En un escenario donde cada vez crece más la volatilidad de precios de la energía, el papel que puede jugar la flexibilidad de la demanda energética en el bolsillo de las personas consumidoras será indispensable
Como sociedad sabemos que la energía es un recurso básico para la supervivencia humana. Dependemos de la misma para cubrir muchos aspectos esenciales de la vida, desde la alimentación hasta la salud. Sin embargo, las fuentes de abastecimiento energético, incluso las renovables, son limitadas: no podemos hacer salir el sol o hacer soplar el viento en los momentos que más energía necesitamos. Por lo tanto, si bien es cierto que debemos crecer en generación renovable, promover la electrificación para ganar autonomía y depender cada vez menos de los combustibles fósiles (petróleo, gas natural, carbón…); también hay que apelar a una disminución, un uso más eficiente de la energía y a una gestión más inteligente de la misma.
Desde que disponemos de recursos fósiles, el ser humano ha dispuesto de la energía para satisfacer sus necesidades en el momento en que lo ha querido. Por ejemplo, acostumbramos a conectar el termo o la caldera cuando nos queremos duchar, calentamos el hogar en el momento más frío, ponemos la lavadora cuando está llena o cocinamos justo antes de las comidas principales.
Ahora, en un escenario de crisis ambiental y de transición energética, es imperativo cambiar la mentalidad y los hábitos de consumo de la sociedad, ya no sólo por un motivo medioambiental, sino porque no hacerlo tendrá consecuencias para nuestro bolsillo. Como no podemos controlar los recursos renovables (cuándo hace viento o cuándo hace sol), no siempre podemos disponer de energía verde y barata en el momento en que la necesitamos. Consumir fuera de estos momentos cada vez saldrá más caro. En otras palabras, en un futuro que ya está presente debemos ser nosotros los que nos adaptemos a los ritmos del planeta y a su disponibilidad de recursos energéticos.
Una vez planteado el reto, tenemos principalmente dos maneras de encararlo. La primera es trabajar para hacer más gestionables estos recursos de generación, a través de baterías que permitan acumular excedentes de energía renovable para consumirlos en momentos de no producción. La segunda requiere que nuestros patrones de consumo se adapten a la disponibilidad de energía verde y económica. Esto se llama flexibilidad de la demanda.
Si bien la primera es la que menos cambios de hábitos de consumo implica, por sí solas las baterías serán insuficientes para asegurar una cobertura 100% de energía verde en un escenario de consumo eléctrico en crecimiento (vehículos eléctricos, aerotermias…). Y no olvidemos que la construcción de baterías implica impacto y requiere nuevamente extracción de recursos.
En cuanto al segundo enfoque, en casa podemos implementar la flexibilidad de la demanda de diversas maneras. Lo podemos hacer adaptando nuestros hábitos, por ejemplo, poner la lavadora en momentos en que hay más producción energética renovable —más sol y viento— y generar electricidad sale más barato.
Pero las dinámicas del día a día no siempre nos permiten decidir cuándo consumir, y aquí es donde entra en juego la tecnología, que nos ayuda a que algunos de estos “traslados” de consumo se puedan hacer de manera automática, ya sea usando enchufes inteligentes o bien programando electrodomésticos inteligentes, como algunos lavavajillas y lavadoras.
También podemos dotar de cierta flexibilidad a determinados sistemas de climatización o la carga del vehículo eléctrico, como se ha probado en proyectos de innovación como RescoopVPP, donde han participado varias cooperativas europeas, entre las que está Som Energia. Así pues, ambos enfoques son indispensables y a la vez complementarios. Es tan importante avanzar en la instalación de baterías, como activar toda la flexibilidad de la demanda que ya tenemos a nuestro alcance.
La flexibilidad energética es una herramienta para la transición energética y a la vez nos permite un ahorro económico “sólo” por el hecho de mover consumos. Además, ya se están desarrollando mecanismos para que los hogares, a través de trasladar o reducir su consumo, ayuden a la estabilidad de la red eléctrica y reciban una remuneración a cambio, empoderando así a la ciudadanía y creando el rol que se conoce como “consumidor activo”.
Podemos anticipar que, en un escenario donde cada vez crece más la volatilidad de precios de la energía, el papel que puede jugar la flexibilidad en el bolsillo de las personas consumidoras será indispensable. En este sentido, cabe destacar la importancia de las políticas que permitan hacer accesible la flexibilidad de la demanda al conjunto de la ciudadanía.
Por ejemplo, aunque bajen los precios de las necesarias baterías, seguirán siendo un recurso “caro” que hará que no sean accesibles para todas las personas. Otro ejemplo de las inequidades que pueden surgir es la capacidad de los hogares con más poder adquisitivo para acceder a la tecnología que permite automatizar la flexibilidad, y que puede ser más difícil para familias con menos recursos. Por lo tanto, si queremos reducir la brecha económica y luchar para no perpetuar estas desigualdades, debemos tener en cuenta la importancia que tiene desarrollar herramientas que nos ayuden a hacer flexible nuestro consumo de manera equitativa y justa.
Si hablamos de flexibilidad de la demanda no podemos dejar de lado el papel de las comunidades energéticas (CCEE).
Las CCEE son, en esencia, espacios de empoderamiento y agrupación de personas que producen y consumen su propia energía y también pueden ser un medio para mancomunar recursos y escalar la flexibilidad, de manera más económica, distribuida y democrática.
En los próximos años hay que seguir trabajando para reforzar las estructuras de apoyo entre comunidades energéticas y que hagan realmente accesible la flexibilidad para la industria, el pequeño comercio y todos los hogares. Som Energia es ya la comunidad energética más grande de Europa y afortunadamente no es la única. Desde nuestra cooperativa estamos trabajando para facilitar recursos de flexibilidad a otras comunidades energéticas que están aflorando por todo el territorio.
La descentralización y la aparición de iniciativas locales favorece la diversidad. El intercambio de servicios entre esas comunidades a través de, por ejemplo, plataformas como Som Comunitats (que proporcionan, entre otras, herramientas de gestión para comunidades energéticas), harán más resiliente el entramado social de la energía ciudadana.