viernes, marzo 14 2025

Lo que podemos aprender de Pepe Mujica en estos tiempos convulsos

El expresidente uruguayo es un ejemplo de una rara sabiduría, de un civismo político inspirador que está muy por encima de las divisiones políticas que nos separan. Su pequeña y modesta chacra se ha convertido en la meca de los que buscan inspiración para construir un mundo más fraterno

Pepe Mujica cultiva flores. Es su primer y principal oficio, que aprendió con su madre. Desde niño ha tenido una conexión visceral con la tierra, con la vida. Con la vida en todas sus formas. A lo largo de los más de 50 años de mi vida pública, me he reunido varias veces con don Pepe, en diversas ocasiones, cuando él era ministro, presidente de Uruguay, senador o dirigente del Frente Amplio. En todas las ocasiones, me llamaron la atención sus intervenciones y actitudes diferentes e improbables. Y en este momento histórico, la trayectoria vital de Pepe sigue siendo inspiradora y fundamental.

Cuando salió de las mazmorras en las que lo había metido la dictadura uruguaya, Mujica pasó varios años trabajando en la chacra de su madre. “Salí de la cárcel con la idea fija de la chacra”, cuenta él. Salió con la obsesión de volver a la tierra. Metiendo sus manos en ella, Mujica volvió a conectar con la vida de forma definitiva.

Lo necesitaba. La ausencia de vida durante 14 largos años transformó a Mujica en un amante incondicional de la vida. En la inmensa y terrible soledad de la cárcel, en ese vacío de orfandad, de inhumanidad, aprendió las lecciones que lo hicieron libre. Las lecciones que ahora intenta enseñar al mundo.

En primer lugar, la lección de que la búsqueda incesante de riqueza y bienes materiales puede ser una prisión. “Aprendimos en la orfandad de las mazmorras que se puede ser feliz con poco, y si no podés hacer eso, no podés hacer nada”.

“Pasé 14 años en la cárcel […]. La noche que me dieron un colchón y me sentí cómodo, aprendí que si no puedes ser feliz con pocas cosas, no serás feliz con muchas”.

Mujica añade que no es pobre, es ligero, vive con poco porque quiere ser libre. Los pobres son los que necesitan mucho. “No soy pobre, soy sobrio, voy ligero de equipaje, vivo con lo justo para que las cosas no me roben la libertad”.

La pobreza relativa, la modestia de posesiones y la austeridad de Mujica no son demagogia política. Son algo auténtico, existencial, de alguien que busca la riqueza en la libertad, la solidaridad y los más altos valores humanistas.

Eso lo hace incorruptible. Incorruptible por naturaleza. Incorruptible a las tentaciones maquiavélicas del poder; incorruptible a las tentaciones del enriquecimiento fácil.

Como él mismo dijo, si alguien quiere enriquecerse, no hay problema, que se dedique al sector privado, al comercio, a la industria.

Pero el servicio público significa servir al público. No es sólo una profesión. Es una misión. Es un compromiso con los otros, especialmente con los que menos tienen. Es un compromiso con la humanidad común que nos une.

La otra gran lección que aprendió Mujica fue el carácter sagrado de la vida. “Aprendimos sin libros, una forma de ver, si se quiere, un poco panteísta. En la cárcel nos gustaban las arañas, nos gustaban las hormigas, porque eran los únicos seres vivos que teníamos en la soledad de nuestros calabozos”.

Este amor panteísta por todas las formas de vida, esta dedicación a la vida de todos, distingue a los grandes hombres y a los grandes estadistas. Gandhi, Mandela (otro que se transformó en la cárcel) y Lula, por ejemplo, se cuentan entre los pocos políticos que aman de verdad la vida presente en todas las vidas.

Como él mismo dijo en su magnífico discurso ante la ONU: “Piensen que la vida humana es un milagro. Que estamos vivos de milagro y que nada vale más que la vida. Y que nuestro deber biológico es, ante todo, por encima de todas las cosas, respetar la vida y promoverla, cuidarla y darnos cuenta de que la especie humana es nuestro ‘nosotros’”.

Y esta es una lección profundamente transformadora. Cuando comprendes la importancia de una hormiga, de una araña, puedes comprender fácil y claramente la importancia de cada ser humano, de cada semejante.

Sobre todo, te das cuenta de que la política es el arte de cuidar la vida. Es muy parecido a cultivar flores, bellas y frágiles, la mejor imagen de la vida.

Una tercera gran lección que aprendió Mujica fue la necesidad de estar en contacto con uno mismo. “Cuando me quedé sin libros –estuve siete años sin leer–, la cabeza me empezó a dar vueltas”. “Rumiaba” lo que había leído en su vida anterior. “Siempre digo que hay que hablar desde dentro, pero claro, ahora estamos en la era de la informática, la gente se informa como puede y… a viajar. Pero no se viaja desde dentro”.

De hecho, vivimos en un mundo hiperconectado en el que “viajamos” todo el tiempo, a todas horas, “fuera”. En este torbellino digital, nos olvidamos de hablar con lo que llevamos dentro.

Sin embargo, esta conexión con nosotros mismos, según Mujica, es esencial para entendernos a nosotros, a nuestros semejantes y al mundo desde nuestra propia humanidad. Tenemos que ahondar en nosotros mismos para comprender realmente lo que hay fuera de nosotros.

La última gran lección de Mujica, quizá la mayor y más importante para el mundo de hoy, es el rechazo del odio y la aceptación del amor. Dice: “Hace décadas que no cultivo el odio en mi jardín. El odio acaba volviéndonos estúpidos porque nos hace perder la objetividad ante las cosas. El odio es tan ciego como el amor, pero el amor es creativo y el odio nos destruye”.

Es una lección difícil de aprender para un hombre que quiso cambiar el mundo y fue derrotado y aplastado por una dictadura que lo metió en sus mazmorras durante 14 largos años de sufrimiento.

Mujica tendría todos los motivos para cultivar el odio, pero sigue cultivando flores pacíficamente.

Por todo ello, las lecciones que aprendió son lecciones para todos nosotros. Lecciones que son su legado inmortal, su gran riqueza, que heredaremos.

Mujica es un ejemplo de una rara sabiduría, de un civismo político inspirador que está muy por encima de las divisiones políticas que nos separan.

Su pequeña y modesta chacra se ha convertido en el centro del mundo, en la meca de todos los que buscan inspiración para construir un mundo más fraterno, más solidario y más comprometido con la vida.

Mujica, austero, conduce un pequeño y sencillo escarabajo azul. Un pequeño coche viejo y popular que nadie asociaría con un líder, un expresidente.

Pero él es feliz con este sencillo cochecito.

Si pudiera, Mujica nos pondría a todos en su pequeño coche azul y nos llevaría a un lugar mucho mejor. Un lugar mágico, que está dentro de su corazón.

¿Cabríamos? Sí, porque en el cochecito azul de Mujica cabe toda la humanidad. Y de sobra.

Mujica deja la vida que tanto ama y cuida. Pero nunca morirá de verdad. Como en el fantástico poema de Francisco de Quevedo “Amor constante más allá de la muerte”, será ceniza, pero ceniza con sentido, y se convertirá en polvo, pero polvo enamorado.

Ese día, todas las flores del mundo florecerán en su honor.