desde su rehabilitación, en 1999. Y aunque el hospedaje es el principal eje de negocio de Liñares y sus socios —propietarios de otros hoteles, Moure y Altaïr, a sólo unos metros—, el jardín y la sala acristalada desde el que contemplarlo son lo que han dado fama al Costa Vella.

Las redes sociales están plagadas de imágenes de un vergel que sus visitantes consideran perfecto para casi cualquier hora: los desayunos que comparten con los huéspedes de los tres hoteles, el vermut de antes de comer, el café de la tarde o una caña mientras se hace de noche. Liñares cree que por él han pasado “todos” los estudiantes Erasmus de la USC. Allí se conciertan las entrevistas con los artistas que llegan a Santiago de promoción y posan para los fotógrafos escritores, actores y músicos.


Zona de emparrado en la terraza del Costa Vella

Si un gran poder conlleva una gran responsabilidad, gestionar un espacio como éste, por mucho que sea un negocio particular, “es una responsabilidad superior”. Por eso, desde que tomaron la decisión de cerrarla temporalmente, Liñares se siente “como si estuviese estafando un recurso turístico de la ciudad”. Y aún más a sus propios vecinos. “Se quejan por algo que se están perdiendo cuando el sol se pone por detrás de San Francisco. En ese momento, la luz se filtraba por la terraza y esos últimos rayos llegaban a la calle. Ahora, al tener el portal cerrado, alteramos el barrio”.

“A nosotros nos superó por toda la atención y el tiempo que requiere”. Ese nosotros de Liñares se refiere a él y a su hermana. Uno de los dos estuvo siempre presente durante los últimos 25 años, cuando la terraza sólo cerraba en Navidad y año nuevo. Su temporada alta iba de abril a octubre. “Por aquí pasaban visitantes, turistas, congresistas… y ese amigo que te llevaba, claro”. Aún así, asegura que tenerla llena a rebosar y sin sitio sólo sucedía “en días y horas muy contadas”. “En agosto, sí, claro, full time sold out”, admite. “Pero eso también me pasa a mí cuando voy a sitios en los que en verano no puedes entrar y, si te conocen, ya te miran como diciendo ‘no vengas’”.

Santiago, que acaba de alcanzar los 100.000 habitantes, recibió en sus hoteles en 2004 a casi un millón de turistas y a un número aún mayor de visitantes que no pernoctaron en la ciudad. Ése, para Liñares, es “el gran problema”. “En mayo, la ocupación hotelera es un 12% superior a la de julio y la ciudad está más o menos esponjada, pero en julio está petada, incluso los parkings están llenos y con colas”. Los responsables son los “excursionistas”, entre los que incluye tanto a los grupos de peregrinos que llegan cantando y ocupando toda la calle —los que generan más rechazo entre los vecinos— como a quienes pasan el verano en las Rías Baixas pero se acercan durante unas horas —seguramente, porque está nublado— a ver la Catedral antes de volver a marcharse.

“No sólo no los podemos prohibir, sino que además no se les cobrará tasa turística —la intención del Ayuntamiento de Santiago es que es impuesto entre en vigor desde este mismo verano—, mientras que a un suizo educado que se deja 500 euros en dos días sí se la aplicamos”. Por eso, Liñares cree que cambiar el modelo de turismo de una ciudad —“un proceso lento y complejo que no depende de una única autoridad”— es “más una declaración de intenciones que algo posible a corto plazo”. Aún así, alterna el escepticismo con la comprensión. “En Santiago mucha gente compra este discurso y yo lo entiendo, porque la zona vieja se colapsa entre junio y septiembre”.


Ambiente en la terraza del Costa Vella

Hace unos cuantos años que José Antonio Liñares ya no es presidente de la asociación de hosteleros de Santiago —de hecho, ni siquiera aquella asociación existe como tal—, pero sigue siendo una de las voces más respetadas del gremio, donde ejerce de portavoz de turno de la Unión Hotelera. Su perfil de hombre dialogante y amigo de tender puentes es la antítesis de esa caricatura de empresario, popularizada sobre todo tras la pandemia, que demanda ayudas públicas sin fin mientras explota a sus trabajadores. Por eso, cualquier iniciativa seria en un sector que supone el 20% de la economía compostelana busca contar con su respaldo.

Es lo que ha pasado con la recién creada Asociación Turismo e Hostalería Compostela. Aunque no tiene ningún cargo en la dirección, allí estuvo como miembro fundador y —casualidad o no— en la foto que distribuyeron a la prensa, él ocupaba el lugar central. Sin embargo, prefiere quedarse en segundo plano, mientras reinvidica como “importantísimo” que “en un destino turístico haya una asociación que defienda los intereses del sector” ya que cada vez ve “mayor distancia entre la administración que toma decisiones apoyándose en consultorías carísimas y quien trabaja al pie del cañón”.

El lujo de tirar del freno de mano para darse un tiempo de reflexión puede hacerlo una terraza, por muy simbólica que sea, pero no una ciudad. No se le pueden poner puertas a Santiago de Compostela, pese a que el Costa Vella esté en Porta da Pena, una de las siete entradas a la antigua urbe medieval. “De verdad que todo esto es muy difícil de gestionar, más que nada porque el crecimiento del turismo es imparable, pero algo habrá que hacer para que los locales no vean alterada su convivencia más allá de lo razonable”, concluye. 

A Liñares le parece “fantástico” que sean esos locales, sus vecinos, quienes más insisten en la necesidad de reabrir la terraza. No niega que gestionarla es “tremendamente agradecido, con un retorno emocional maravilloso y críticas superlativas de clientes todo el mundo superlativas”, lo que supone “un alimento espiritual muy potente”. Es por eso que lo último que quieren “devaluar el espacio ni el servicio”.

“Se podría ganar rentabilidad prostituyendo la terraza, sobreexplotándola, pero no es nuestra intención”. Así, mientras la temporada alta arranca en Santiago —la Semana Santa es el pistoletazo de salida—, el portón del Costa Vella sigue cerrado. Cuando reabra, serán muchos los que vuelvan para reencontrarse con un espacio privilegiado. Pero otros lo harán, además, buscando pistas que ayuden a convivir con el crecimiento de un turismo que el propio Liñares ve ya “imparable”.